No digo yo que ser vigilante en un museo no pueda llegar a ser aburrido, pero hasta el punto de pasar de todo y dedicarse a lo que sea que esté haciendo esta señora con el móvil pues, hombre, no sé yo.
La foto la he tomado esta misma tarde mientras visitaba el museo Unterlinden de Colmar, que me ha parecido una maravilla —al menos la parte de arte moderno, que es la que he podido visitar—.
No sé ni cómo he llegado hasta allí porque mi intención hoy era solamente ir a la cafetería (abierta al público que no entra al museo) a tomar un café y escribir un poco en el diario de viaje. Sin embargo, al ir a salir, he visto un cartel señalando que en el piso de arriba había una piscina. Piscine, rezaba. Pensando encontrar eso, una piscina, he subido las escaleras sin que me detuviera obstáculo alguno —por lo que he dado por supuesto que era una parte del museo abierta al público, como la cafetería—. De repente, me encuentro en una sala enorme que alojó, ni más ni menos, que los antiguos baños de la ciudad.
De esa sala, se pasaba a otra, esa sí llena de obras de arte. Entonces ya me he dado cuenta de que, efectivamente, estaba dentro del museo. Me he quedado un poco dubitativa, pero como he visto que la chica que vigilaba esa sala me sonreía tranquilamente, he seguido adelante.
Debo decir, de paso, que me ha fascinado lo que he visto. Algunas obras de artistas que ya conocía, como Picasso, Baselitz o Poliakoff, y otras de autores que ni siquiera me sonaban.
Y, en medio de tanto arte, nuestra amiga la vigilante enfrascada en su mundo privado teléfono en mano. En todo el tiempo que he estado allí, no solamente no ha hecho el más mínimo amago de levantarse y darse una vuelta por su sala, sino que ni siquiera ha apartado los ojos de la pantalla del móvil, como si lo que no tuviera que ver con ese aparato no fuera con ella. Realmente debe ser muy aburrido ser vigilante de museo…
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