Revista Cultura y Ocio

La forma más alta de la sinceridad, Enrique Vila-Matas

Publicado el 06 febrero 2018 por Kim Nguyen

Me interesa la ironía como complot contra la realidad. Y en cuanto a eso de “la forma más alta de la sinceridad”, la verdad es que me han preguntado por esa frase muchas veces. Le seré sincero. La escribí sin saber muy bien lo qué quería decir. Por eso la frase me persigue. Todo el mundo me pregunta por ella. Y yo la aclaro cada día de una forma distinta. Dicen que un libro clásico es aquel que no acaba nunca de contestar a las preguntas que nos hacemos sobre él y que por eso dura tanto y se convierte en un clásico. Es lo que me sucede a mí con esta pregunta, que se ha convertido en un “clásico” de mis entrevistas más recientes. Anda todo el mundo dando vueltas a qué he querido decir con la frase. Esto me recuerda a una de Nietzsche que Savinio colocó al frente de su libro Maupassant y el otro. “Maupassant, un verdadero romano”, decía el epígrafe de Nietzsche. “No bromeo lo más mínimo –decía Savinio en una nota a pie de página a este epígrafe- si digo que la definición de Nietzsche ilumina efectivamente la figura de Maupassant. Y quisiera añadir: mediante el absurdo. La ilumina tanto mejor cuanto que no se sabe qué es lo que Nietzsche ha querido decir llamando romano a Maupassant, y quizá después de todo no ha querido decir nada, como ocurre a menudo con Nietzsche. Pero, ¿me entenderá el lector si digo que cuando más se dice es no diciendo nada?”.

Enrique Vila-Matas
Entrevista con Ana Solanes, octubre de 2007
Enrique Vila-Matas, disidente de sí mismo.
Cuadernos Hispanoamericanos

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Las palabras de Lobo me han llevado a recordar, esta mañana, las ocho o nueve tardes casi seguidas en las que, cuando tenía 15 años, vi en Barcelona la película El año pasado en Marienbad, siempre con el objeto de tratar de entenderla, ya que sentía que el filme me desafiaba y me hacía dudar de mi inteligencia, puesto que, por mucho que pusiera de mi parte, no lograba entenderlo nunca. Fueron días memorables en los que, al salir por las tardes del colegio de los jesuitas de la calle de Casp, subía paseo de Gràcia arriba a toda velocidad y me dirigía al cine Publi, dispuesto a ver por enésima vez la película y tratar por fin de comprender algo. Contaba con la inestimable complicidad del tío de un amigo, que era acomodador en esa sala y me dejaba pasar sin pagar. Ocho o nueve veces vi el filme y no lo entendí nunca, pero es que nunca. Luego, con el tiempo, perseguido por aquella experiencia de juventud, fui entendiéndolo de mil maneras distintas. Todavía hoy la película me entusiasma, aunque no es precisamente lo que le dije a su guionista y gran responsable del duro enigma, Alain Robbe-Grillet, la tarde en Barcelona en que le conocí y no pude evitar comentarle la cantidad de veces que había visto El año pasado en Marienbad con el objeto de tratar de entenderla.

-¿Y la entendiste al fin? -me preguntó de inmediato Robbe-Grillet.

Me di cuenta de que me la jugaba, de que según lo que le respondiera iba a pensar que yo era un imbécil, de modo que opté por contestarle la verdad. Si quedaba en ridículo, al menos que fuera habiéndole dicho la verdad.

-No. Sigo sin entenderla -le dije.

Vi como la sonrisa de Robbe-Grillet se triplicaba, feliz supongo de haber comprobado que, tantos años después, El año pasado en Marienbad seguía causando trastornos y siendo una fuente de energía creadora, una inagotable fuente de interpretaciones.

Enrique Vila-Matas
El llanto enigmático
El País, 28 de noviembre de 2010

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No tengo vocación de iconoclasta. Hacia el año treinta creía, bajo el influjo de Macedonio Fernández, que la belleza es privilegio de unos pocos autores; ahora sé que es común y que está acechándonos en las casuales páginas del mediocre o en un diálogo callejero. Así, mi desconocimiento de las letras malayas o húngaras es total, pero estoy seguro de que si el tiempo me deparara la ocasión de su estudio, encontraría en ellas todos los alimentos que requiere el espíritu. Además de las barreras lingüísticas intervienen las políticas o geográficas. Burns es un clásico en Escocia; al sur del Tweed interesa menos que Dunbar o Stevenson. La gloria de un poeta depende, en suma, de la excitación o de la apatía de las generaciones de hombres anónimos que la ponen a aprueba, en la soledad de sus bibliotecas.

Las emociones que la literatura suscita son quizá eternas, pero los medios deben constantemente variar, siquiera de un modo levísimo, para no perder su virtud. Se gastan a medida que los reconoce el lector. De ahí el peligro de afirmar que existen obras clásicas y que lo serán para siempre.

Cada cual descree de su arte y de sus artificios. Yo, que me he resignado a poner en duda la indefinida perduración de Voltaire o de Shakespeare, creo (esta tarde uno de los últimos días de 1965) en la de Schopenhauer y en la de Berkeley.

Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad.

Jorge Luis Borges
Sobre los clásicos
Otras inquisiciones, 1952

Película: El año pasado en Marienbad, 1961
Dirección de Alain Resnais
Guión de Alain Robbe-Grillet


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