Revista Opinión

La fábula del amante pasajero

Publicado el 07 enero 2015 por Icaro @ateneo

Cuando él llega, la hora y la cama invitan al susurro; la posición de ella, de espaldas, a hacer las paces.

Pedro sonríe en la oscuridad y decide, o lo decide el alcohol o el desamor, incluso puede que lo haga por amor- jugar al despiste y escurrirse entre las arrugas de la cama. Imita la posición de ella y, mientras se cubre hasta el cuello, susurra << he dejado entrar a Cupido en tu casa, estaba muerto de frío en la calle, me ha contado que lo has echado a patadas y que después  has tirado las flechas por la ventana… ¿has hecho eso?>> . No -pero me gustaría, parece decir ella con una sola palabra-. Ya Perro, le pregunta si conoce la leyenda de la plaza de los leones de Granada. También contesta que no pero, haciendo un leve giro, levanta su cabeza de la almohada intentando, con las pocas fuerzas que la quedan, dar a entender que quiere ese cuento y cien más. Ella escucha, escuchará todo, escuchará la leyenda, escuchará su respiración y sus silencios.

Ágata quiere ir a Granada y Perro ya no sonríe. Más vale que el cuento termine bien. No sólo no está enfadada, está enamorada- discurre Pedro acertadamente. No le sirve el farol. Pensaba que no tenía cartas para ganar y resulta que en plena partida, tiene tres ases, más la reina de corazones que tiene bajo la manga. Las espaldas continúan frente a frente, iría contigo al fin del mundo, le dice una espalda a la otra. La otra no responde. Absorto en su papel de cuentista intenta buscar la mano de ella para llevarla a su pecho, pero no la encuentra.

Se gira y sólo alcanza a ver la fotografía de una mujer fumando de espaldas. ¿Qué hará para no mostrar un sentimiento contrario al de ella? Una fotografía de la que, al mirarla, se da cuenta que no recuerda nada, ni tan siquiera su cara. Eso es, la imagen de Ágata, de espaldas a él, le evoca una imagen fotográfica anónima que de repente descubre sin saber cómo ni por qué. ¿Cómo llegó esta fotografía aquí? ¿Quién la trajo? Se pregunta, sin ni tan siquiera sentir curiosidad por ver su cara.

Sólo es eso, una imagen. Está todavía lejos de darse cuenta que lo único que recordará en los próximos años de aquella última noche con ella será una imagen y un cuento sin terminar. Nada más.

Si tantos sueños fueron mentira, por qué te quejas.

Relato publicado originalmente en Ventanianos,año 2005

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