La casa rural tradicional del campesino de Ibiza, también conocida como finca ibicenca, ha sido objeto de estudio y fascinación por parte de muchos personajes importantes de variados campos a lo largo del tiempo. Lo que se encontraron estos primeros visitantes fue una arquitectura que prácticamente no había variado a lo largo de los siglos, partiendo de unos orígenes fechados en la antigüedad.
Esto fue debido principalmente a que Ibiza, durante la mayoría de su historia, fue una sociedad aislada cultural y económicamente que tuvo que valerse de recursos y conocimientos locales, los únicos a su alcance. El método de construcción de esta vivienda provenía de la sabiduría popular y se transmitía de generación en generación, persiguiendo la subsistencia y la practicidad.
Fue esta practicidad, junto a la sencillez, la funcionalidad de cada elemento y su integración en el paisaje, lo que inspiró a esta singular arquitectura y atrajo las primeras visitas de estudiosos a esta «isla remota» en los años 1930. Entre ellos estaban los reconocidos arquitectos Germán Rodríguez Arias y Josep Lluís Sert, del grupo GATCPAC, o el alemán Erwin Broner, de la escuela Bauhaus; pero también atrajo a personajes conocidos de otros campos como el dadaísta Raoul Hausmann, artista y fotógrafo, o Walter Benjamin, filósofo, escritor y crítico literario, quienes más tarde serían refugiados políticos del nazismo.
La casa rural ibicenca se define por un tipo de construcción de muros gruesos, compuesta por módulos cuadrangulares y techos horizontales sostenidos por vigas de madera. Es una vivienda en crecimiento continuo, de una arquitectura sencilla, mostrando horizontalidad, cerramiento, proporcionalidad y medidas humanas. El proceso de construcción se inicia añadiendo módulos cúbicos independientes, adosados y superpuestos, que se articulan alrededor de un espacio rectangular transversal a la entrada, la sala principal o porxo. Cada módulo tiene su propia función (salón polivalente, dormitorio, cocina o almacén) y los corrales están separados del cuerpo principal. Circundantes a estos estaban los campos de cultivo, dispuestos en bancales de pared de piedra cuando había que aprovechar las abundantes pendientes que tiene la isla. El conjunto total representa una casa totalmente funcional, muchas veces del todo ausente de elementos decorativos, que crece en relación a las necesidades de ampliación de la familia o del trabajo.
Como suele ser común entre las viviendas anteriores a la era industrial, ninguna finca ibicenca es igual a la otra, aunque todas tienen ciertos rasgos en común que las definen como una arquitectura propia. Estos rasgos generales de la finca original son los siguientes:
- Materiales. Construida por el campesino, está esencialmente hecha de materiales encontrados en el lugar mismo: piedra seca, vigas de sabina para el tejado, arena, arcilla y plantas marinas.
- Implantación. La casa está idealmente situada en un punto alto de la ladera de una colina, sacando partido de las particularidades topográficas y de la pendiente sin desbordar sobre los terrenos favorables al cultivo.
- Orientación. La entrada está casi siempre orientada hacia el sur, dejando la montaña detrás, protegida de los vientos del norte y percibiendo así de forma continua la luz del sol.
- Ausencia de ornamentos. Se muestra como una vivienda ante todo austera, funcional y totalmente adaptada a las necesidades de la época en la que se construía. Los escasos elementos decorativos, como los arcos y las balaustradas, se concentran en la fachada principal.
- Protagonismo de las fachadas. El tratamiento de las fachadas revela una neta jerarquía entre la fachada principal, blanqueada y ligeramente adornada, y las otras fachadas, simplemente enlucidas o de piedra expuesta.
- Los muros son anchos, de casi un metro, y se componen de piedra seca y argamasa. La mayoría de las paredes están encaladas y en algunas fincas pueden presentar una forma de paredes escarpadas, para reforzar la estructura y cumplir con una función defensiva.
