Uno de los primeros requisitos que nos exige intuitivamente la práctica meditativa es la indagación acerca de nuestra identidad, de quienes somos realmente. En un principio, generalmente, la meditación no nos va a decir quienes somos, pero si que nos va a evidenciar qué es lo que no somos.
En este artículo vamos a tratar de dar un poco de luz a lo que respecta nuestra naturaleza real, o al menos, vamos a intentar cuestionarnos algunos supuestos fuertemente arraigados en nuestras creencias. De hecho, estos son los supuestos que forman todos nuestros cimientos.
Aquí, desde el comienzo de esta apasionante aventura, empezamos con las complicaciones. La mente (es decir, lo que entendemos como yo o sujeto conocedor, que se diferencia de lo conocido) intenta asumir el control de la situación, ponerse a meditar y crear una estrategia mas en su vida. También la mente misma va a intentar explicarnos, con inteligentes argumentos, quienes somos.
En el camino del crecimiento personal, no caben los engaños, y debemos ser muy cuidadosos y serios en nuestros descubrimientos. Debemos evitar caer en falsedades y autocomplacencias.
Partamos de lo siguiente, y vayamos al grano directamente. Si yo le pregunto “¿Quién es usted?” seguramente usted me responda “soy tal o cual, soy de Bilbao, me gusta la música, la naturaleza, etc.” Bien, continuamos, y le pregunto “¿Donde esta ese usted?” usted me responde con otra idea, otro pensamiento que le viene a la cabeza, así hasta el infinito. Hasta aquí, lo habitual. Si usted es realmente sincero, sabrá que todo lo que me responde es una idea, un pensamiento, que cierto o no, ha aprendido, algo “que le viene a la cabeza”. Donde intentamos llegar es a la conclusión, de que todo lo que usted utiliza para definirse, es un pensamiento, una idea. ¿Realmente es así, verdad? Pero si yo le pregunto “¿Quién es usted, o precisamente, quien piensa todo esto?” Si se pone a buscar al pensador, al verdadero sujeto, se quedara estupefacto, pues no encontrara ningún sujeto, ningún pensador, independiente del pensamiento. Esto puede parecer algo complicado, pero es muy sencillo.
Por mucho que piense, no localizara al pensador, pues este será otro pensamiento. El filosofo David Hume lo expresó claramente:
“Cuando vuelvo mi reflexión sobre mi mismo, nunca puedo percibir este yo sin la presencia de una o más percepciones; es más, no puedo percibir nunca otra cosa que las percepciones. Por tanto, es la composición de éstas lo que constituye el yo. Todas nuestras percepciones particulares son diferentes y discernibles, y su existencia no depende de nada.”
¿Quiere una prueba de ello? Bien, ya quizás usted tiene bien claro quien es, y ya que también cree que tiene la capacidad de pensar, reflexionar, etc. a voluntad, le pido que se tome un minuto (solamente un minuto) y se relaje. No piense absolutamente en nada.
¿Qué ha sucedido? Por favor, sea sincero, esto es vital, puede suponer un cambio en los cimientos de su vida.
Lo que ha sucedido es que el pensamiento ha seguido apareciendo. A pesar, como dueño de sus pensamientos, de que ha intentado detenerse, no ha habido nada que hacer, no ha podido controlar el pensamiento, pues ese yo que siempre ha creído ser ES el pensamiento, no el pensador.
Esto no significa que no exista un (digámoslo así) individuo con una singularidad única. Lo que estamos diciendo, como diría Krishnamurti, es que el observador y lo observado, no son dos, no están separados, es decir, el observador es lo observado. Y esto es un alivio, pues entonces, la aceptación y la atención sin elección aparecen sin reservas, ya que ahora existe la comprensión de que no hay un yo capaz de rechazar la experiencia presente, de que un pensamiento negando a otro es una perdida de energía, un movimiento falso.
Dejemos por ultimo, a modo de reflexión, este bello cuarteto de TS Eliot (“Los hombres huecos”):
…escucha la música tan hondamente
que no se oiga, porque,
mientras suene,