Revista Opinión
En una escala imaginaria que tomara como criterio el grado de carga emocional de la instantánea, las fotos de carné se situarían en el puesto inferior de la taxonomía. Primer plano frontal, fondo y expresión facial neutros. Objetivo: discriminar fácilmente al sujeto a través de la morfología del rostro. El resto de la información -pírsines, forma, color y longitud del pelo- es irrelevante, salvo lunares, marcas o cualquier otra orografía indeleble que ayude al reconocimiento directo. Una foto de carné es el esqueleto básico, el adeene icónico de cada sujeto. Insisto en la acepción: sujeto, que no individuo o persona. Este tipo de fotos capta todo menos aquello que individualiza o personaliza al fotografiado. Absorbe su identidad, desechando todo aquello que sea biográfico, cultural, temporal. Se podría decir que son imágenes sin alma, funcionales.
Casi nadie lleva en su cartera o luce encima de una mesa una foto de carné de sus seres queridos. Todas nuestras fotos familiares poseen cuando menos un rasgo que nos informa de la personalidad, los gustos, las vivencias personales de sus protagonistas. Las fotos de carné carecen de historia (salvo que sean presentadas en series cronológicas), establecen con el sujeto una relación mediada por el interés, exenta de lazos afectivos. Nombre y apellidos, sexo, edad, domicilio postal, estado civil, número del deneí, número de la Seguridad Social, profesión, ¿posee vehículo propio? El género literario de la foto de carné es la ficha, el formulario oficial, el modelo a cumplimentar, el pie de página policial.
La alegoría de todo etarra es la foto de carné, impersonal, expeditiva, incriminatoria. Cualquier ademán de humanidad entorpece la funcionalidad de su representación. Desde que decidieron matar, perdieron su alma, su identidad personal, su biografía. No nos interesa si amaron, su tuvieron amigos durante su infancia, si jugaban al fútbol o les gusta la música pop. Dentro de una foto de carné se agota su poder referencial, la posibilidad de alentar cualquier amago de emoción. La foto certifica su defunción moral.Ramón Besonías Román