- Las ventanas son pequeñas y antiguamente no tenían vidrio, más estrechas en el lado exterior que en el interior, emulando así una fortaleza. Los continuos asaltos y saqueos de vándalos y piratas durante siglos obligaron a esta doble función de las fincas.
- Los tejados son planos y originalmente se componían de tres capas: una de madera de sabina, otra de cenizas y plantas marinas (posidonia oceánica) y una capa de arcilla, que actuaban como aislante e impermeable.
Los interiores de la finca original, de los que hoy sólo quedan recuerdos y algunas fotografías, reflejan la misma funcionalidad y austeridad que viene marcando el exterior del edificio. La mayoría de las estancias no tienen una función definida, como la sala grande (porxo) o la cocina, que tienen múltiples usos. El escaso mobiliario y la ausencia de elementos decorativos expresan una singular sencillez, un sentido puramente utilitario y hace que el habitáculo por sí solo adquiera un mayor protagonismo. La mayor entrada de luz se encuentra en el porxo, pero éste no suele tener más abertura que la puerta de entrada y las pequeñas ventanas, mostrando el mismo tipo de penumbra que puede tener un templo.
Tanto los interiores como los exteriores de la finca ibicenca muestran un claro parentesco con las casas árabes del medio rural, a diferencia de las viviendas de Mallorca y Menorca, que se asemejan a las masías catalanas. En casas rurales de Túnez o Argelia encontramos rasgos muy similares a la finca ibicenca, con la misma economía de medios, la horizontalidad y una composición de módulos de las estancias. Este método de construcción también se encuentra desde el Himalaya hasta el sur del Atlas, pasando por el Yemen, y se inscribe en una larga tradición que se remonta a la era neolítica de Oriente Medio. Varios estudios indican que el tipo de la finca ibicenca se desarrolla en Fenicia y Babilonia, para extenderse posteriormente por la costa meridional de la cuenca mediterránea. Algunos estudios, como los de Rolph Blakstad, consideran a la casa rural ibicenca como el legado más fiel que existe en el presente de las antiguas viviendas y palacios púnicos, legado de la colonización fenicia de la isla y probablemente conservado gracias aislamiento cultural y económico de sus habitantes.
Desde los tiempos antiguos, los pobladores de Ibiza rompen con los dos tipos de asentamientos típicos de cualquier otro enclave mediterráneo: las comunidades que priorizaban las condiciones defensivas, al concentrarse en penínsulas o colinas, y las que primaban el comercio, situándose en poblaciones cerca del mar. En cambio, en Ibiza las casas rurales tienen un asentamiento dispersado por todo el territorio de la isla y su distribución dependía de las propiedades agrícolas (suelo cultivable, fértil), siendo las distancias entre ellas irrelevantes. Este fenómeno las convertía en una especie de «islas» en la isla.
La consecuencia de este insólito aislamiento fue que estas casas tuvieran que ser autosuficientes desde el primer momento y, al mismo tiempo, tener elementos que ofrecieran defensa y refugio como los gruesos muros o las torres prediales.
Factores como el aislamiento de las casas de los campesinos, la baja rentabilidad de sus explotaciones o los frecuentes ataques piratas, hicieron que procuraran no depender de productos y manufacturas que no fueran básicos, lo que les llevó a una situación próxima a la autarquía. En consecuencia, las viviendas y los utensilios necesarios se realizaban con los materiales al alcance, lo que explica la ausencia de materiales de construcción como los ladrillos o las tejas. Esta dependencia del medio y la autarquía de la unidad de producción del campesino son circunstancias que a su vez explican el arcaísmo de la arquitectura ibicenca.
