Las sanguijuelas se han usado para fines medicinales desde la época babilónica, cuando las conocían como hijas de Gula, diosa mesopotámica de la medicina. Fueron usadas durante siglos por egipcios, chinos, griegos y romanos y, siguiendo las instrucciones de Avicena, se protocolizó su uso hasta el siglo XVIII, combinándose con la teoría humoral. Sin embargo, un siglo antes de su abandono, la revolución francesa le dio un último soplo de vida.
La revolución francesa quiso traer la modernidad al país abandonando las viejas costumbres, traduciéndose en la creación del calendario republicano o las tendencias en la moda, entre otros. François-Joseph-Victor Broussais, quien sería conocido como el vampiro de la medicina fuera del país, supo aprovechar la situación y sus dotes oratorias para iniciar una renovación médica. Para Broussais, la enfermedad era causada por una inflamación originada en el estómago que provocaba una sobreestimulación y se extendía a otros órganos. Para tratar esta alteración presentaba la aplicación de sanguijuelas, un tratamiento popular y sencillo, pues los médicos que dominaban la lanceta se habían ido a atender a los soldados en las guerras revolucionarias. Así, el paciente recibiría un tratamiento más placentero y seguro que los habituales, pues incluso se criticaba que la lanceta desangraba demasiado rápido, afectando al corazón.
Por ello, la sanguijuela se convirtió en una panacea que curaba todo mal, tanto en humanos como en animales, y fortalecía al usuario, aunque hubiera signos evidentes de que el vigor se les escapaba del cuerpo. Aquellos que antes habrían estado demasiado débiles para una sangría podían recibir la amable succión del anélido. Por otra parte, se podía usar en zonas anteriormente evitables, como la boca, la oreja, la vagina o el ano, actuando sobre patologías hasta entonces intratables como la inflamación de próstata. Incluso los médicos militares adoptaron la técnica por su simpleza, usando recipientes curvos de vidrio para controlar mejor su administración. En las siguientes décadas, la sanguijuela formó parte de la cultura francesa, usándose su imagen en joyas y ropas à la Broussais. Sin embargo, mantener este éxito exigía decenas de millones de sanguijuelas anuales, un negocio muy lucrativo y accesible a todo el que pudiera capturarlas en los ríos.
Los doctores habían dependido tradicionalmente de cazadores de sanguijuelas, que exponían sus piernas en los ríos para capturarlas. Como ya señalaba Avicena, debían ser cautos para capturar sanguijuelas medicinales ( Hirudo medicinalis) en vez de sanguijuela del caballo ( Haemopis sanguisuga), más voraces(1). Cuando la demanda creció y las reservas naturales se agotaban, se comenzó a buscar una manera de criarlas. En Francia, Béchade lo consiguió en 1835 alimentándolas con los cuerpos abiertos de caballos, vacas y burros. Aunque podían matar a cientos de ellos anualmente, seguían obteniendo beneficios económicos. A pesar de ello, los criadores se ingeniaban métodos para maximizarlos y evitar que los caballos murieran. Esto hacía que la cría se viera como un negocio desagradable y se debatiera si estas sanguijuelas eran mejores que las capturadas en su medio natural. Ahora bien, las sanguijuelas seguían siendo vulnerables a las ratas, el frío, la enfermedad o las aves migratorias, que inocentemente veían en estas aguas un lugar de descansos. Aún con esto, como estos criaderos podían estar en las ciudades, se acortaron las rutas de suministro.
La fiebre por las sanguijuelas traspasó fronteras y no solo porque se extinguieran en Francia. A pesar de la guerra y el temor a Broussais, a quien llamaban el vampiro de la medicina, la Inglaterra georgiana se rindió a la hirudoterapia, trayendo sanguijuelas incluso de Australia cuando las islas británicas se quedaron sin ellas. El problema es que los recipientes que las transportaban podían romperse durante el viaje, adhiriéndose a las cubiertas de los barcos o a sus pasajeros. El imperio otomano también aceptó la influencia occidental. Según el médico austriaco Lorenz Rigler, que fue invitado a Estambul para participar en su modernización médica, en la ciudad de 800 000 habitantes había unos 6000-7000 doctores inexpertos, fugitivos políticos de Italia, Polonia y el Mediterráneo oriental, que siguieron las teorías de Broussais y ejecutaban sangrías cada primavera como remedio universal. El aumento de los precios de las sanguijuelas llevó al estado a financiar su cría para cubrir la demanda de los hospitales, que incluso tenían especialistas dedicados a esta práctica.
En general, el mercado de sanguijuelas hacía que cada proveedor atribuyera a las sanguijuelas una personalidad propia, con características del país de origen. También empujó a los sabotajes, recogiendo sanguijuelas en tierras vecinas hasta agotarlas y venderlas como propias. Este agotamiento llevó a que algunos países prohibieran sus exportaciones para satisfacer la creciente demanda interna, cuyos ciudadanos más pobres no eran capaces de pagar su precio. Ante el monopolio europeo mundial, la India fue la única capaz de ofrecer una alternativa viable para proveer al mercado asiático.
A pesar de la cría y la apertura de nuevos mercados, no era posible satisfacer la demanda y los precios se volvieron prohibitivos. El público pedía sanguijuelas todo el año, pero los ciclos de cría lo limitaban. Los médicos restringieron su uso a unas pocas veces al año e incluso forzaban al animal a regurgitar su contenido para poder reusarlas, pero eso amenazaba su supervivencia. Otros abrían una incisión en su cuerpo, obligando a la sanguijuela a succionar sin saciarse nunca. Por ello volvieron a usar instrumentos para extraer sangre, pero no la lanceta, sino una sanguijuela artificial que permitía regular la cantidad de sangre extraída. Con todo, el uso de sanguijuelas no fue desapareciendo paulatinamente hasta que se desacreditó la teoría de los humores.
No obstante, a pesar de su popularidad, no estaban exentas de críticas. El novelista Alain-René Lesage parodiaba a los médicos con el Dr. Sangrado en La historia de Gil Blas de Santillana. La despreocupación o falta de criterio para aplicarlas también eran un motivo habitual de crítica. A pesar de ello, sus defensores solían responder que la lanceta era responsable de más muertes. La forma de alimentarlas en su cría fue motivo de indignación y base para noticias sensacionalistas donde trabajadores incautos sucumbían ante sus voraces fauces. Al mismo tiempo, las sanguijuelas se convirtieron en un símbolo del capitalismo para los críticos. De hecho, en Varney, el vampiro de James Malcolm Rymer, lo que hace es dejar a la gente sin dinero, no sin sangre.
- No obstante, la sanguijuela del caballo (Haemopis sanguisuga) es una depredadora de lombrices, larvas de insectos, renacuajos y gastrópodos. Es su confusión con laLimnatis nilotica, que sí es hemófaga, la que motiva su supuesta peligrosidad.
- Wasserman, N. (2008). On leeches, dogs, and gods in Old Babylonian medical incantations. Revue d'assyriologie et d'archéologie orientale,102(1), 71-88.
- Kirk, R. G., & Pemberton, N. (2013). Leech. Reaktion Books.
- Kirk, R. G., & Pemberton, N. (2011). Re-imagining bleeders: the medical leech in the nineteenth century bloodletting encounter. Medical history, 55(3), 355-360.
- Baran, Y. (2013). The Leech Craze: The Medicinal Use and Commodification of Leeches in the Nineteenth Century Ottoman Empire. Tarih, Boğaziçi University Department of History, 49-75.