Revista Asia

La EXPO de Shanghai

Por Amoreno
La Exposición Universal de Shanghai, aquello que en principio fue el motivo para organizar el encuentro con mis amigos en China terminó siendo la visita que menos disfrutamos del viaje. Un despropósito de tiempo, dinero e ilusiones. Llegamos a Shanghai con esperanzas de ver la que se había llegado a denominar la mejor EXPO de todos los tiempos por sus dimensiones, por el número de países participantes y también por el número de visitantes; pero precisamente por esto último nuestra experiencia fue negativa desde el primer momento. Mala idea la nuestra de acudir a una EXPO que se celebra en el país más poblado del mundo, colas imposibles por entrar a unos pabellones temáticos que en algunos casos poco tenían de diferente en cuanto a contenido de cualquier stand de una feria de turismo.
La EXPO de Shanghai
Llegar a primera hora de la mañana sirvió de poco. Desde bien temprano la gente iba llegando al recinto y empezaban a formarse grandes masas a la entrada de los pabellones. Por si alguno no sabe como funciona esto de la Exposiciones Universales, cada país es invitado para exponer su punto de vista particular sobre los problemas que atañen a la humanidad y desde su propia experiencia compartir iniciativas para construir sociedades de bienestar. Esta es la idea fundamental, en la práctica cada participante dispone de un espacio donde montar un pabellón temático a través del cual hacer promoción del país en aras de atraer negocios y por qué no turismo. La inversión que hacen algunos países por tener una presencia destacada en la EXPO puede llegar a ser considerable. Tan importante es la arquitectura exterior del pabellón como lo que contiene en su interior y aunque sea implícitamente los países luchan por llevarse el premio de ser los más visitados y los más populares del evento, que este año se desarrolló desde el 1 de mayo al 31 de octubre. El icono de la EXPO de 2010 fue sin duda el pabellón de China, bautizado como la "Corona del Oriente" por tener una forma inspirada en las antiguas coronas imperiales chinas. Es una de las cinco construcciones que permanecen una vez la EXPO ha concluido, el resto de pabellones temáticos serán desmantelados.
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Al ser el pabellón del país anfitrión recibió un número importante de visitantes, claramente en su mayoría chinos venidos de todos los rincones de la nación, y la colas para visitarlo llegaban hasta las cinco horas. Si esto os parece demasiado, os digo desde ya que no le hacía sombra al más popular de todos, el pabellón de Arabia Saudí.
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Y os preguntaréis, ¿qué podía ofrecer el pabellón de un país como Arabia Saudí para ser el más visitado de todos? Pues la pantalla IMAX más grande del mundo. Uno de los contenidos más espectaculares de la EXPO, no lo discute nadie, pero también la causa de que se formaran colas de hasta ocho horas. Sí, ocho horas. Fue uno de los primeros pabellones que intentamos visitar, después de pasar de largo por el pabellón de China, pero el cartel que sostenía el voluntario al final de la fila tuvo un efecto tremendamente disuasorio. ¿Quién en su sano juicio puede perder 8 horas de su vida por ver una película, aunque se trate de la pantalla IMAX más grande del mundo? Nada, a ver el siguiente pabellón...
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Aparte de la espectacular -dicen por ahí- proyección se notaba que Arabia Saudí se había dejado un gran presupuesto cuidando el aspecto exterior del pabellón, un podio ovoidal coronado por palmeras traídas del mismo desierto. Al final, como he dicho, fue el pabellón que se llevó el gato al agua en esta EXPO por estar en boca de todos, aunque fuera por las polémicas colas de gente que conseguía formar.
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Seguimos de largo intentando visitar otros países de la zona de Asia y llegamos hasta los pabellones de Korea y Japón.
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El pabellón de Korea tenía por fuera un aspecto muy curioso, con una decoración un tanto pixelada. Las colas llegaban a las cuatro horas.