De estas circunstancias desfavorables y una economía del campesino cercana a la subsistencia durante la mayor parte de su historia, surgen adaptaciones que tuvieron que asumir estas construcciones y sorprenden hoy en día al considerarse un modelo de arquitectura sostenible y bioclimática. De este modo, un clima de veranos calurosos, lluvias escasas e inviernos húmedos, en un paisaje montañoso de escasas tierras cultivables, nos presenta las siguientes adaptaciones:
- Aprovechamientos medioambientales y sostenibilidad.
Sirviendo las rocas del terreno como cimientos naturales, la finca está construida utilizando los materiales encontrados en el lugar mismo, sin procesos de fabricación más que la mezcla de argamasa y los hornos de cal. La finca está idealmente situada en la pendiente de una colina, dejando la montaña detrás, en una superficie alta y con una ligera inclinación; lo cual sirve para evitar humedades y la lluvia torrencial, al mismo tiempo de estar protegida de los vientos del norte. Además, las azoteas planas sirven para recoger el agua de lluvia que se canaliza a través de una cisterna para su posterior consumo. - Bioclimática.
Los muros gruesos y las ventanas pequeñas sirven para aislar la temperatura del exterior, para que el interior mantenga una temperatura fresca durante el verano y el calor en el invierno. La ausencia de acristalamiento en las fincas originales garantizaba la ventilación necesaria para la transpiración de muros y tejados. Las fachadas orientadas al sur captan en su totalidad los rayos del sol en invierno y una mayor sombra en verano, al mismo tiempo que evita los vientos invernales del norte y permite la entrada de los vientos frescos del verano. Incluso el color blanco de las paredes tenía su función, al reflejar la luz del sol y evitar el recalentamiento del edificio en verano.
Hoy en día las, nuevas fincas, para adaptarlas a las exigencias modernas, se construyen usando otros materiales y tienen considerables diferencias de forma y composición con respecto a las fincas originales. Se puede observar una ampliación de prácticamente todos los espacios y estancias, la creación de una mayor entrada de luz y altura de los techos, la unión y apertura de estancias, así como una mayor frecuencia de elementos decorativos como los muros inclinados, las pérgolas o los pabellones, entre otros. Estas son las más comunes adiciones que surgen de las nuevas tendencias y de las nuevas posibilidades que ofrecen los avances tecnológicos; sin embargo, en su esencia guarda gran similitud con las fincas antiguas, como la geometría básica de sus formas, el predominante color blanco o los gruesos muros. Las similitudes fundamentales que comparte con el minimalismo también explican la tendencia de estos dos estilos a combinarse.
La escasez de formas y elementos decorativos que muestran las fincas antiguas es un fenómeno que estaba condicionado por la precariedad y la necesaria practicidad, revelando que estas viviendas no estaban hechas para ser vistas, sino para ser vividas. Hasta hacía muy poco la casa rural ibicenca parecía estar desligada del proceso de transformación de la historia y era considerada un verdadero arquetipo de la arquitecura popular. Posiblemente constituya el último ejemplo de una sabiduría milenaria y de una forma de vida arcaica. Las construcciones tradicionales de la isla se construían sin planos ni especialización, pero, integrado en una misma cultura de grupo, guardan la memoria, la técnica y la identidad de una comunidad.
Ken Henning es licenciado en Traducción e Interpretación y trabaja para la inmobiliaria Kelosa dedicada a casas selectas en Ibiza. Dada su profesión y gran afición por la temática, escribe artículos sobre la singular arquitectura tradicional, construcciones bioclimáticas y sostenibles, así como sobre estilos contemporáneos y arquitectos importantes que han obrado a lo largo del tiempo en Ibiza.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Finca ibicenca original, exterior (fuente: Kelosa | Ibiza Selected Properties)
Imagen 02: Finca ibicenca original, tejado (fuente: Kelosa | Ibiza Selected Properties)
Imagen 03: Finca ibicenca original, interior (fuente: Kelosa | Ibiza Selected Properties)
Imagen 04: Finca ibicenca moderna (fuente: Kelosa | Ibiza Selected Properties)