No hay crisis financiera lo suficientemente profunda que no pueda solventarse con una significativa bajada de impuestos o un suficiente aumento del gasto – Warren Mosler
No hay suficientes canicas para todos los que las necesitan
Erase una vez un pequeño pueblo perdido en las montañas de un lejano país. En ese pequeño pueblo había una pequeña escuela rural. Una escula de esas a la que van niños de distintas edades. Una escuela como cualquier otra, salvo por un pequeño detalle. Tenía una profesora muy estricta. Todos en el pueblo querían y amaban a su estricta profesora. Era una profesora que siempre daba sabios consejos y que quería bien a sus alumnos.
Una profesora que daba consejos como
“hay que vivir siempre dentro de nuestras posibilidades”.
Un día, la profesora en la escuela planteó un nuevo juego a sus alumnos. Era un juego muy sencillo. La profesora les enseñó un gran tarro de cristal con canicas. Canicas de muchos colores, las típicas de vidrio rellenas de extrañas formas en espiral, y otras más modernas, esas opacas de tipo arcilloso. Pero las canicas y sus formas y colores daban igual porque la profesora dijo:
“¿Veis estas canicas? Pues a partir de ahora estas canicas serán nuestra moneda. Por cada ejercicio que hagáis bien en clase, os pagagé UNA canica. Para poder salir hoy de clase y volver a casa con vuestros padres, tendréis que conseguir 10 canicas. El objetivo de este juego es que aprendamos cómo funciona la economía y lo importante que es vivir dentro de nuetras posibilidades”
Y comenzó el juego. La profesora iba poniendo ejercicios y los niños iban acumulando canicas. Como es normal, había niños más espabilidados que otros y pronto acumularon más canicas que los demás. De hecho, hubo algunos que las 10 canicas muy rápido. Mucho antes de que acabara la clase. Es más, pronto fueron acumulando más canicas. Hubo un chico, Walter, el más listo del publeo que ya tenía 15 canicas. Se lo había ganado. Solo habría que recordar un pequeño detalle, era el segundo más mayor de la clase. El primero, era Roberto, un niño con una de esas invisibles enfermedades raras.
Roberto, debido a su discapacidad, apenas había completado un ejercicio y por tanto, solo tenía un canica. Otros habían llegado a tener algunas más.
Otro de los alumnos, Pedrito, había completado su 5º ejercicio y se dirigió a la mesa de la profesora, reclamando su correspondiente canica.
Lo siento Pedrito, ya no me quedan canicas en el bote
Pedrito miró asombrado a la profe:
¿Pero profe, yo he completado mi ejercicio y tu nos has dicho que si completaba mi ejercicio tendría derecho a una canica, ¿qué hago ahora? No es justo
La profesora, comprensiva, miró a Pedrito y le dijo:
Tienes razón, pero así funciona nuestra economía. Es importante saber que tenemos que vivir dentro de nuestras posibilidades, así que tendrás que buscar otra canica en otro sitio, porque yo no tengo más.
Entonces…
¿Yo te puedo prestar una canica?
Era Walter, el chico listo. Me sobran 5 así que aun me quedarían 4 de sobra. Y Walter, que además de ser listo era generoso y le regaló a Pedrito una canica.
Pero de pronto, Sandra llegó también al pupitre de la profesora y pidió ¡3 canicas! Y Ana, pidió ¡5 canicas! y Antonio, y Susana, y de repente todos los chicos que habían acabado sus ejercicos un poco más tarde empezaron a reclamar sus canicas.
¡No había canicas para todos! Por mucho que trabajaran o por mucha generosidad que Eduardo tuviera con sus compañeros ¡era imposible que todos llegaran a tener 10 canicas¡ No había canicas para todos.
Al final de día, los padres llegaron a la puerta del colegio a recoger a sus hijos y solo Walter salió por la puerta. Había ayudado a sus amigos prestándoles las 5 canicas de sobra, pero no había sido suficiente. Solo él había conseguido las 10 canicas. Y ahora no había nadie con él para jugar en los columpios.
