Cuando los pensamientos irritantes o cínicos surgen, pueden afrontarse y considerarse, antes de que la irritabilidad alcance la cota de la cólera.
Si queremos especular con la catarsis, por extraño que parezca, no tendremos más remedio que cuantificarla; tendremos que saber qué cantidad de ira anulamos o quitamos y qué cantidad mantenemos o acrecentamos en un caso o en otro. Posiblemente quitemos tanta ira al estallar en un momento catártico como al prescindir propiamente de dicha catarsis. Debemos aceptar o rechazar ambas posibilidades, dentro de las variaciones que se quiera si es que queremos guardar una aptitud equitativa con nosotros mismos.
Digo esto, porque hoy leía un artículo en un periódico local sobre las sectas y su creciente intrusión en el campo de la salud. Son más de 200 grupos los que asentados en esta disciplina de las terapias alternativas y de la conducta, se abren camino en España con metodologías manipuladas y acomodadas a sus fines utilizando para ello sistemas conocidos como el yoga, el chi kung, o el control de las emociones. Y como expertos en terapias o coaching, se atreven con el desafío de inculcar a los ingenuos que caen en sus redes modelos de desarrollo como el de la catarsis.
La catarsis -el hecho de dar rienda suelta a nuestro enfado- es ensalzado por estas sectas como un modo adecuado de manejar la irritación. Sostienen que eso nos hace sentir mejor. Pero tal como sugieren estudios formales llevados a cabo por especialistas en el campo de la psicología, existen poderosos argumentos en contra de la catarsis, pues afirman que el acto de airear el enfado de poco o nada sirve para mitigarlo. Aunque, es verdad, que existen ciertas condiciones concretas en las que expresar abiertamente el enfado pudiera resultar apropiado. Por ejemplo, cuando se trata de comunicar algo directamente a la persona causante de nuestro enojo, obligando al otro más allá de todo sentimiento de venganza por nuestra parte, a cambiar la situación que nos abruma. Pero, lógicamente, esto es muy difícil de hacer, pues dada la naturaleza altamente inflamable de la ira es más fácil decirlo que practicarlo.
Por eso, el hecho de expresar abiertamente el enfado constituye una de las peores maneras de tratar de aplacarlo, porque los arranques de ira incrementan necesariamente la excitación emocional y hacen que nos sintamos todavía más irritados.
El efecto de expresar la cólera ante la persona que la ha provocado no hace sino prolongar nuestro mal humor en lugar de acabar con él. Parece mucho más eficaz entonces tratar de calmarnos y posteriormente, de un modo más asertivo y constructivo, entablar un diálogo para intentar resolver el problema.
Dicen los maestros tibetanos que al enfado ni lo reprimamos ni nos dejemos arrastrar por él.
Un tanto por ciento elevado de la población mundial, ha podido caer en grupos sectarios. Tengamos cuidado con esto y seamos conscientes de las falsas cualidades del gurú de turno. No existen los elegidos privilegiados, ni las terapias alternativas milagrosas a la medicina formal.