Es muy popular la expresión “hay que incentivar el consumo, para que la economía crezca”. La mayoría de los mortales la aceptan como apodíctica. Pero no es más que uno de los tantos mitos que pululan por la sociedad.
Los keynesianos desarrollaron el modelo del “flujo circular de la renta”, que muestra que la economía es un flujo de intercambio entre las familias domésticas (que aportan trabajo y compran bienes) y las empresas (que aportan salario y venden bienes), y el Estado (que cobra impuestos y los revierte en gasto social).
Este modelo es uno de los que más ha dañado a la visión que la sociedad tiene de la economía. Porque defiende lo siguiente: 1) La renta está dada y ésta circula entre los agentes económicos indefinidamente, que se la van repartiendo. 2) A mayor volumen de intercambio, más crecerá la economía.
Sin embargo, este modelo tan banal es falaz. La riqueza está constantemente creándose o destruyéndose, jamás permanece constante. Por ejemplo, en una crisis económica la riqueza de la sociedad disminuye. Muchos dirán sobre la crisis: “¿Dónde está el dinero, lo tienen los banqueros?” Pero la riqueza simplemente se ha destruido. Ademas, una economía sólida y próspera no es necesariamente aquella donde más “se mueve” el dinero, ni donde más puestos de trabajo hay o donde más se produce. La economía radica en las necesidades y, por ello, el desarrollo económico parte de la mejor y mayor satisfacción de las necesidades innatas del ser humano, así como el desarrollo tecnológico que permite una mejor distribución de los recursos escasos. Nada tiene que ver con que el volumen de intercambio sea mayor.
Esta idea, aunque parezca “tonta”, es muy importante y conviene tenerla muy clara. Por ejemplo, cuando suele debatirse sobre la viabilidad de una determinada política o proyecto empresarial suele ser admitido como buen argumento el de que “creará más puestos de trabajo”. Pero crear más puestos de trabajo en sí no dice absolutamente nada, puesto que, si esa política o negocio no está encaminado a mejorar la satisfacción de las necesidades humanas, tal idea lo único que consigue es desaprovechar los escasos recursos humanos.
Imaginemos una calle repleta de puestecillos idénticos que venden almendras. Si la gente no les comprara almendras (o no necesitara adquirirlas) ellos no estarían ahí, ya que eso supone un desperdicio de tiempo y trabajo. Pues bien, algunas políticas contumaces del Estado se centran en subvencionar proyectos como los-puestecillos-que-no-venden, con el fin de mantener más puestos de trabajo. Por ejemplo, las energías renovables: si las energías renovables no son energéticamente eficientes ni económicamente rentables, ¿por qué mantenerlas con dinero público? ¿No es eso un desperdicio? En efecto, con el dinero invertido en energías verdes se podrían construir, al menos, dos ITER (plantas nucleares de fusión).
Y es que el desarrollo económico no va tanto a “mantener puestos de trabajo” o “fomentar el consumo”, como a aprovechar los recursos escasos de la sociedad y que la sociedad aumente su ahorro (pues el ahorro incentiva a los empresarios a desarrollar bienes más productivos, y que satisfagan mejor las necesidades humanas).
Ejemplos de que la falacia ha hecho mella:
La SGAE en numerosas ocasiones ha reconocido que el nuevo modelo de negocio musical, que actualmente está dirigiéndose a Internet, no favorece a la industria porque todos los intermediarios se pierden y, eso, son muchos trabajadores perdidos. Según su argumentario, para los de la SGAE, el mechero no debería haber nacido, porque el creador del fuego ha perdido mucho dinero con ello, y la sociedad puestos de trabajo.
Un argumento muy utilizado relacionado con esta idea es el de que “China nos está quitando puestos de trabajo y nos va a aplastar”. Como se deduce de mi artículo es todo lo contrario: China permite que ahorremos recursos humanos, al mismo tiempo que podemos adquirir sus productos a un precio más barato (aumento de la riqueza), así como estrechar las relaciones exteriores. Los recursos humanos ociosos se irán integrando en otros sectores de la economía, que experimentarán un auge.