Lo de Sevilla con Peeping Tom es una relación de amor, labrada a lo largo de los años, es por ello, que la compañía belga vino a hablarnos de sus miedos, sus pasillos oscuros, en una pieza arriesgada, que habla sobre todo de fragilidad.
No venían con una propuesta en la que asombrar a su público con cuerpos virtuosos, movimientos imposibles y sorpresa tras sorpresa, dejarnos con la boca abierta tal como nos tiene acostumbrados. Sabían que para el público sería un shock, ver tanto texto, pero sentían que era la forma y esa es su libertad creadora.
La escenografía, un barco atrapado en la nieve, era absolutamente espectacular, los primeros momentos con el bailarín extremeño de break dance, Chey Jurado, eran impresionantes, tirando de una cuerda o con música clásica y una caña de pescar.
A partir de ahí el dolor real de seres humanos sensibles. Envuelto en una dramaturgia tragicómica que nos sacaba la risa, tanto como nos conectaba con su dolor. Se reían de sí mismos, el humor contra la tragedia, algo absolutamente poderoso para poder enfrentarte a la oscuridad.
Un director sin ideas se encuentra perdido, como el niño muerto que hay en escena. Nos recuerda que un ser escénico lo es por su capacidad de jugar en libertad. Peeping Tom expresa la tragedia de perder la potencia creadora. El motor del barco no funciona.
Laureen Langlois y su soledad, a pesar de estar en la compañía de sus sueños, cuando llega a casa después de una gran gira, siente que ha perdido a sus amigos, que no tiene gente querida cerca, se siente sola y le llora a su móvil, esperando que alguien la saque de su «aislamiento». ¿Puede alguien hacer eso?
Marie Gyselbrecht cansada de su encasillamiento en un perfil determinado de personajes, se pregunta si los 15 años entregados a la compañía han valido la pena. Impacta su triple violación escénica, por otro, sin otro y por su pensamiento. Brutal.
El veterano Sam Louwyck lamenta como el texto y la coreografía consiguen minar toda su potencia creadora, «en esta compañía te aprendes el texto y haces exactamente lo que te diga el director» le gritaba Romeu en la oreja, y él llora y llora, solo y acompañado, llora y llora.
Chey Jurado, a gritos encima del barco encallado en el hielo, expresa lo que muchos en el patio de butacas sienten: «yo he venido a bailar ¿esto no es una compañía de danza?»
El monólogo final de Romeu Runa suena a jabalí abierto en canal, despedazado. Nos asomamos y sentimos la fuerza terrible de su debilidad, se desnuda, y dentro hay un ciclón que amenaza con llevárselo por delante. ¿Danzar con un ciclón?
Peeping Tom son grandes, son seres humanos sensibles, frágiles y valientes.
Yo soy ese público que esperaba ansioso la danza virtuosa de Peeping Tom, a cambio, Romeu se despide de mi con un terrible: «Disfruten de la oscuridad» y fin.
Fotografía promocional: Olympe Tits