Durante estos días de confinamiento por el dichoso Covid-19, se ha puesto en primera plana informativa, a parte del descomunal número de abuelos muertos en las residencias geriátricas, el hecho de que al gobierno español le habían vendido 650.000 tests rápidos de coronavirus que fallaban más que una escopeta de caña. Metedura de pata monumental que ha sido aprovechado por la oposición para lanzarse a la yugular de Pedro Sánchez como jauría de hienas famélicas sobre inocente cabritillo. A parte de la incompetencia demostrada por el ejecutivo español al fiarse del primer intermediario que les presentaron, esta cuestión tampoco resulta nada nuevo en la historia de España. Y es que, si alguno de nuestros estimadísimos (ejem) próceres hubiese tenido a bien leer un poco de historia sabría que, una parte de la derrota de la República durante la Guerra Civil, fue debido a este tipo de cagadas, donde aprovechándose de la necesidad del momento y de la ignorancia de los dirigentes, hubo quien se hizo de oro vendiendo armamento defectuoso a precio de gel desinfectante. Sin embargo, cometeríamos un error si pensásemos que solo pasó en un bando y es que, aunque los españoles tengamos la fama de pícaros, en estas situaciones nos la meten doblada a las primeras de cambio ( ver La estafa de los Barcos Negros, cuando la podredumbre de un gobierno no solo afecta la madera). Tal fue el caso del mismísimo Franco, al cual llegaron a convencer de que le venderían la fórmula secreta de una gasolina sintética a base de agua, en uno de los pasajes más surrealistas de la historia de la posguerra española.
Hacer un motor en el que el agua sea el combustible ha sido, desde el principio del desarrollo de los motores de combustión ( ver Bertha Benz y el primer viaje en automóvil) el sueño húmedo -nunca mejor dicho- de cualquier gobierno. Los altos precios del combustible, la alta demanda y la falta de producción propia, han hecho que la dependencia de los productos del petróleo de nuestra sociedad sea similar a la del yonki con su dosis de " caballo", lo que la convierte en un auténtico problema político en época de crisis. Y en España, en el impasse entre el fin de la Guerra Civil y los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, la gasolina era más difícil de encontrar que el tocino magro, siendo un serio dolor de cabeza para las autoridades franquistas. No obstante, el austriaco Albert von Filek, tenía el as en la manga que necesitaba Franco: la " filekina ".
Conocido de Ramón Serrano Suñer, ministro y cuñado de Franco, con quien parece que coincidió en las prisiones republicanas durante el 1936 y el 1937, Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen -Alberto von Filek, para los amigos- entabló relaciones con Franco al asegurar que tenía en su poder la receta de un combustible que haría de España una potencia mundial. La escasez de combustible al acabar la Guerra Civil y la política autárquica del gobierno franquista ( ver La corrupta historia de los coches llamados "Gracias Manolo"), hizo que Franco escuchara a Filek y viera en él un auténtico filón.
Según Filek, la gasolina que había desarrollado -a la que en un prodigio de la creatividad dio a llamar "filekina"- estaba compuesta en un 75% de agua (lo que la hacía superbarata), una maceración de hierbas muy abundantes en España y un ingrediente más que mantenía en secreto. Gasolina que estaría dispuesto a ofrecer al Caudillo dada las simpatías políticas de Filek por la cruzada tradicionalista y anticomunista del Movimiento, que -según él- le llevaba a admirar profundamente la figura de Franco. De hecho, si bien llevaba en España desde 1931 donde estuvo desarrollando su invento en Villaverde (Madrid), había sido preso en octubre de 1936 por el gobierno republicano de Largo Caballero por el hecho de ser sobrino del jefe del servicio de espionaje austríaco durante la Primera Guerra Mundial y guardó su secreto para no beneficiar a sus captores. Una vez libre el 10 de marzo de 1939, y dadas las simpatías nazis del régimen franquista ( ver Operación Postmaster o cómo dejar en ridículo a Franco en 15 minutos), en agradecimiento, se pondría a trabajar para, con su invento, levantar España y convertirla en una potencia mundial. A Franco los ojos le hicieron chiribitas.