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En cuanto al pabellón de Japón, la forma más que curiosa resultaba extravagante, una extraña cubierta de color morado. Parece ser que se trataba de una construcción de última tecnología con funciones de ahorro energético. Colas de hasta cinco horas.
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Junto al pabellón de Japón estaba situado el pabellón de Vietnam, uno de los que más interés personal tenía por visitar y que afortunadamente no requería tanta cola para entrar. Fue un alivio para la frustración acumulada durante nuestras primeras horas en la EXPO por la imposibilidad de acceder a los recintos más interesantes en un tiempo razonable. El pabellón de Vietnam era muy sencillo por fuera, apenas construido con varas de bambú, pero en su interior había más de lo que uno podía imaginar.
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La decoración interior seguía conservando el mismo material pero habían levantado unos arcos de bambú hacia el techo dándole un aspecto bastante refinado. El centro del pabellón estaba dominado por un estanque cristalino sobre el que flotaban flores de loto. La verdad es que definía bastante bien el estilo vietnamita simple pero a la vez elegante.
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Otros pabellones de la zona Asia que conseguimos visitar tras unos razonables treinta minutos de cola fueron los de Nepal y la India. El pabellón de Nepal me gustó por su apariencia exterior, edificios de arquitectura típica nepalí.
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Es su interior había una impresionante réplica de una estupa con la característica torre dorada en la que están pintados los ojos de Buda apuntando a los cuatro puntos cardinales y con las coloridas banderas colgando.
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La calidad de la réplica no estaba muy conseguida pero en cierta manera invitaba a los presentes a viajar a Nepal para conocer más acerca de esta arquitectura típica religiosa.
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El pabellón de la India no me gustó tanto. La cola se hizo bastante insufrible por el calor que hacía a esas horas del mediodía y en su interior no había nada interesante que ver, una decepción.
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Lo único que nos salvó de salir tal y como habíamos entrado fue una proyección holográfica en 3D algo confusa sobre los retos y los logros urbanos y tecnológicos de la India.
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Después de una mañana perdida en intentar visitar de forma frustrada tres pabellones con más de cuatro horas de cola y hacer una hora y media de cola en total para ver otros tres pabellones decidimos cambiar de zona. Para ello atravesamos el Eje Expo, un bulevar a orillas del río Huangpu donde se encuentran la mayoría de edificios que permanecen después de la conclusión de la EXPO.
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Destaca por encima de todos el Centro Cultural de la Expo, con apariencia de platillo volante. Tras la clausura de la EXPO ha pasado a llamarse Centro Internacional de Intercambios Culturales de Shanghai y en el futuro se espera que albergue espectáculos, ceremonias y conciertos con una capacidad para 18.000 personas.
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El Expo Center es otro edificio multiusos maravilla de la arquitectura moderna que forma parte del eje. Durante la EXPO ha servido como centro de congresos, seminarios y conferencias. Una vez clausurada, ha sido transformado en un palacio de congresos internacional.
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Tras cruzar el Eje Expo llegamos a la zona de países europeos, con algunos de los pabellones más interesantes. Empezamos por supuesto con el pabellón de España, uno de los que más ha triunfado en esta edición sin duda por su original y atrevido diseño exterior, un pabellón de líneas curvas con apariencia de enorme cesto de mimbre, lo que le llevó a ser denominado el "Pabellón Cesto".
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En su interior el visitante pasaba a través de tres salas temáticas, para cuyo contenido se recurrió al toque creativo de importantes artistas españoles.
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La Sala 1 tenía el objetivo de introducir al visitante en la historia del pueblo español desde sus orígenes, de ahí el acceso a través de una caverna. Mientras se sucedían audiovisuales que mostraban las diferentes épocas que España ha vivido a lo largo de su historia una bailaora de flamenco emocionaba a los presentes a ritmo de música típica española.
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La Sala 2 era una amplia cámara dispuesta con pantallas de distintas formas y tamaños que proyectaban un vídeo sobre la evolución de las ciudades españolas, con imágenes del antes y el después que daban a entender el profundo cambio social que España ha experimentado en las últimas décadas.
