La semana pasada tuve un par de sesiones en Granada. Me quedé a dormir en Carmen del Cobertizo, un magnífico hotel, de mi amiga Lorena, ubicado en pleno corazón del Albayzín. Cuando, de noche, volvía hacia el hotel, al comienzo de la Carrera del Darro se puso a mi lado un joven que cantaba y tocaba la guitarra a cambio de algunas monedas:
- Dame algo, anda, para hacerme una guitarra nueva.
La verdad es que la guitarra sonaba horrible. O estaba rota, o desafinada o todo a la vez. Me cayó simpático el músico. Le di una moneda que tenía en el bolsillo y le dije:
- No tardes en comprar la nueva. Con ese trasto poco dinero te darán.
- Yo me cagüen en las fábricas de guitarras -contestó-. A mí me gusta fabricármelas yo. Las fábricas fabrican lo que quieren. Yo fabrico lo que quiero yo.
Estaba claro que el joven andaba algo perdido. No sabía construir guitarras, pero prefería una chapuza a aceptar lo que alguien habría hecho bien, aunque no fuera propio.
Muchas veces tomamos decisiones que nos destrozan la vida. Decidimos salirnos del camino trazado ¡Y luego echamos la culpa a otros de nuestro penar!. Construir nuestra guitarra sin saber hacerlo no tiene sentido. Nuestro camino es como la guitarra de una tienda. Sólo hay que seguirlo. Sólo hay que llevársela. Ya está hecha. Nos hará feliz tocándola. Y además, suena mejor.
Pero si decides salirte, al menos, no culpes a los demás.