Revista Opinión
Las Humanidades, en general, y la filosofía, en particular, vienen desde hace años perdiendo peso entre las materias o asignaturas que deben ser impartidas en la Educación, si entendemos por tal la formación integral de las personas, no sólo facilitándoles conocimientos para un futuro laboral, sino facultándolas para adquirir un pensamiento crítico. El recientemente galardonado con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, Emilio Lledó, defendía en su discurso la enseñanza de la filosofía en el bachillerato como “la libertad de enseñar a pensar con conciencia crítica”. Parece que eso no conviene.
La decisión que adoptó el ministro José Ignacio Wert de hacer desaparecer la asignatura de las aulas, cuando elaboró la ley orgánica para la Mejorade la Calidad Educativa(Lomce), tenía ese objetivo: no interesa potenciar al máximo las facultades cognitivas e intelectuales del ser humano puesto que es muy peligroso que las personas adquieran la costumbre de pensar por sí mismas, a razonar, argumentar y rebatir, y cuestionen todo lo que les incumbe. Se desoye, así, el consejo que Aristóteles ofreció a la Humanidad hace veinticinco siglos cuando proclamó aquello de que la filosofía es imprescindible para ayudarnos a explicar el mundo y explicarnos a nosotros mismos.
En la actualidad interesa pensar menos y ser más productivos. Hoy en día nos bombardean con estímulos de rápida satisfacción, nos impelen a tener necesidades de "usar y tirar" que imposibilitan toda reflexión reposada y profunda. Todo ha de ser inmediato y sustituible, como esos materiales fungibles de los centros sanitarios, con una finalidad práctica y material. Los saberes del hombre deben estar encaminados al cumplimiento de sus obligaciones laborales y restringidos a los conocimientos que éstas demandan. La parcelación del conocimiento en especialidades se corresponde con esta finalidad, gente experta en una única materia que se convierte en analfabeta funcional, al ignorar o minusvalorar cuánto excede a su ámbito de saber. No le importa ni preocupa la limitación de su conocimiento, por completo y minucioso que éste sea.
La degradación de la educación, a la que contribuye la desaparición de las Humanidades, amansa las sociedades, las vuelve dóciles o apáticas (anomia social) y fácilmente manipulables por los poderes políticos, económicos y religiosos. Tampoco, desde el punto de vista de la representación política, interesa, por tanto, que la gente piense, que cuestione iniciativas y exija explicaciones convincentes y racionales a sus gobernantes, a quienes podría reclamar responsabilidades. Eliminar la filosofía en la educación es obstaculizar la formación de una conciencia crítica en el seno de cada época, como denunciaba el profesor Lledó en su discurso. Marginar la ética, la filosofía, la literatura, la lengua y demás contenidos de Humanidades es orillar, por obsoleto, los saberes clásicos y ocultar las raíces de nuestra civilización y cultura. Desconocer el pasado, “lo que otros hicieron o pensaron”, como advierte el también filósofo Manuel Cruz, es propio del adanismo, que considera todo lo “antiguo” carente de interés. Y se pregunta este profesor: “¿Podemos renunciar a siglos de reflexión humana?”.
El galardón al sevillano Emilio Lledó Íñigo, filósofo que ha sido profesor en las universidades de Heidelberg (Alemania), La Laguna (Canarias), Barcelona y Madrid, y miembro de la Real Academia Española de la Lengua, puede resultar un premio de consolación a una insigne figura intelectual, que ha dedicado toda su vida a “pensar” la vida y defender ciertos valores éticos al parecer poco consolidados, si no va acompañado, por parte de las instituciones del Estado que lo conceden, de una consolidación y potenciación de las ramas del saber que representa el premiado. Sería un reconocimiento testimonial, de cara a la galería, si quien lo otorga se apresta a desoír al propio premiado, que clama contra el arrinconamiento al que se castigan la filosofía y las Humanidades en el sistema educativo de España. Un contrasentido que pone de manifiesto que hasta el Saber ha de ajustarse a los requerimientos de austeridad para ser “sostenible”, es decir, rentable según el modelo neoliberal de sociedad. Ni se merece el profesor Lledó un premio “escaparate” ni los españoles ser educados en el “borreguismo”. Aunque tal parece que se consigue.
Emilio Lledó, pensador y ensayista, no sólo “piensa” la filosofía, sino también la lengua y la moral. Entre sus obras destacan La filosofía, hoy, Filosofía y lenguaje, Lenguaje e historia, Memoria de la ética, entre otras. Además, ha publicado artículos y ensayos de carácter más general como: El silencio de la escritura, Imágenes y palabras, Elogio de la infelicidad y otros. Como se destaca en el último libro citado, la diversidad en Lledó puede deberse a que “ha preferido, finalmente, hablar más sobre la vida y los caracteres –la ética, por tanto-, que sobre las oscuridades de la realidad o sobre las sutilezas de la discusión” (filosofía). Para un filósofo, como él, el mejor homenaje que puede hacérsele es que se enseñe filosofía, que se enseñe a pensar. Concedámoslo.