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Los antropólogos registran evidencias de que ya hace 160.000 años los Neandertales enterraban intencionalmente a sus muertos, lo que sugeriría que ya existía un pensamiento (¿o sentimiento?) religioso o mitológico de un "más allá". Desde el punto de vista evolutivo, Franz de Waal, el célebre primatólogo, afirma incluso que en nuestros ancestros evolutivos ya se advierten signos de empatía, colaboración y ciertas normas sociales que podrían considerarse precursores de la moral humana, que antecedió al surgimiento de la religión.
Desde entonces hasta hoy, el mito y la religión se encuentran en todas las culturas a partir de una noción de lo sobrenatural y lo ritual, un pensamiento moral y una serie de verdades sagradas. Semejante universalidad no podía dejar de atraer el interés de los científicos. Entre otras disciplinas, las neurociencias se sienten particularmente interpeladas por el desafío de comprenderla, ya que muchos de los indicios que logran reunir sobre el funcionamiento del cerebro aportan evidencias que orientan la interpretación de fenómenos vinculados con las creencias y las experiencias místicas.
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Según un estudio de Marita Carballo de 2005, hoy son casi 3000 los grupos religiosos inscriptos en la Secretaría de Culto de la Nación. Y a pesar de que hay quienes suponen que el avance de la ciencia y la tecnología destierran la religiosidad, las estadísticas sobre este punto son controvertidas. El estudio de Carballo sugiere que, por el contrario, ésta iría en aumento: en 1984 el 62 % de los argentinos se consideraban personas religiosas; en 1991, el 70%; seis años después, el 79% y, en 1999, el 81%. La misma tendencia mostraban quienes opinaban que la religión era muy importante en su vida: pasaron del 40 al 55% entre 1991 y 1999.
Sin embargo, un estudio del Centro de Investigaciones Pew dado a conocer la semana última por el Buenos Aires Herald describe un panorama algo diferente: el número de argentinos que se reconocen como católicos, según este trabajo realizado en toda América Latina entre 2013 y 2014, habría caído un 20% desde 1970, mientras aumentaba el protestantismo evangélico y la población no afiliada a ninguna religión organizada. Los argentinos se encontrarían en el extremo inferior de las estadísticas en términos de cuán importante es la religión en sus vidas, con sólo un 43% que la consideran "muy importante".
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La universalidad de las creencias religiosas es llamativa. Tanto, que una corriente de las neurociencias considera que éstas podrían tomar forma a partir de fenómenos emergentes de la mente, como la atribución de intencionalidad al mundo inanimado, que está presente incluso en bebés, y la tendencia a encontrar patrones en acontecimientos que se producen por azar. La religión también podría generarse a partir de necesidades sociales y morales que, al favorecer la cohesión, habrían otorgado ventajas evolutivas a los grupos humanos.
Incluso hay hipótesis que se basan en argumentos estrictamente bioquímicos. Andrés Canales-Johnson, investigador argentino que trabaja en la Universidad de Cambridge, en Gran Bretaña, dice: “Independientemente de si el contenido de una religión en particular es cierto o no (por ejemplo, si existe o no Alá, Thor o Yahvé), el hecho es que el fenómeno religioso (la descripción de experiencias místicas o trascendentes) ha sido parte de nuestra especie desde sus inicios. Por ejemplo, aunque nadie tiene evidencia acerca de las historias que sustentan sus respectivas religiones, cerca del 85% de los seres humanos se describen a sí mismos como religiosos. Por lo tanto, no estamos lidiando con un fenómeno aislado o casual. Es por esto que muchos investigadores se han interesado por esta tremenda irrealidad que, fenomenológicamente hablando, representa más bien una realidad para muchas personas (en el mundo, por caso, la gente dona más dinero a sus instituciones religiosas que a cualquier otra institución de la comunidad). El fenómeno religioso es, entonces, un fenómeno que amerita explicación científica”.
¿Cuál sería esta explicación para Canales-Johnson? “Bueno, se ha sugerido que [la religión es un hecho] causado por el cerebro. Es, por así decirlo, una secreción del cerebro. El cerebro es el órgano que lo recibe, lo integra en las redes asociadas con la personalidad y luego con aquellas vinculadas con la estructura social. El argumento neurobiológico es que el cerebro genera la experiencia religiosa, y a su vez la consume, mediante la secreción de neuroquímicos. Por ejemplo, el antropólogo Lionel Tiger, de la Universidad Rutgers, y el psiquiatra Michael McGuire, de la Universidad de California en Los Ángeles, han sugerido que la serotonina, un neurotransmisor químico, estaría implicada en un circuito cuyo resultado final es el hacernos sentir bien y cuyo mediador sería precisamente la práctica activa de alguna religión. La secreción de serotonina en primates se asocia con el alto estatus, que a su vez está asociado con sentirse bien. En cambio, cuando los niveles de serotonina disminuyen, el cerebro comienza a secretar hormonas tales como la cortisona, que se asocia con bajo estatus y con el sentimiento general de 'bajón'.”
Y más adelante agrega: “El argumento de Tiger y McGuire se resume en que la práctica constante de una religión, cumplir con una ceremonia religiosa durante los fines de semana (por ejemplo, ir a misa los domingos por la mañana) representaría una forma simple de hacer que nuestro cerebro secrete niveles de serotonina suficientes para hacernos sentir bien y reconfortados por un tiempo determinado. Sin embargo, este efecto de 'alto estatus' y de bienestar no es permanente y tiende a disminuir, ya sea por el estrés de la vida diaria o por acciones que, dentro del marco de una determinada religión, son concebidas como malas o negativas (haber pecado durante la noche del viernes). Esta 'baja de estatus' con la consecuente disminución de la serotonina sería la que hace que el cerebro quiera seguir consumiendo religión para volver a sentirse bien. En resumen, la religión, concebida desde la neuroquímica del cerebro, verdaderamente representa el 'opio de los pueblos'.”
