Relatos en primera persona
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Gabriel García Marquez.
La Felicidad no es Psicológica | Parte IISegunda parte del relato La felicidad no es Psicológica, en dónde hablo de cómo, en el 2011, decidí asistir al psicólogo por unos problemas que tenía a raíz de mi insatisfacción constante de las cosas y las renuncias periódicas a empleos por este tema.
LEER LA PRIMERA PARTE
A LA SEMANA SIGUIENTE ESTABA DE NUEVO sentado en el sillón de la psicóloga (no había comprado el diván la muy turra)
—Ezequiel, habláme de esos empleos a los cuales renunciaste durante este año. Y también háblame cómo era la relación con tus compañeros de trabajo.
Yo enseguida me puse a la defensiva, todavía no entiendo por qué, y le dije que había renunciado por los trabajos en sí. Que lo que más extrañaba de éstos eran a mis compañeros, sobre todo, a mis amigos de OSDE. Me había hecho de muchos amigos allí. Viví dos años y medio espectaculares, conociendo en profundidad a personas extraordinarias. Le dije que con la mayoría me seguía reuniendo a comer cada tanto y recordábamos con placer viejas épocas. Continué diciéndole que la pasaba bien trabajando con ellos pero que me aburría mi tarea en la empresa y no le veía futuro. Tampoco tenía ganas de hacer carrera dentro de la compañía porque no estaba de acuerdo con algunas políticas internas, y a su vez, las promociones y ascensos son demasiado lentos, a mí entender. Pero le aclaré, y le recontra aclaré, que si me había costado tanto la decisión de renunciar a OSDE, si había pasado varias noches en vela evaluando esa decisión, sólo era por el cariño que les tenía a mis compañeros. Nada más… y nada menos.
—Contáme como era para vos trabajar junto a tus compañeros de OSDE.
Le empecé hablando de como nos divertíamos mientras trabajábamos, mientras controlábamos interminables planillas de los médicos, y tratábamos de hacer que se nos pasen las tediosas horas inventando juegos y contando chistes. Le relaté ese día que estuvimos horas diciendo países, ciudades y pueblos cuyos nombres empiecen con la letra M (hay una gran cantidad que no se imaginaran cuantos) hasta que, ya sin poder encontrar uno nuevo, y a punto de terminar la jornada laboral, un compañero, que prefiero conservar su dignidad y no nombrarlo, dijo “¡Yo tengo uno! ¡Yo tengo uno nuevo! Msterdam” (refiriéndose obviamente a la capital de Holanda). En ese preciso momento dimos por finalizado el juego, juntamos ofuscados nuestras cosas y nos retiramos cada cual hacia nuestras casas, no sin antes prohibirle hablar por varios días hasta nuevo aviso.
También le conté de esa vez que nos pusimos a divagar sobre la familia de James Bond. Estaban su primo negro, Car Bond; su hermana despensera, Bond Diola; el tío súper héroe, Supra Bond; el abuelo músico, Trom Bond; su compasivo padre, Bond Dad; su otro primo, el actor y famoso productor de televisión francesa, Bond Suar; y muchísimos miembros más de esa gran familia Bond. Cómo nos divertíamos a pesar del trabajo súper aburrido, rutinario y repetitivo que hacíamos.
Asimismo le hablé de mi trabajo en la compañía de seguros Amado. Le dije que lo extrañaba mucho a Juan Carlos, ya que nos había dejado hacía seis meses, porque había sido una persona importantísima en mi vida. Recordaba las extensas charlas que teníamos mientras trabajábamos, incluso, había días que nos quedábamos hasta altas horas de la noche, o salíamos a comer a algún lado y hablábamos de la vida. El cariño y el respeto que siento por esta persona es infinito y siempre le voy a estar agradecido por todo lo que me enseñó. Le relaté esa vuelta cuando me invitó a comer a su casa, mientras yo estaba trabajando para OSDE, y sin vergüenzas, durante el postre, me preguntó que hacia falta para que yo vaya a trabajar a su empresa. Así era Juan Carlos; directo. O esa otra, cuando me dijo que me iba a prestar un auto y yo le comenté que no sabía manejar. Él me respondió que ese no era problema suyo y esa misma tarde estacionó un Renault 19 color rojo en la vereda de la oficina y me dijo mientras me entregaba las llaves: “Es tuyo. Llevátelo a tu casa como puedas”. También recuerdo cuando miramos juntos el Mundial de Fútbol de Sudáfrica comiendo chorizos con galletas, y su voz a la mañana cuando yo llegaba y él gritaba desde la cocina: “¡Llegó el Pila!”. Después de su muerte me encontré nuevamente perdido y sin saber que rumbo tomar. Fue un golpe muy duro para mi por todo lo que significaba Juan Carlos. Traté de seguir como pude en la empresa, pero después de un tiempo decidí renunciar e irme a trabajar a la compañía de un amigo de la universidad.
A todo esto, la psicóloga, al igual que la semana anterior, siguió el relato escribiendo en su cuadernito y sonriendo más que de costumbre, aunque en esta ocasión no sé si sonreía por la satisfacción que le causaba estar encontrando la solución a mi problema o porque anotaba los nombres de los familiares de James Bond. La cuestión que lucía feliz y contenta.
La duda me quedó porque en este punto dimos por finalizado el segundo encuentro.
Continuará…