Filek, de esta manera, se encontró que el régimen le facilitaría todo lo que necesitaba para la producción en masa de la filekina. Mientras tanto, instalado en su fábrica experimental en Villaverde, para dar prueba de las bondades de su combustible que, según él, no producía residuos, limpiaba las bujías, lubricaba el motor y era perfecto para un arranque en frío, suministró su producto a diversos vehículos, entre ellos al coche oficial de Franco. El rendimiento de dicha gasolina experimental, como no podía ser de otra forma, fue bárbaro, lo que elevó, aún más si cabe, las expectativas de Franco en el tremendo potencial aquel combustible maravilloso.
Así las cosas, Filek convenció a Franco de que, con unas instalaciones e inversiones adecuadas (que se metería en su bolsillo convenientemente), el país podría producir tres millones de litros diarios dedicados a la exportación, lo que significaría la entrada de "15 millones en divisas" (sic). Los números se vendían solos y tan buen negocio parecía que hasta los diarios españoles empezaron a hablar en portada del milagro económico y político que Von Filek estaba a punto de llevar a cabo. Pero no solo fueron los diarios (absolutamente dirigidos por el régimen) los que hablaron de ello, sino que las iniciativas de desarrollo de la nueva gasolina llegaron hasta el BOE, en forma de decreto de expropiación forzosa de unos terrenos entre Coslada y San Fernando de Henares que albergarían la nueva fábrica que tendría que construirse. Sin embargo, a más de a uno, la filekina le olía a chamusquina...
A la reticencia de los científicos españoles y de los políticos franquistas más incrédulos (a los que el propio Franco convencía diciendo que se fiaba más de su chófer que de los científicos) se sumó la prensa internacional -sobre todo francesa- a la que un combustible hecho con agua sonaba demasiado bien para ser cierto. Franco, a pesar de todo, siguió creyendo en el invento, atribuyendo las críticas a la conspiración comunista-judeo-masónica y a la envidia de los aliados ante el tremendo éxito tecnológico que España estaba a punto de conseguir. Pero a todo cerdo le llega su san Martín, y a principios de 1941, una comisión de expertos de la Escuela de Minas descubrió el pastel y determinó que "aquello" que tenía que ser combustible no era más que un vulgar té de hierbas. El sueño de la gasolina barata que pondría a España en el mapa geoestratégico planetario se desvaneció de golpe y porrazo.
Filek, que en verdad era un vivalavirgen que vivía de timar a Dios y a su padre y cuyas correrías le habían hecho llegar a España en 1931, ya había intentado vender su "invento" a la Segunda República. Primero al gobierno derechista de la CEDA y luego al de izquierdas de Largo Caballero el cual no cayó en el embauque y se limitó a meterlo en prisión y hacerlo ir de cárcel en cárcel durante la Guerra Civil hasta que fue liberado por las tropas franquistas -volviéndose un admirador de Franco hasta las trancas, claro. El estafador austriaco, una vez descubierto por el régimen (se dice que Franco fue el último en enterarse del engaño) acabó por dar con sus huesos en el calabozo el 27 de marzo de 1941, aunque en seis meses volvió a salir... y a volver a hacer de las suyas. Finalmente, acabada la Segunda Guerra Mundial, en 1946 fue deportado a Alemania acusado de ser colaborador nazi y muriendo en 1952 en Hamburgo.
En definitiva, que la historia de España nos muestra, una vez más, cuan zotes llegan a ser nuestros dirigentes y que, si no tuvieran más cara que espalda y los huevos más grandes que el caballo de Espartero, no podrían ni abrir la boca para hacerse ningún reproche entre ellos. Y es que, si unos las hicieron gordas, los otros las han hecho más y entre todos tienen más a callar que a piar. Así las cosas, menos llenar las portadas de postureo, estadísticas ininteligibles e intereses partidistas, y más trabajar por el bien común porque, mientras que sus señorías debaten bizantinamente entre si son galgos o podencos y hacen espectáculo televisivo con ello, no faltará un virus o un Filek de turno que se aproveche de nuestra propia tontería.
Una tontería que acabamos pagando los mismos de siempre. Como siempre.