Esta historia refleja muy bien cómo a veces las personas somos capaces de dejarnos llevar por lo que los demás nos dicen. Cuando nos dicen que algo es imposible, a veces terminamos creyéndolo y se acaba confirmando eso que nos decían. Siempre hay que escuchar lo que nos dicen, pero en ocasiones, cuando no nos llegan de fuera más que desánimos e inconvenientes, vale la pena no hacer demasiado caso a los demás, y sí dejarnos llevar por nuestras propias fuerzas y energías.
Pero dejémonos de teoría, ya que todo esto lo podemos entender y recordar mucho mejor por medio de la fábula de las dos ranas.
Las dos ranas. Fuente de la iamgen: imagenes.4ever.eu
Había una vez dos ranas que eran muy amigas, juguetonas y saltarinas. Ambas amigas sólo con mirarse eran felices, se entendían a la perfección y se conocían muy bien. Cada día salían a pasear juntas por el bosque, por el lago… y pasaban así largas horas en compañía.
Cierto día, en una de esas ocasiones en que iban paseando juntas, las dos ranas se despistaron y cayeron en un gran agujero de arena. Desde el fondo empezaron a saltar y saltar con todas sus fuerzas, pero veían que era imposible salir de aquel agujero. No obstante, la una y la otra saltaban y saltaban en un intento desesperado de escapar de ahí, intentando agotar cualquier posibilidad de salir de allí.
Entonces de repente una de las ranas oyó unas voces en el exterior y con toda su esperanza de ser ayudadas, gritó alto y dijo:
– Por favor, ayudadnos, queremos salir de aquí y nos es imposible
Arriba en la superficie acabó por asomar otra pareja de ranas, que paseando por allí, se habían cruzado con el agujero con mejor suerte, sin caer por él. Éstas alzaron la voz diciendo con pesar y abatimiento:
– ¡Qué desgracia! Es imposible sacaros de ahí, no hay forma.
El tumulto que se había formado, acabó por llamar la atención de otras ranas que andaban por la zona y acabó por formarse un buen corrillo alrededor del agujero. Cada vez eran más las voces que se oían desde el fondo del agujero:
– No sigáis saltando, el agujero es demasiado profundo.
– Las paredes son resbaladizas por el barro húmedo, jamás podréis salir así saltando.
– Lo mejor sería que guardásesis las fuerzas y no las malgastáseis inútilmente.
Escuchando los comentarios que venían desde arriba, una de nuestras amigas ranas acabó por desanimarse y aceptar que nunca iban a salir de aquel maldito agujero. Dejó de saltar y asumió lo que las otras ranas murmuraban desde arriba, tenían razón… Se rindió.
Sin embargo, la otra rana hizo caso omiso de todas las dificultades y del desánimo general. Seguía saltando con todas sus fuerzas, más y más alto, cada vez saltaba con más fuerza, y encontrando mejores apoyos en las paredes a base de fijarse en cada salto. Las ranas de fuera que al principio no podían entender su actitud, empezaron a dudar cuando vieron a la otra rana dando unos saltos cada vez más cerca de la superficie.
En uno de estos intentos, la rana saltarina finalmente logró saltar por encima del agujero y llegar a la superficie. ¡Se había salvado! Su esfuerzo, su sudor y su ánimo inalterable fueron los culpables de su éxito. Ya desde arriba explicó a su otra rana amiga cómo había ejecutado los saltos y los puntos de apoyo, y así también la otra rana, imitándola pudo finalmente llegar a la superficie.
Tras un momento de respiro, las otras ranas, asombradas, le preguntaron cómo lo había hecho y de dónde había sacado tanta energía. Entonces, para sorpresa de todos, no fue la rana heroína quien contestó, sino su buena amiga:
– No le preguntéis por qué ha hecho lo que ha hecho, pues mi amiga es sorda y no os escucha. Le preguntaré yo por gestos a mi manera, que nos entendemos bien, y os lo diré.
Las ranas amigas intercambiaron unos gestos, que resultaban muy extraños para las demás. No obstante se intuía que la cuestión era de dónde había sacado tanta energía, en una situación tan adversa, y con tanto desánimo por parte de los demás. Finalmente la rana amiga explicó a las demás cómo había afrontado la situación nuestra pequeña heroína:
– Dice mi amiga que nunca pensó que desde fuera nos estaban desanimando, sino todo lo contrario. Veía tanto movimiento y gesticulaciones, que pensaba que nos estaban animando a salir, que teníamos una oportunidad, y eso la ayudó a no perder la esperanza, e insistir e insisir hasta conseguirlo.
Aquel día cualquiera, gracias a un hoyo en la tierra y a un curioso malentendido, todas las ranas aprendieron una importante lección sobre la vida.
Sobre el autor
Yolanda
Yolanda Pérez Directora del centro de Psicología Eclipse Soluciones. Doctora en Psicología (nº col. CV-9418) y Master en Psicología de la Salud. Especializada en terapa adultos-intantil. Experta en formación y orientación laboral.