La fotografía post mórtem, también conocida como fotografía de difuntos, memento mori, “recuerda que debes morir”o retrato memorial, fue una práctica fotográfica habitual durante buena parte del siglo XIX y principios del siglo XX.
La fotografía posmortem
La fotografía fue una evolución de las imágenes tradicionales (pintura, grabado, etc.). Con el nacimiento del nuevo medio, aparecieron algunas imágenes desconcertantes.
Un ejemplo:
Un pequeño estuche con el retrato de una figura femenina y con un mechón de pelo humano podía ser un recuerdo de amor, de alguien que ha muerto, o las dos cosas a la vez
Los “retratos tipo” de Arthur Batut.
Éste realizaba retratos que consistían en la superposición de varios rostros, uno encima de otro hasta componer una sola cara, cuyo resultado es de una gran belleza, pero un tanto fantasmal.
Acabó llamando “retratos de lo invisible” a estas caras de figuras impersonales que no existen en lugar alguno. Y además fue pionero de la fotografía aérea
La fotografía postmortem en la época Victoriana
La vida victoriana estaba envuelta por la muerte. Las epidemias de difteria, tifus y cólera marcaron al país y, a partir de 1861, la enlutada reina Victoria puso el duelo de moda.
La bisutería de memento mori “recuerda que debes morir”, se reprodujo de diversas formas, aunque ya existía antes de los tiempos de la reina victoria:
- Los mechones de cabellos de los muertos se usaban en anillos y en medallones.
- Se hacían máscaras mortuorias de cera
- y las imágenes y símbolos de los muertos eran incluidos en cuadros y esculturas.
La primera fotografía, el daguerrotipo, era una pequeña imagen sobre plata pulida. Era muy cara, pero un retrato hecho por un pintor aún lo era mas.
A mediados del siglo XIX la fotografía empezó a hacerse cada vez más accesible y popular, lo que ayudó para que se realizaran mas retratos fotográficos.
En la década de 1850 se empezaron a usar métodos de mas bajo coste como eran:
- metal delgado
- vidrio
- papel
Vestían el cadáver de un difunto con sus ropas y lo fotografiaban junto a sus familiares, amigos o compañeros, o bien en solitario.
Hay que entender en la época que fueron realizados y el significado que esas fotografías tenían para los familiares. La familia seguramente tendría pocos o ningún retrato, o fotografía del difunto.
En la Inglaterra victoriana, esa era una forma de honrar a los difuntos y mitigar la pena causada por el duelo.
Los estudios fotográficos imprimían las imágenes en tarjetas que le entregaban a los deudos para sus amigos y familiares.
En algunos casos se hacía una fotografía simulando una reunión familiar cenando con sus familiares vivos, en otros el abuelo con su bastón, los padres cargando al bebé muerto…
En ocasiones, los ojos se retocaban en la fotografía para dar la impresión de que el muerto seguía con vida.
En el periódico se anunciaban fotógrafos especializados:
"Se retratan cadáveres a domicilio".
Las fotografías tenían mucho tiempo de exposición. Los difuntos eran modelos ideales, porque al no moverse salían mas nítidos.
En esa época morían muchos niños debido a distintas enfermedades, entre ellas:
- sarampión,
- difteria
- fiebre escarlata, o escarlatina
- rubeola
En esos casos, la fotografía era la última oportunidad de tener un retrato permanente de un hijo querido, acompañado de toda la familia.
Los bebés que morían bautizados se convertían directamente en angelitos. Los que no, los enterraban con los ojos abiertos, para que pudieran ver la gracia de Dios.
Querían que quedara un recuerdo gráfico de la persona fallecida, como para comprobar que había pertenecido a esa familia, recordar quiénes fueron estas personas o también poder enseñar a sus hijos o nietos quiénes eran sus abuelos o que tuvieron hermanos que fallecieron nada más nacer.
Fue en el siglo XX cuando esta práctica deja de ser exclusiva de familias pudientes. En los años 20 y 40 se pedía muchas veces que el fotógrafo moviese el cadáver para colocarlo de otra manera.
También, en ocasiones las familias mas pudientes fotografiaban a sus mascotas para tener un recuerdo de estas.
En España también se hacían esta clase de fotografías
Virginia de la Cruz, profesora de Arte Contemporáneo y Fotografía en la Universidad Francisco de Vitoria, publicó recientemente ‘El retrato y la muerte’ (Temporae), un libro que documenta por primera vez en España esta tradición a través de 185 instantáneas y de la historia que las envuelve.
Hasta los años 80 era costumbre fotografiar a los muertos en las zonas más rurales de España y, además, de la manera más ‘viva’ posible.
Cadáveres de niños vestidos con sus mejores galas y sentados junto a sus hermanos; bebés que parecen dormidos en brazos de sus padres; ancianos rodeados de flores en una cómoda cama…
«A los que se dedicaban a esto no les gustaba mucho hablar sobre el tema, no les agradaba. Eran trabajos por encargo que hacían porque se cobraban algo más caros»
Desaparición de la costumbre de fotografiar a los difuntos
Debido a la mejora de los sistemas sanitarios se redujeron las muertes infantiles, se redujo la demanda de este tipo de fotografías.
También contribuyó la migración a las grandes ciudades, el menor protagonismo de la religión y la aparición de una ‘industria funeraria’ que se encarga de todo el proceso.
La llegada de la fotografía instantánea hizo que la mayor parte de las familias empezaran a hacerse las fotografías en vida.
Hoy en día ocultamos todo lo que tiene que ver con la muerte
Vemos la muerte en todas partes, pero la real, la que nos atañe, se ha convertido en algo tabú. La muerte, normalmente no suele ocurrir en casa, sino en residencias, clínicas u hospitales.
No se suele velar en casa al fallecido sino en tanatorios. Los niños suelen vivir ajenos a lo que ocurre cuando alguien muere, ya que no les dejamos participar en el velatorio ni en los entierros.
En otros tiempos esto era algo que formaba parte de la vida diaria, e incluso los niños estaban acostumbrados a la visión de los muertos. Son otros tiempos…
Fotografías antes y después de la muerte
En algunos hospitales se está volviendo a esta curiosa práctica. Un servicio ‘extra’ que se da como terapia, para ayudar a superar una muerte de un bebé recién fallecido o de una persona muy cercana.
Beate Lakotta y el fotógrafo Walter Schels (un matrimonio) acompañaron a enfermos terminales en diversos hospitales de Hamburgo y Berlín entre el año 2003 y 2004.
Entrevistaron a los pacientes para conocer su opinión sobre la muerte. Tomaron fotos mientras aún estaban vivos y regresaron para tomar una última imagen después de su muerte.
Las fotografías que se tomaron en los centros llamados “Hospizen”. Son comunes en casi todos los países europeos y al contrario que los otros hospitales, se especializan en pacientes terminares ya desahuciados por los médicos:
“Quien llega hasta estos lugares, sabe que su fin está cerca”, dice Lakotta.
Schels y Lakotta ganaron el premio Hansel-Mieth para reportajes y también el Premio Social de Alemania.
Los retratos también recibieron un segundo premio en el World Press Photo del año 2004, el Lead Award 2004 y una medalla de oro por parte del Club de Directores de Arte.
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