
No sé si me estoy volviendo mayor, más sabio o simplemente más tonto, pero últimamente tengo muy claro lo que me hace feliz. Y no, no es una cuenta bancaria repleta ni un coche de alta gama, que tampoco me molestaría. Es algo mucho más básico, más de andar por casa, literalmente, son dos ventiladores de techo. Sí, sí, no me he vuelto loco. Bueno, no más de lo normal.
La semana pasada decidimos poner ventiladores en el comedor y en mi habitación. Fue una de esas decisiones que piensas "venga, lo hago", y luego te cambia la vida. No sé cómo he podido vivir tantos veranos sin esto. De verdad. Te tumbas en el sofá, con el airecito dándote en la cara y sientes que podrías estar perfectamente en un resort de lujo en Bali. Pero no, estás en tu comedor de toda la vida con la ropa tendida al fondo y los agapornis mirándote con cara de “¿y esto ahora?”. Y aún así… te sientes rico. Rico de esos de serie que desayunan zumo natural con vistas al mar. Pues igual, pero con una infusión y vistas a una plaza interior.
Y es que yo soy una persona simple. Me río con facilidad, no hace falta que el chiste sea bueno. Con que tenga un juego de palabras regulero o una cara tonta, ya me tienes. De hecho, si hay algo que me define es esa capacidad de disfrutar de lo más básico. Un ventilador, una buena sombra, un bocadillo de jamón… y si me apuras, un meme tonto a media tarde.
A veces pienso que, en un mundo que nos empuja a tener más, a correr más y a complicarlo todo, ser simple es una forma de rebeldía. Yo, con mis ventiladores, mis chistes malos y mis siestas de finde, voy por la vida diciendo: “yo con esto ya estoy bien, gracias”.
Y la verdad es que lo estoy.
Se supone que el de la imagen soy yo, según la inteligencia artificial. No sé si algún día nos conquistarán, pero a mí, de momento, me quiere eliminar a base de colesterol y diabetes. Que conste que no estoy tan gordo… ni tan viejo, ¿eh?. Igual es su forma sutil de sugerirme que me ponga en forma… o que deje de pedirle fotos.
