Rajoy su fuma un puro en Nueva York con cara de banquero, mientras en España siguen aumentando el gasto público y los políticos se niegan a ahorrar, a adelgazar el Estado, a suprimir instituciones y empresas públicas inútiles y duplicadas, a expulsar, como debieran, a los cientos de miles de enchufados con carné de partido y mantienen ferreamente sus privilegios de casta. Para pagar la factura del derroche y la arrogancia siempre están los ciudadanos, a los que de nuevo les suben los impuestos en los Presupuestos Generales del Estado 2013. ¡Pobre España! ---
La reciente "foto del puro", tomada por un fotógrafo español que estaba de vacaciones, ha hundido la imagen de Rajoy con una contundencia feroz. Aparecer paseando por Nueva York, fumándose un puro, con la satisfacción del poder y de la opulencia en el rostro, rodeado de palmeros, mientras en España millones de sus conciudadanos sufren impuestos abusivos y una pobreza que galopa indetenible y diezma a los jóvenes, a los desempleados, a los trabajadores, a los funcionarios, a los pequeños y medianos empresarios y a las clases medias, que ya están al borde de la desaparición, más que una metedura de pata, la foto es una bofetada a España y a su pueblo, inoportuna, insoportable, llena de insolencia y obscenidad política.
En cualquier caso,´la "foto del puro" es un fiel reflejo de la casta política española: insensible, arrogante, ajena al pueblo y a sus sufrimientos, frívola, elitista, desconocedora de la democracia y de sus reglas básicas, capaz siempre de decepcionar al ciudadano, de jugar con fuego y de sembrar tormentas para recoger tempestades.
Mariano Rajoy y la clase política en general deberían tener más cuidado y apuntarse a un curso acelerado e intensivo de democracia. Lo necesitan como el comer porque son, como el resto de la clase política española, incluyendo a la izquierda, gente ajena a la democracia, herederos de sangre de un franquismo que no era del pueblo y que gobernó sin el pueblo. Si lo hicieran, aprenderían cosas que deconocen y que son vitales para la convivencia y la salud política de una nación democrática, como evitar la represión gratuita y arrogante de las manifestaciones de protesta ciudadana y a no estigmatizar y demonizar a los que tienen ideas diferentes y se manifiestan en las calles, muchos de ellos pidiendo "mas democracia", otros acuciados por la necesidad de sobrevivir, sin trabajo y con el estómago encogido por el hambre y el miedo, Aprenderían, también, que ignorar sistemáticamente las demandas del pueblo y, concretamente, el grito masivo de los españoles, que rechazan, desprecian y empiezan a odiar a los políticos, puede ser un error garrafal, sembrador de angustias, desesperaciones y tal vez de futuras violencias. Por muy fuertes que se sientan rodeados de policias, periodistas sometidos y jueces sumisos, los tres grandes blindajes de los falsos demócratas españoles, nadie es invencible ni invulnerable cuando abusa sin prudencia y sin alma de la injusticia y de la arrogancia.
El gobierno, en lugar de llamar "antisistemas" a los que pretestan, debería escuchar a sus ciudadanos. Seguro que con esa política nos iria mejor a todos. Los mismos políticos deberían sentirse antisistemas, porque el actual sistema ni es democrático, ni es decente.
Rajoy está demostrando que vive en un mundo aislado, ajeno a los enhelos de su pueblo, a los sufrimientos y a la vida común de sus administrados. A pesar del clamor que exige reformas que adelgacen el Estado y recorten los injustos e inmerecidos privilegios de los políticos, él se niega a escucharlo. Su arrogancia hace que el nivel de rechazo a la clase política crezca cada día más, acumulando presión en la caldera de los sentimientos y los odios de España, siempre dispuesta a estallar bajo altas presiones. Su peor pecado no es haber mentido hasta la locura o inculplido sus promesas electorales, sino creer que el malestar que inunda España se debe a la crisis económica y que el grito contra los políticos, sus abusos, ineptitudes y arbitrariedades es pasajero y superficial. No es cierto, como él ha dicho desde Nueva York, que la inmensa mayoría de los españoles no están con la protesta, ni con las manifestaciones. No tiene derecho a adjudicarse el silencio de la sociedad como cómplice con su política. La verdad es que la inmensa mayoría de los ciudadanos de España estamos cabreados y si no participamos en las manifestaciones callejeras es porque todavía nos pueden la cobardía y el miedo.
Si el alienado presidente encargara una encuesta veraz sobre los sentimientos auténticos de la sociedad española, quedaría tan aterrado ante sus resultados que recogería sus bártulos y saldría huyendo de España.