Tras los anaqueles hay otra Feria Internacional del Libro. Una que apenas se percibe entre los tabiques y las paredes de las áreas expositivas. Nunca la narrarán los periódicos nacionales, pero ese evento paralelo y oculto sostiene al otro. Un entramado de penurias, jornadas laborales sin fin y salarios paupérrimos, soportan la principal vidriera editorial de la isla. Por cada página impresa, hay una larga lista de irregularidades, improvisaciones y expoliaciones
El Instituto Cubano del Libro (ICL), es el principal organizador de esta fiesta de la lectura que se realiza cada febrero. Sin embargo, el propio organismo estatal que controla la producción literaria se encuentra agobiado por la falta de recursos y los escándalos de corrupción. Su directora Zuleica Romay ha pedido la renuncia semanas antes de comenzar la FIL. Sin embargo, aún resulta una incógnita si le otorgarán la “liberación” de sus responsabilidades o deberá “cumplir con el deber” de mantenerse en su puesto.
Muchas de las personas que trabajan en esta vigésima tercera edición de la Feria, hacen el papel de hormigas que evitan el derrumbe del hormiguero. Los méritos que se anotarán a la cuenta del gobierno cubano, son el fruto de sacrificios personales y atropellos que ningún sindicato reclamará: almuerzos que se demoran o nunca llegan, decisiones editoriales que no pueden ser tomadas porque primero “hay que consultar al compañero de la seguridad”, trabajadores que llevan recursos de sus propias casas para adornar el lugar, libros que viajan en el maletero de un auto privado –o en la cesta de una bicicleta- a falta de gasolina institucional y un suministro de agua que no llega hasta la boca de los sedientos empleados…
Una “Feria escondida”, que no aparecerá en las estadísticas ni en los titulares.