Moisés Cayetano Rosado
Vamos de la Laguna Negra, al noroeste de Soria, hacia el Cañón de Río Lobos, al oeste. Un poco antes de llegar, en San Leonardo de Yagüe, se nos aparece por encima del caserío una fortificación abaluartada, en lo alto de un montículo destacado, pegado al pueblo.No lo esperaba y me pongo a hacer cábalas. De los conflictos hispano-franceses del siglo XVI imposible, pues Soria cae lejos. Tampoco de la Guerra de Restauração con Portugal a mediados del siglo XVII, por la misma razón. O de la Guerra de Sucesión española de comienzos del XVIII, al seguir siendo un rincón apartado sin incidencias en la época. ¿Qué me queda? ¿La invasión de las tropas napoleónicas a comienzos del siglo XIX? Bueno, las rutas de correo y aprovisionamiento del ejército francés no quedaban a trasmano… Y la guerrilla de El Empecinado estuvo por toda la cuenca del Duero… Mientras comemos en un restaurante de la carretera, lo discutimos. Desde enfrente de su puerta -al otro lado de la vía- se la ve, altiva; nos acercamos después, con esa fecha en la cabeza: comienzos del siglo XIX…Y llegamos ante el cartel de su entrada. ¡Oh, sorpresa! El castillo abaluartado de San Leonardo empezó a construirse en 1565, por encargo de Juan Manrique de Lara, Capitán General de Artillería y responsable de las fortificaciones militares españolas en Italia, de las que había tomado ejemplo para… levantar su residencia privada “de capricho”, cumpliendo los criterios defensivos de la época, aunque su interior siguió el modelo de los palacios solariegos italianos.Como no pudo terminar su obra -murió durante su ejecución-, la prosigue su hijo, Antonio Manrique de Lara y Fajardo, que a ambos lados de la puerta principal colocó dos “hermosos” ventanales, y otros dos más en el mismo paño de muralla, como corresponde a un “palacio bien iluminado y ventilado”.Es decir, este fuerte de planta cuadrada, con baluarte apuntado en cada esquina -ahora ya bastante deteriorado y esquilmado por los muchos a los que ha servido como cantera para otras construcciones-, no corresponde a necesidades estratégicas ni defensivas, sino al capricho de un “enamorado” de las fortalezas, tal como ocurre con “castillos medievales” recreados por diversos lugares, que han sido levantados “ex novo” por sus propietarios, con ese afán romántico o neorromántico y ensoñador tan propio de los nuevos ricos o de los poderosos prepotentes.
Lo curioso es que en este caso no es una evocación del pasado glorioso lo que lleva a la actuación, sino una acción sincrónica, una traslación de la “estrategia de la necesidad” a la “satisfacción de la grandiosidad” en el mismo tiempo histórico, hoy sometida a dejación, a olvido… y a cábalas de los que buscamos explicación práctica a todo, sin contar con esa variable interviniente del “capricho” de aquellos que se lo pueden permitir.