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La Sala 3 cerraba el recorrido y tenía el objetivo de mostrar una visión de la ciudad española del futuro, la ciudad de nuestros hijos. Para ello habían colocado en el centro de la sala a Miguelín, un gigantesco bebé de 6,5 metros de altura animado electrónicamente que no dejó indiferente a nadie.
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La impresión que me llevé del pabellón de España fue bastante buena, de hecho la mejor del evento. Quizás tuvo algo que ver el hecho de que no tuvimos que hacer cola para entrar con sólo enseñar el pasaporte, pero también como español me sentí identificado y orgulloso de los audiovisuales proyectados en las dos primeras salas, Miguelín no me hizo demasiada gracia y no conseguí entender qué querían transmitir con ese enorme muñeco ahí plantado pero parece que entre los chinos ha causado furor.
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Tras visitar el pabellón de España, en el que nos ahorramos unas tres o cuatro horas de cola, intentamos visitar otros pabellones europeos sin mucho éxito, todos estaban a rebosar. Teníamos ganas de ver el pabellón del Reino Unido por su diseño innovador, un cubo cubierto de miles de fibras plástico transparente, pero por desgracia simplemente entrar al recinto para ver el cubo ya requería hacer cola.
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El pabellón de Alemania, un edificio con formas geométricas, también requería esperar unas cuantas horas de cola. Frustración++.
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Lo mismo ocurría con el pabellón de Dinamarca. La Sirenita traída de Copenhague había conseguido atraer a un número suficiente de visitantes como para pasar un buen rato haciendo fila.
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Y con el pabellón de Suiza tres cuartos de lo mismo.
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Horas de cola para acceder a un pabellón cuyo contenido no sabíamos si iba a merecer tan larga espera, había grandes dudas. Pero no queríamos marcharnos sin ver alguno de los pabellones europeos además del de España así que para no arriesgar demasiado nos pusimos a la cola del pabellón de Italia. Pasamos una hora y media haciendo cola y como nos temíamos salimos totalmente decepcionados por lo que encontramos en el interior. Una muestra de los productos más característicos con la etiqueta Made in Italy y alguna que otra obra de arte no merecieron en absoluto el tiempo de espera.
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A estas alturas del día ya estábamos un poco hartos de la EXPO y de hacer cola a lo absurdo así que para el resto de zonas de África y America sólo acudimos a los pabellones en los que el acceso era inmediato.
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Cuando caía la noche llegamos a la zona de los países del Sudeste Asiático pero estábamos tan derrotados que apenas teníamos ganas de verlos por fuera iluminados. Por mi parte, lo intenté con el pabellón de Camboya pero tras el fiasco de la réplica cutre de las ruinas de Angkor me negué a entrar en los pabellones de los otros países en los que había estado como Tailandia, Malasia o Singapur con el fin de evitar llevarme otra posible decepción.
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Sobre las 9 de la noche, después de llevar más de 11 horas en el recinto de la EXPO dimos por terminada la visita y pusimos rumbo a casa. La sensación de cansancio acumulado por los largos paseos, las horas de cola y el insufrible calor junto con la frustración por no haber podido visitar algunos de los pabellones más interesantes como China, Japón o Reino Unido nos hicieron ver que realmente no había merecido mucho la pena haber ido hasta allí, sobre todo en agosto, uno de los meses pico de visitantes. Por lo menos el precio que pagamos no fue demasiado gracias al descuento de estudiante pero el hecho de haber tenido una experiencia tan nefasta habiendo planificado la visita a la EXPO con tanta antelación (fue el primer punto que decidimos al organizar nuestro itinerario por China, dedicar un día entero a esta actividad) cayó sobre nosotros como un plomo en los últimos coletazos de un viaje hasta entonces perfecto. Por suerte, para el día siguiente habíamos improvisado una excursión que finalmente nos devolvería esa buena impresión de nuestro paso por China.
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La EXPO de Shanghai, si lo sé no vengo.

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