Resulta insoslayable, en una selección de clásicos para regalar en estas fechas (o en cualquier otras, en verdad), la edición de La Feria de las Vanidades, de William M. Thackeray, que acaba de publicar Alba en su colección Clásica Maior. Tapa dura, 888 páginas y nueva traducción a cargo de Miguel Temprano García. Incluye además el volumen las ilustraciones originales que hiciera el autor, a lápiz y plumilla, para la novela.
Thackeray confesaba que veía a la gente en su mayor parte «terriblemente tonta y egoísta» y que en su novela únicamente pretendía inspirar a los lectores a mirar dentro de sí mismos y sus propios defectos. Pese a lo divertido y chispeante de su trama, La Feria de las Vanidades (Vanity Fair, 1848) es un retrato oscuro de la naturaleza humana. Su propio subtítulo -una novela sin héroe-, ya prepara al lector para lo que va a encontrar dentro: una amplia galería de personajes masculinos y femeninos, en mayor o menor medida defectuosos. Y talmente son presentados.
Las debilidades humanas que Thackeray ilustra son las eternas y consustanciales a nuestra especie: la codicia, la holgazanería, el esnobismo, y las maquinaciones, engaños e hipocresía que lo enmascaran. Plena actualidad, en definitiva.
Sátira acerba e implacable a veces, La Feria de las Vanidades es una de las grandes novelas del XIX. Y un perfecto exponente de la literatura realista de análisis psicológico y propósito moralizador.
«¡Ah, vanitas vanitatum! ¿Quién de nosotros es feliz en este mundo? ¿Quién de nosotros consigue alcanzar sus deseos, y, cuando estos se cumplen, se da por satisfecho?», proclama Thackeray citando el Eclesiastés.