Continuación…
Aún así, debemos admitir el dolor en nuestra vida. Como el amor, el dolor es una emoción que surge del corazón. Por definición es irracional e intempestivo, pues llega cuando llega a nuestra vida. A veces por una causa, a veces desconocida. Y el dolor es algo que debemos sentir y experimentar -sin resistirnos a ello, sin dejarlo enterrado en nuestro corazón-, pues tiene su función en nuestra vida. El dolor es algo tan humano como el amor. Es una emoción que nos despierta a la vida, obligándonos a profundizar en nosotros mismos y encontrarnos con lo esencial de nuestra existencia. Ante el dolor, desaparece lo accesorio. Y eso es fundamental para reconducir nuestra vida hacia lo auténtico y renunciar a todo aquello que conforma nuestra vida cotidiana y que nos distrae de nosotros mismos y de nuestra realidad.
Aún así, siendo como es el dolor una emoción que nos impide sentirnos felices, debemos aprender a aceptar que la mayoría de las veces el dolor es la antesala de la felicidad. Porque la felicidad requiere sensibilidad y aceptación de la realidad. Si sentimos el dolor y lo atravesamos sin miedo, detrás aparece la felicidad, simplemente porque el dolor nos abre el corazón y eso es algo necesario para experimentar la felicidad! Y, siendo la felicidad y la infelicidad dos caras de una misma moneda, también ambas se pueden compartir. ¿No es el dolor lo que muchas veces nos une a dos personas, temporalmente? ¿No es una emoción como la alegría y la felicidad, lo que nos lleva a compartirla? Aunque para ello deberemos familiarizarnos con el placer y el dolor, con la felicidad y con la infelicidad, pues ambos extremos son inherentes al ser humano y resultan emociones que se pueden compartir, gracias al amor. Porque amar es darse por entero, con todas las luces y sombras que poseemos. Paradógicamente, gracias al amor la felicidad crece cuando se comparte y el dolor, en cambio, se diluye al hacerlo.