Escritora: Yoko Ogawa
Si en filosofía tenemos “El mundo de
Sofía”; en física cuántica “La puerta de los tres cerrojos”;
se podría decir que en matemáticas, tenemos “La fórmula
preferida del profesor”.
Encuentro esta correspondencia porque
la escritora de verdad consigue contagiarte de lo que de importante y
sorprendente hay detrás del estudio de la teoría de los números,
de las proporciones que encierran, tan exactas, siguiendo una regla,
un ritmo, como si se tratase de música.
Y esta forma de relacionar las
matemáticas con la belleza y un ritmo reglado, me
recuerda a lo que decía otro profesor, George Steiner, en la que
hablando de los idiomas, comentaba que hay dos lenguajes que no se
pueden traducir: el de la música y el de las matemáticas, que
sencillamente, se entendían o no.
Japón. Año 1992-1993. Una asistenta
de 28 años, con un hijo de 10 años entra a trabajar en casa de un
anciano profesor de 64 años. Este profesor tiene una rara
minusvalía, una especie de amnesia que hace que desde que cumplió 47
años, ya no pueda recordar nada de forma permanente. Esta relación,
laboral al principio, y afectiva también después, es lo que la
asistenta y narradora de esta historia, con cariño y cierta
nostalgia, deja escrito en este relato.
Y es que no es un profesor cualquiera,
es un matemático, probablemente uno de los que contribuyó (en la
ficción) a sentar las bases para que ahora en 1993, se haya podido
encontrar la solución a la fórmula de Fermat. Es entrañable, de
carácter generoso, cortés e incluso tierno, con no poco mal genio
cuando inmerso en sus números es interrumpido.
Con un lenguaje sencillo, y muy
entrañable, a modo de cuento, para disfrute del público juvenil y
adulto, este profesor consigue transmitirte la fascinación que
siente por este lenguaje rítmico de los números. Nos explica algo
de la fórmula de Euler. Ésta es su fórmula; también, de los números amigos
que ya en el siglo VI aC enamoraron a Pitágoras; de los números
perfectos; y como no pueden faltar, entre otras cosas, nos habla de
los disidentes entre los números, porque hasta aquí hay disidentes.
Se trata de los números primos, ésos que van por libre, impredecibles, porque no hay fórmula matemática que prediga su
comportamiento.
En esa pasión por descubrir las reglas que las matemáticas intenta captar, la escritora deja que en
cierta manera intuyas de que puede que “exista un mundo invisible que
sostiene al mundo visible”, porque al igual que, por ejemplo, el
concepto de una línea sólo puede ser comprendida desde nuestra imaginación, al ser imposible representarla debido a su infinitud, puede que de la misma forma, lo que es, no pueda ser visto con los ojos.
Y todo esto ameneizado con los detalles de la
vida cotidiana de los protagonistas y la otra pasión del profesor: el béisbol.
NOTAS:
1.- Comenta que el cero fue descubierto
por un matemático indio desconocido (Ver. Pensaba que era una
aportación árabe)
2.- Los número perfectos de Pitágoras,
son aquellos cuya suma de divisores da el mismo número, como:
Número 6, divisores: 1, 2, 3 que suman
6
Número 28, divisores: 1, 2, 4, 7 y 14,
que suman 28
El siguiente número perfecto es el
496, luego el 8.128, luego el 33.550.336 …..
Otra característica impresionante, y que sólo se cumple en ellos, es que además, pueden
formarse como una suma de una sucesión de números naturales. Por
ejemplo:
6 = 1+2+3
28 = 1+2+3+4+5+6+7
496 = 1+2+3+4+5+6+7+8+ …...
+28+29+30+31
3.- Los números amigos de Pitágoras
son aquellos cuyos divisores dan al otro. Ejemplo:
el número 220 y 284 se dicen amigos
porque:
220, tiene como divisores: 1, 2, 4, 5,
10, 11, 20, 22, 44, 55 y 110. Si se suman da 284.
284, tiene como divisores: 1, 2, 4, 71
y 142. Si se suman da 220.