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Fuente: http://www.sxc.hu/
Emprendedores, emprendimiento, intraemprendedores, emprendeduría, etc. van ganando enteros en el mercado de las palabras cool. Términos que cautivan nuestra atención y que son evocadores de rasgos positivos, como cuando nos referimos a una persona diciendo que es emprendedora. Pero al margen de este clima de buen rollismo en este post quiero compartir contigo algunos aspectos acerca del emprendimiento que espero que nos ayuden reflexionar.
La actual crisis económica unida al inmovilismo empresarial, las malas prácticas en el management (recomiendo leer “Darwinismo empresarial, adaptación al cambio y toma de decisiones“), la disminución de los fondos destinados a la investigación y a la innovación, etc. están provocando un auténtico tsunami en el mercado laboral. Teniendo en cuenta que ninguna de las reformas acometidas hasta el momento ha sido capaz de reactivar minimamente la actividad empresarial y económica, la vía del emprendimiento es la pretendida tabla de salvación de muchas políticas gubernamentales.
Casi todos los políticos nos invitan a emprender al mismo tiempo que nos subrayan las innumerables oportunidades de negocio existentes en nuestro mundo globalizado (que las hay) pero ¿qué sucede con las experiencias de fracaso? ¿cuál es el impacto social para aquellos que han invertido sus ahorros, y en algunos casos los de su familia, y observan con impotencia cómo estos van menguando en favor de las deudas? Según algunas estadísticas, las menos dramáticas, más del 90 % de los emprendedores fracasan antes de los 4 años. Esto nos señala, en parte, lo torpe que somos para el razonamiento estadístico y la sobrevaloración de nuestras propias capacidades como explicaré más abajo.
Éxito y fracaso, dos caras de una misma moneda.
Quede claro que al hablar de fracaso no lo hago en un sentido peyorativo del término. De hecho, sería interesante definir qué entendemos por éxito y qué por fracaso. De todas formas, simplificando hasta el extremo todos coincidiremos en que toda experiencia representa un aprendizaje. No obstante, podríamos plantearnos el siguiente debate: ¿se aprende más del fracaso o del éxito? Algunos estudios científicos señalan que nuestro cerebro es más receptivo a las experiencias de éxito que a las de fracaso. En cierto modo esta información no aporta nada nuevo si tenemos en cuenta que los psicólogos demostraron hace tiempo que las recompensas por los avances son más eficaces que los castigos por los errores y en base a esto podríamos formular una cierta equivalencia con las experiencias de éxito/fracaso. En fin, el tema tiene bastante miga ¿te atreves a compartir tu opinión en los comentarios?
En cualquier caso, lo que quiero poner de relieve es que a menudo el emprendimiento se trata desde un plano muy superficial (me atrevería a decir que con un cierto matiz “flower power”). Insisto en que estadísticamente los casos de éxito son mucho menos representativos que los casos de fracaso. Por el contrario, la respuesta de los medios y de los que escribimos sobre estos temas es centrarnos precisamente en dar a conocer los proyectos de éxito y no tanto en analizar las consecuencias (emocionales, económicas, familiares, …) de aquellos que no lograron hacer realidad su sueño y vieron sus proyectos malogrados.
Buscamos el riesgo cuando el resto de opciones son malas.
El fenómeno del emprendimiento se pueden entender por la confluencia de varios factores, entre ellos la afirmación que acabo de hacer. Pero hay más, como la propia fragmentación y evolución del mercado de trabajo, y la ilusión cognitiva que pivota entre pensar que emprender es fácil (realmente lo es pero la parte más complicada consiste en mantenerse y crecer) y que todos tenemos cualidades para hacerlo. Todo ello puede provocar un efecto como el de un espejismo en mitad del desierto (ilusión óptica se debe a la diferencia de densidad/temperatura entre las distintas capas de aire). En nuestro caso esta ilusión vendría provocada por las distintas capas de realidad. Esto es, una amalgama narrativa en la que se funden la versión que vemos, oímos y leemos en los medios y el sesgo optimista propio de muchos emprendedores que les lleva a ver el mundo más benévolo de lo que realmente es y los fines que persiguen más fáciles de lograr de lo que realmente son.
Consejo: contacta con otros emprendedores e invierte tiempo en observarles, preguntarles y aprender de sus vivencias. Pero eso sí, toda la información que obtengas ponla en cuarentena. La búsqueda continua de aprobación y refuerzo social hace que las personas a las que preguntes puedan llegar a exagerar o a no ser totalmente sinceras.
Los beneficios financieros del autoempleo son mediocres: con idéntica cualificación, uno obtiene rendimientos medios más altos vendiendo sus propias capacidades a empleadores que estableciéndose por su cuenta. Los datos sugieren que el optimismo es algo muy extendido, pertinaz y costoso.
La importancia de gestionar las emociones.
Todo nuestro conocimiento tiene su principio en los sentimientos.
Leonardo Da Vinci (1452-1519)
Soy de los que defiende que el sistema educativo debe integrar en sus planes de estudio aspectos relacionados con el espíritu emprendedor (no necesariamente orientados a la creación de un negocio propio). De la misma forma, también considero que en esta formación debemos dar una gran importancia a la adquisición de hábitos y actitudes que nos ayuden a saber gestionar nuestras emociones. Saber perder, saber fracasar, saber convivir con el miedo y con la incertidumbre permanente, y como no, también saber ganar (todos conocemos ejemplos de personas que no supieron digerir su éxito profesional). En resumen, aceptar el fracaso como parte del leit motiv de la vida aunque sin llegar al extremo de glorificarlo.