El sufrimiento, las dudas, también son un sistema crítico, en el más sano sentido de la palabraEn nuestra comprensión de la felicidad, de aquello que ésta sea, figura desde siempre la certera constatación de un límite. A la existencia humana dicha constatación acude, ante todo, cuando se toma conciencia de que la vida, que quiere ser 'vida feliz', se halla bajo la constante amenaza del dolor, del sufrimiento, de los miedos y temores y, en último término, del acabamiento definitivo que parece presentarse con la realidad de la muerte. Todo esfuerzo por caracterizar los posibles y diversos modos de acceso a la felicidad ha de tomar el pulso, enfrentándose, a la mencionada constatación: parecemos condenados a un capricho cuyos enemigos montruosos habrán de tener en su mano, a la postre, la inexorabilidad de la sentencia. No existe un acercamiento honesto a la cuestión de la vida feliz −'de beata vita', en palabras de Agustín− si la noción de límite es eludida tanto implícita como explícitamente. Prometer una filosofía, una política o una religión o sistema de creencias 'de la felicidad' sin exponer claramente la realidad del sufrimiento humano equivale a mera propaganda, con el agravante −a sabiendas o no− de estar traficando impunemente con los deseos y esperanzas más hondos y genuinos del ser humano. No hay voluntad más humana que la voluntad de querer ser feliz, a lo cual ha de añadirse que la voluntad ciega no conduce a nada sin el cabal ejercicio de la razón: «Todo hombre desea, por naturaleza, saber» (Aristóteles, Metafísica I, 1).