Mirad esa casa. ¿Hacia dónde va? Si es que va a alguna parte. ¿Estará estancada? ¿Retrocederá? La puerta está sellada. No hay ventanas. Los únicos orificios, por los que apenas se cuela el aire, son aquellos por los que asoman los remos. Pero ¿quién los maneja? No surcan ningún agua. No hay nada alrededor. Vacío. No hay referencias. ¿O tal vez el vacío está dentro y en el exterior se representa la nada porque desde el interior no se tiene acceso a lo que hay fuera?
Mirad, pero esta vez mirad dentro. Sara Mesa nos abre una rendija. Mirad, pues, aunque sea "inadecuado o precisamente por eso, por ser inadecuado".
Hay una familia. Padre, Madre, primogénito, hija, hijo menor y la hija recién llegada, que es apenas un poco mayor que la hija que ya estaba. Damián y Laura son los padres, aunque casi siempre serán para nosotros Padre y Madre. Los hijos son Damián, Martina, Rosa y Aqui, de Aquilino. Los cuatro son muy diferentes, como suelen serlo los hermanos, aunque a menudo se piense lo contrario. Los cuatro son diferentes, sí, pero comparten el hecho de la infancia en común.
Mirad, mirad a los hermanos. Miradlos de niños. Miradlos de adultos. La infancia puede lanzar a la adultez o puede lastrarla. Mirad al padre. Todos lo miran. Es omnipresente. Mirad a la madre. Esta ahí: víctima y cómplice necesaria en esa familia. "El matrimonio es un lugar misterioso".
Mirad lo que Sara Mesa nos muestra. "Lo que más le gustaba en el mundo, con diferencia, era observar, inventar y narrar, esa mezcla explosiva", leo en la historia que me cuenta de esa familia. Lo que más le gusta en el mundo a la escritora madrileño-sevillana, pienso, es esa mezcla explosiva que nace de observar, inventar y narrar.
Mirad esa mezcla explosiva. En esa casa no hay aire. Solo se respira opresión.
"Las ramitas que se quedan apretujadas en medio del manojo, ¿no se asfixian?
"Cada ramita es como una persona, eso es lo que había que imaginar, ¿no? Si son personas por separado también son personas cuando están atadas. Por eso, a las que se quedan en medio les falta el aire y... se pueden morir".
Mirad. En esa casa no hay gritos. " Más que obligarle, se lo había pedido con amabilidad "enfado dando paso al impulso de la comprensión, la conciliación, etc." . Era muy complicado enfrentarse a eso", a ese
"-¿Son estrictos tus padres [...]?
-¿Estrictos? ¿Qué quiere decir estrictos?
-No, no nos riñen, pero hay cosas que no podemos hacer. No nos riñen porque no las hacemos".
Mirad. En esa casa la verdad es engañosa. "Ya intuía que la verdad, dicha por ciertas bocas, es imposible de alcanzar. ¿Quería saber las cosas a través de la boca de Padre? ¿Cosas secretas? ¿Cosas ordinarias "preguntar mancha, pensó una vez, [...], sin entender del todo qué significaba eso que sonaba tan cierto, lo de ensuciarse solo por mostrar curiosidad". ?" "¿Qué grado de sinceridad le estaba permitido?" Si
Miro. Miro lo que Sara Mesa me hace mirar. Miro a diferentes personajes y en diferentes tiempos. Miro a los cuatro hermanos. Miro a Madre y a Laura antes de convertirse en Madre. Miro lo que ellos miran. Miro incluso lo que mira un tío y lo que mira una vecina. Miro a Padre: omnipresente. Lo que Sara Mesa elige no permitirme mirar -y es curioso que solo me haya percatado de ello tras terminar la lectura- es lo que mira Padre o cómo se mira a sí mismo.
Pero yo miro a Padre. A veces creo que incluso casi alcanzo a verlo. Veo a un hombre intransigente, autoritario, con aires de superioridad. Nadie está a la altura de sus expectativas, ni siquiera él mismo, por lo que se pasa la vida trampeando para aparentar que llega a las mismas. Se rige, y hace que su familia se rija, por un férreo código ético y moral. Es pura fachada de buena educación y conducta intachable. Es solo fachada. Es una fachada rígida y por lo tanto frágil, insegura. A veces pienso que si se rompiera miraría dentro y solo encontraría un gran vacío. Miro la terrible influencia que ejerce sobre su familia. Lo miro a él y cuanto más lo miro más pena me da. La pena no es el mejor de los sentimientos, lo sé, pero es lo que hay.
"Sintió un profundo pesar. Se lo imaginó enclaustrado en su despacho cada tarde, dejando registro de la cronología de su desencanto, y tuvo un escalofrío. Sintió también una punzada de compasión, que se esforzó en rechazar de inmediato. Cuánto sufría ese hombre, se dijo, qué sombras ocultaba, y todo para qué. Para nada".
Miro esta novela de Sara Mesa. La miro y no veo en ella otras novelas de Sara Mesa. La sigo mirando y empiezo a ver por allí o por allá a la Sara Mesa que conozco pero que, aun así, nunca es predecible. La veo especialmente en la Rosa adulta (una novela solo para Rosa, por favor, Sara Mesa; quiero seguir mirándola) y algo también en la Martina adulta. Son personajes que me recuerdan a las protagonistas de y de . Son un tipo de personajes que la autora borda especialmente, aunque, siendo justa, he de decir que todos los personajes de esta novela son magníficos.
Miro y miro y me la paso mirando esperando que la mezcla explosiva termine por explotar. No ocurre así. No obstante, me gusta mucho lo que Sara Mesa me da a mirar al final.
Sigo mirando tras terminar la lectura y cuanto más miro dentro mi cabeza más me gusta esta novela.
Mirar nos lleva muchas veces a juzgar. "Hay un tipo de incomprensión que siempre va ligada a la censura moral". Mirar nos lleva otras veces a dejar de juzgar porque mirar mucho a los otros termina por hacer que nos miremos a nosotros. Dejamos de juzgar para no tener que juzgarnos, que mirarnos. ¿Quién es cada uno de nosotros para juzgar a nadie si por mucho que miremos nunca vemos el fondo ni la totalidad?
"Aquellos que tienen dobles vidas, los que sufren por debajo de lo visible, los que son perseguidos por cometer actos deshonrosos, los que levantan el brazo para protegerse y esconden la cara, tienen ganada de antemano su compasión.
Lo obsceno es una categoría que, intuitivamente, [...] reserva ya para otras cosas".
No miréis a Sara Mesa. No la veréis. Ella es la autora invisible, maestra en hacernos mirar. Sara Mesa -tal vez más imperceptiblemente en esta novela que en otras- es la maestra de la ambigüedad moral.
Mirad. Mirad La familia. Esa familia. No es la tuya. No es la mía. Todas las familias se parecen, pero ninguna familia es igual.
Mirad esa familia. Mirad esa casa. "El trazado del piso era idéntico al suyo, pero había que esforzarse para reconocerlo. Quizá todo estuviera más limpio y ordenado, pero no era más claro sino más oscuro, con menos color, más oprimente. [...] prefería el abigarramiento decorativo de su madre, las viejas alfombras y los cojines estampados, los cuadritos cubriendo las paredes para tapar desperfectos y las figuras por doquier cubiertas de polvo".
Mirad. Tal vez penséis: "Qué hombre más irrelevante, [...], qué historia más pequeña en el fondo". Mirad las pequeñas grandes historias de Sara Mesa.
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