Los demás padres le preguntaron:
¿dónde están el resto de los niños?
Y Walter, algo apenado, les contestó:
“La profesora no les deja salir porque no han conseguido 10 canicas”
Walter contó a los padres en qué consistía el juego.
Un padre dijo:
Me parece bien, ¡nuestros hijos tienen que aprender a vivir dentro de sus posibilidades! Los que están dentro tenían que haber espabilado para conseguir las canicas antes que los demás y así poder salir, si no lo han hecho es porque han sido unos vagos o que han perdido el tiempo.
Muchos otros padres y madres asintieron.
“¡Cierto! dijo otro, será una gran lección para nuestros hijos”
Y todos volvieron a casa para que sus hijos aprendieran la lección. La señora Cardozo, la madre de Walter, regresó a casa junto a su hijo pensativa…
Al día siguiente volvieron a recoger a sus hijos y esta vez no salió ninguno..
¿Por qué no ha salido ningún niño hoy?
se preguntaban algunos padres.
Así que llamaron a la puerta del cole y hablaron con la profesora. Les dijo que ninguno había logrado conseguir las 10 canicas y que por eso no saldría ninguno.
Entonces, la Sra. Cardozo, que no había parado de darle vueltas al asunto, dijo:
Un momento, hay algo aquí que no encaja. En nuestra escuela rural, hay niños que son más pequeños que otros y que por tanto tardarán más en hacer los ejercicios. No es que sean vagos o que pierdan el tiempo, es que tienen menos práctica y menos conocimientos. No es justo que porque tarden un poco más, no reciban también sus canicas. Para ellos debería habar canicas, ¿por qué no hay para ellos?
La justa profesora les dijo:
Porque las canicas se han acabado
Ahora ya había más padres que protestaban. Muchos de ellos ya habían echado de menos a sus hijos por la noche:
Pero eso no puede ser. Podrías cortar unos papelitos, hacer que fueran vales de canicas y dárlselos a los niños a cuando hayan terminado sus tareas. Al fin y al cabo ellos han cumplido con su trabajo.
La profe siguió impasible:
Lo siento, no puede ser. Las reglas del juego son así. Solo se puede jugar con las canicas que había al principio. Tienen que vivir dentro de sus posibilidades y no saldrán hasta lo entiendan.
La madre de Walter protestó:
Pero eso no les enseña nada. Bueno, les enseña que los más mayores siempre ganarán y los más débiles y más lentos perderán. Y que están jugando a un juego cuyas reglas les impiden ganar aunque ellos cumplan con su parte. Es muy injusto.
Entonces la justa profesora sonrió y le dijo a la joven madre:
Ahora creo que todos hemos aprendido la lección. Todos debemos vivir dentro de nuestras posibilidades en nuestra vida particular. Sin embargo, los que en una economía tienen el poder único y absoluto de crear el medio de intercambio de bienes y servicios, tienen la obligación de asegurar que siempre haya un suministro suficiente de canicas para que todos podamos jugar
Y todos aprendieron la lección y todos supieron que en un sistema monetario fiduiciario el dinero no tiene valor intrínseco y que aquel que lo genera siempre puede y DEBE crear todos aquellos papelitos necesarios para garantizar que cualquier niño que haga su trabajo pueda salir de clase a jugar con su amigo Walter, y para que puedan dormir con sus familias después de haber hecho bien su trabajo.
Ah, se me olvidaba, la justa profesora se llamaba Europa.
NOTA IMPORTANTE PARA ENTENDER LA FÁBULA. He usado canicas como fórmula retórica, el cuento sería exactamente igual si Europa hubiera decidido anotar con palotes en una libreta el número de ejercicios completados y también hubiera limitado arbitrariamente los palotes a 100. ¿Os imagináis que negara a un niño pintarle un palote más en su contabilidad de ejercicios resueltos?
photo by: wakalani