Sabéis de mi afición por las biografías de reinas y princesas. Qué sé yo, será de tanto leer el Hola en mis tiempos mozos (ahora ya he perdido algo de afición), que se me ha quedado ahí una neurona que necesita de terciopelos, oropeles y su poquito de drama para ser feliz. Vete a saber.
Total, que me encontré con este libro y me faltó tiempo para hincarle el diente. Me ha durado el bocado tres días de nada, lo que me parece fatal, porque iba yo dispuesta a pegarme un atracón. Esto no significa que el libro sea poca cosa, qué va. Es que se lee muy bien y se hace ligero aunque contiene mucha información y se aprende un montón sobre la época de la Restauración. Por cierto, me ha resultado muy curioso leerlo porque hace poco hice lo propio con La Reina de las Lavanderas, de Carmen Gallardo, y, prácticamente, tratan de la misma época pero desde bandos distintos. La reina de las lavanderas fue María Victoria del Pozzo della Cisterna (angelico), esposa del rey Amadeo de Saboya, y la Favorita era Elena Sanz, la amante oficial de Alfonso XII. Ergo, compartieron época histórica, así que en ambos libros se repiten personajes, pero vistos desde perspectivas diferentes. Muy interesante.
¿De qué va el libro? Pues de los amores de Alfonso XII y Elena Sanz. En esencia la novela es una sucesión de encuentros y desencuentros, de ahora no te quiero y ahora sí, ahora vete, ahora ven, que, a ratos, puede desconcertar. Pero es que aquello debió ser así. Una historia prohibida desde todos los puntos de vista, que, al mismo tiempo, era lo único que tenían sus protagonistas para aferrarse a una vida extraña. Sobre todo en el caso del rey, que vivió muy rápido, muy deprisa, enfermo y presionado por una madre que era para echarla de comer aparte, por dejar un heredero -legítimo- y que murió muy joven. De hecho, es uno más del club de los 27, así que seguro que está por allá pasándoselo pipa con la Winehouse y el Cobain, porque, otra cosa no, pero le gustaba la farra más que a mi gato una gamba. Como a su madre, por otro lado, y a unos cuantos de sus descendientes. El gen Borbón funcionando a tope.
Elena Sanz, a todo eso, era una cantante de ópera que debía ser lo más de lo más. No se puede comprobar porque no hay grabaciones de su voz. Según los cánones estilísticos de la época era un bellezón, denominación que no vengo yo aquí a discutir. Tan sólo afirmo que, claramente, he nacido en la época inadecuada. Porque si esta buena señora era un bellezón, yo soy Giselle Bundchen.
Disculpadme, pero lo que es, es. La foto del rey debe ser del tiempo en el que se conocieron, cuando él tenía 15 años.
Superficialidades aparte, esta novela apuesta por la versión romántica del asunto, en la que Alfonso XII quiso montarse un Letizia y casarse con la plebeya por sus santas narices. Cómo casa esta versión con la que nos han contado siempre de su amor de verdad por María de las Mercedes, es otra historia. La autora lo intenta y casi lo consigue. Que se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco, oiga. Y María de las Mercedes era una santa a la que la penicilina le hubiera hecho un gran favor, la pobretina.
Claro, a mí me chirría porque yo soy muy de la película y de Vicente Parra y Paquita Rico que no se puede ser más guapos, hombre ya. Además María Cristina de Hasburgo siempre me ha caído bien, con su cara de horror permanente ante este país que le cayó en suerte.
Pero el caso es que Alfonso XII tuvo dos churumbeles con Elena Sanz, cuyos descendientes reclamaron hace unos años el apellido y tal. La cantante se exilió a París cuando murió el rey y tuvo que vender todas las cartas comprometidas a María Cristina para asegurarse un dinero con el que sostener a sus hijos. A partir de ahí la autora se monta un final que me ha encantado. Y hasta ahí puedo leer.
Este libro te gustará si... Te gusta Montserrat Caballé y la historia de España del XIX.