EUGENIO ORELLANA
Todos vamos tras la felicidad, a veces sin saber a ciencia cierta tras qué vamos.
Nos agrada la comodidad y la buscamos como si comodidad y felicidad fueran sinónimos. Y no lo son. Que nada ni nadie nos moleste o nos provoque un disgusto. Incluso hemos llegado a concebir la felicidad del cristiano como una vida exenta de persecuciones y dolores. Queremos ir tras las pisadas del Varón de Dolores sin experimentar dolor. Y cuando lo sufrimos, ponemos el grito en el cielo.
¿Qué es la felicidad?
Me hice la pregunta un día de estos cuando, mientras almorzaba en mi hora de lunch descubrí que podía masticar casi sin que me molestaran las encías, adoloridas y cosidas después de la última de una serie de cirugías a las que me he tenido que someter. Ese hecho tan insignificante, junto con plantearme la cuestión, me produjo una felicidad tan grande que casi podría compararla con aquella que experimenté cuando cambié mi transportation(*) por un cero kilómetros hace de esto ya casi una década.