Existen momentos, cada vez más frecuentemente, en que a una le dan ganas de dimitir como ciudadana de esta España tan mariana. Porque algo hemos tenido que hacer muy mal también nosotros los viandantes (en ésta o en otra vida) para que las desgracias nos estén cayendo inexplicablemente como plagas de una época que creíamos haber superado, mientras a nuestros gobernantes se les llena el alma de gozo según las ven venir. Si tuvimos poco con la gestión del hundimiento del Prestige, del descarrilamiento de Santiago, del accidente de metro en Valencia o de la tragedia del Madrid Arena, catástrofes todas saldadas sin ninguna responsabilidad política, véase al Gobierno ahora pidiendo calma después de haberla liado parda en plena crisis sanitaria: desmantelando el hospital Carlos III, centro de referencia en el tratamiento de enfermedades infecciosas; recortando en formación del personal sanitario; jubilando a los dosmil médicos con más experiencia; poniendo a Ana Mato al frente del ministerio de Sanidad y trayendo, por último, el ébola en avión desde el foco infeccioso a crecer y multiplicarse. Obsérvese bien a ese Gobierno porque no puede uno perdérselo. Al mismo Gobierno que nosotros hemos elegido. Al mismo Gobierno que seguimos manteniendo día a día, ley a ley, euro a euro, en efectivo o con tarjeta.
Hacía falta un mensaje de tranquilidad y una justificación de los hechos, y allí estaba Ana Mato para decirnos a todos que no pasa nada por infectarse de un virus letal en un país en el que "la sanidad es la mejor del mundo", nada menos, y, por todo argumento sirva el irrefutable "porque lo digo yo" conocido incluso en las mejores casas. Como era de esperar, si en otras ocasiones la competencia del desastre fue del conductor, de la juventud, que se amontona, o del chapapote, que venía espeso; ahora que el ébola ha venido y nadie sabe cómo ha sido, la culpa sólo puede ser de la enfermera portadora del virus por ajustarse mal los guantes y mentir sobre los grados de temperatura que le calentaban el cuerpo cuando fue despachada con una caja de aspirinas y la recomendación de hacer mucha vida social hasta que se le olvidara la fiebre. La explicación de la ministra de Sanidad o del presidente del Gobierno al ser preguntados por la causa del despropósito no es otra que la rotunda afirmación de que España cuenta con auténticos profesionales en materia de seguridad y salud o, lo que es lo mismo, que manzanas traigo. La cara que se nos queda a los españoles, la misma que no se nos quita desde hace ya unos años y lo que te rondaré, morena.
Repito: algo hemos tenido que hacer muy mal los ciudadanos para que este Gobiermo siga tan enamorado de sí mismo que se le parta el pecho de orgullo y satisfacción pase lo que pase. Si el paro baja en el mes de junio, es sólo gracias a este Gobierno. Si la economía europea se deshincha, es porque la española está que revienta desde que gobernamos. Si la prima de riesgo crece los lunes, el caso es crecer. Y, si el ébola sale a la calle en una de esas volteretas del destino; era difícil el contagio, pero ¡también lo hemos conseguido! En esta ocasión, no ha hecho falta derribar las vallas de Melilla ni eliminar los controles de los aeropuertos a cuenta de la crisis. Para traer el virus a España con billete de primera, ha sido suficiente con dejar suelta a la ministra de Sanidad; la única, junto con Mariano, capaz de hablar del ébola como si fuera un elfo de la Tierra Media en lugar de una enfermedad mortal. Y sin quitarse un cero de la nómina. Con todo su saber estar y no irse.
Por eso, creo que quizá seamos nosotros, los ciudadanos, los que tengamos que dimitir un poco. A mí, me apetece bastante empezar a dimitir. Dimitir de un país dirigido de boca hacia cualquier desastre por una pandilla de incompetentes, orgullosos de serlo y apoyados los unos en los otros sin condición. Dimitir de un país que lo consiente a cualquier precio sin que importe quién la hace, cómo la hace, cuánto cobra por hacerla o cómo la cobra. Dimitir de esta pena mora que es para sacarse las tripas e ir a votar con ellas en la mano a las próximas elecciones. Y es que, querido lector, como dice mi madre, luego que me enfado. Como para no enfadarse está la cosa. Si ya sólo nos queda acudir al colegio electoral cantando todos a una la próxima sintonía del PP y que ésta suene: "Hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual".
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