A la señora de un gobernador
Dadme, señora, dadme una hoja
del áureo libro donde se ven
el blanco lirio, la dalia roja,
que a vuestro paso galán arroja
pródigo el hijo de Borinquén.Dejad, os ruego, dejad que en ella
mi tosca mano grabe también
una amapola, que inculta y bella
sobre los campos carmín destella
y adorna el suelo de Borinquén.A la lisonja mi humor esquivo,
no brinda flores que aroma den:
yo en mis jardines no las cultivo;
que soy, señora, franco y altivo,
como buen hijo de Borinquén.Yo, al ofreceros la flor silvestre,
que el prado alegra con otras cien,
quiero que ufana su gala muestre,
quiero que brille la flor campestre
junto a esas otras de Borinquén.Quizá os aleje de estos lugares
de la fortuna feliz vaivén:
quizá mañana crucéis los mares,
llevando en ramos a otros hogares
las cultas flores de Borinquén.Por eso quiero que si algún día
os hablan ellas de nuestro Edén,
si allá os lo pinta su lozanía,
miréis entonces esta flor mía,
imagen pura de Borinquén.Si en su corola no veis primores,
si su ancho seno no aroma bien,
podrá deciros con sus colores
cómo, señora, cómo da flores
el fértil campo de Borinquén.No por agreste, por inodora
sufra la pobre vuestro desdén:
muestra expresiva de inculta flora,
tomadla, os ruego, tomad, señora,
la flor silvestre de Borinquén.