Otros investigadores atribuyen su masividad a los genes. El controvertido Dean Hamer (…)afirma que venimos "programados" para crear mitos fundacionales y religiones. Hamer, ex director de la Unidad de Estructura y Regulación Genéticas del Instituto del Cáncer de Estados Unidos, creyó haber identificado uno de esos genes que nos predisponen a cierto nivel de espiritualidad. En su libro El gen de Dios (…) afirma que éste codifica para una proteína, la VMAT2 (vesicular monoamine transporter 2), crucial para muchas funciones cerebrales.
Basándose en estudios de genética del comportamiento, neurobiológicos y psicológicos, Hamer argumenta que la espiritualidad puede ser cuantificada, que la tendencia a ser más o menos religioso es parcialmente heredable, que parte de esa heredabilidad puede ser atribuida a dicho gen y que la selección natural favorece a los individuos más espirituales porque les otorga un sentido del optimismo que los afecta positivamente, tanto en el nivel físico como psicológico. Más allá de las exageraciones de Hamer, estudios en gemelos parecen indicar que la espiritualidad que predispone a los sentimientos religiosos está genéticamente determinada en un 50%.
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Precisamente, el físico y neurocientífico argentino Enzo Tagliazucchi, que trabaja en la Universidad Goethe, de Fráncfort, acaba de publicar un trabajo en Human Brain Mapping en el que explica el efecto de los "hongos mágicos" y su sustancia activa, la psilocibina. Usando datos de resonancias magnéticas de voluntarios que habían recibido una dosis de la droga, Tagliazucchi y colegas comprobaron que su actividad cerebral muestra similitudes con una etapa del sueño llamada REM (siglas en inglés de “movimiento ocular rápido”).
“La activación de regiones del lóbulo temporal y en particular del sistema límbico se asocian fuertemente con un estado seudoonírico y de disociación con la realidad -explica Tagliazucchi-. El sistema límbico se encarga, entre varias cosas, de procesar emociones, consolidar recuerdos y poner nuestro contexto en un marco autobiográfico. Cuando se hacen experimentos de neuroimágenes en sujetos durante el sueño REM, se observa más actividad cerebral en el sistema límbico, que es lo mismo que nosotros vimos en los sujetos que habían tomado psilocibina. La relación es aparentemente causal: pacientes con epilepsia en los cuales se ve actividad cerebral anormal en el sistema límbico también refieren un 'estado de ensueño' (tienen algo así como una especie de 'doble conciencia', porque no dejan de percibir su realidad actual, pero adicionalmente, se sienten envueltos en una realidad onírica). Si en una cirugía para remover un foco epiléptico el cirujano estimula eléctricamente áreas del lóbulo temporal y el sistema límbico, el paciente puede referir sensaciones oníricas y de disociación con la realidad. Todo esto es evidencia de que la actividad cerebral en estas zonas se correlaciona en un sentido amplio con la 'sensación de soñar'.”
Según el científico, esto no quiere decir que los sujetos estén soñando activamente. Más bien tienen la sensación de que lo que están viviendo pertenece a un sueño, pero sin perder completamente el contacto con la realidad. Una situación que favorece mucho las experiencias de tipo religioso porque es un estado en el cual se suprime relativamente la búsqueda de explicaciones racionales a lo que uno percibe.
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En The Believing Brain, Shermer es incluso más categórico. Argumenta que "el cerebro es una máquina de creer". Y no sólo en la existencia de un Dios, sino también en alienígenas, en conspiraciones, en ideas políticas, en la vida después de la muerte, en visiones. Shermer menciona una encuesta norteamericana de 2009 según la cual el 60% cree en demonios, el 42% en fantasmas, el 32% en ovnis, el 26% en la astrología, el 23% en las brujas y el 20% en la reencarnación. En otra de 2006, realizada por el Reader's Digest, el 43% de los encuestados afirmaron que podían leer los pensamientos de otras personas, más de la mitad dijeron haber tenido una premonición de algo que luego ocurrió, más de dos tercios aseguraron que podían “sentir” cuando alguien los estaba mirando y el 62%, que podía saber quién llamaba antes de atender el teléfono. Shermer escribe:
A partir de datos de los sentidos, el cerebro naturalmente comienza a buscar y encontrar patrones, y luego los llena de contenido. Al primer proceso lo llamo 'patronicidad' [patternicity]: la tendencia a encontrar patrones significativos en datos con y sin sentido. Al segundo proceso lo llamo 'agencialidad' [agenticity]: la tendencia a atribuir sentido, intención y agencia a los patrones. No podemos evitarlo. Nuestros cerebros evolucionaron para conectar los puntos de nuestro mundo en patrones con significado que explican por qué suceden las cosas. Estos patrones de significado se transforman en creencias y estas creencias dan forma a nuestra interpretación de la realidad. [...] Una vez que las creencias están establecidas, el cerebro empieza a buscar evidencia que las respalde.
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NORA BÄR
“Las neurociencias de la fe: en busca de respuestas”
(adn cultura, 21.11.14)