La rutina era la habitual. A media tarde, Matilde quedaba con sus amigas y analizaban la vida. Llevaban haciéndolo 50 años. Hablaban de tiempos pasados, de los '60, de los concurridos merenderos que los pescadores montaban cuando volvían del mar, de los Baños de San Miguel donde veían a barceloneses de bien jugando su ocio, de las comidas fastuosas que ocasionalmente disfrutaban en el antiguo Paseo Nacional, o de lo divertido que era acercarse a Las Ramblas para descubrir esa ciudad que el barrio poco intuía. Eran vecinas de la Barceloneta de toda la vida y la tarde del viernes era para ellas.
Web: Bar: La Fresca
Dirección: Maquinista, 8
Precio medio: 12€. Croquetas de jamón, 1,80€; Tiras de pollo, 4,95€; Hamburguesas, desde 5€. Menú de mediodía: 11,95€
Imprescindible: Ir a horas muertas y coger ventana. Vivir la Barceloneta con tiras de pollo y copas de vino.
Horario: Todos los días, de 11 a 24.00h.
Teléfono: 932 69 35 31
La Fresca
La historia Cultibar
Se habían reunido en La Bombeta, en La Leo o en Can Ramonet, pero ya llevaban un año haciéndolo en el "hijo" de éste último. La saga Ballarín Francés (los dueños del histórico Can Ramonet) han ampliado negocio con un lugar desenfadado en el que, no sabían bien porqué, Matilde y el grupo se sentía en casa. Era La Fresca, un cuadrado perfecto en la peatonal calle Maquinista, un lugar de maderas y buena atención, pequeño pero acogedor, con duende que entendían. Para maridar recuerdos y no perderse entre cartas modernas, tres copas de tinto Penedés, una ración de croquetas y una bomba para cada una. Eran de la Barceloneta y conocían su gastronomía. Ya se habían sorprendido que "un lugar tan moderno recordara en boca a su barrio".
Fresca era, afable también
En pleno recuerdo gastronómico, las mentes volvieron al presente por la aparición de Sandra. Con 22 años, era nieta de Matilde, su madre casi por historias que no vienen al caso, un personaje ya en el barrio por su promiscuidad exagerada. Una cruz que Matilde simplemente llevaba. "Abu, que he quedado aquí con dos amigas. Echó una con vosotras para que me invitéis y me voy para allí, que hay mesas libres". Fresca era, afable también. Con eso Matilde olvidaba toda falda corta o escote parlante. Un té verde y una ración de escalivada con queso de cabra -aprovechó- y el repaso habitual de los novios que venían. Y el guiño a Malik, el camarero que les había enamorado y al que buscaban pareja a cada poco aposentadas junto a la ventana. La complicidad era santo y seña. Nombre de bar y apodo de persona. Acepciones permitidas.
Finiquitado el plato y el repaso de nombres, Sandra besó y abrazó. Las amigas estaban entrando y sentándose en la mesa más cercana a la cocina. La noche estaba abierta. "Avisa cuando marches y no llegues tarde". Una madre (aunque sea abuela) es una madre.
La conversación, previa otra copa, volvió al pasado en la mesa de la experiencia. Y así anduvo media hora más, mientras a escasos metros pero en mesa redonda la temática difería -mundos que se encuentran- entre ensaladas de cuscús con menta y pasas. En la del trío tocó ya la corneta. Era hora del telediario y tocaba volver al nido. Además, pese a albergar una docena de mesas, el local empezaba a acumular curiosos y los idiomas ininteligibles para el trío ya imperaban. "La nueva Barcelona...", sonreían. La versatilidad de un local amable, que hace sentir bien a propios y extraños. En carta, trato y estética.
Este pañuelo yo sé qué es
En la mesa de al lado, ya se habían fijado, cuatro jóvenes rubios, más altos de lo que deberían, daban cuenta de su festín español: tres hamburguesas con foie, tiras de pollo con mostaza de miel, pulpo a la gallega y repetidas jarras de diferentes cervezas de importación. Querían conocer Barcelona desde un puente gastronómico no lejano. La Fresca lo permite. Les volvieron a mirar sorprendidas, se levantaron y encararon la puerta. "Adiós Sandra, lo dicho. Hasta la semana que viene Malik".
Ya estaban fuera cuando una voz las detuvo. "¿Es suyo señora?". Uno de los rubios, en un perfecto español entregaba el pañuelo azul y amarillo que una orgullosa Matilde acostumbraba a vestir. "Sí, gracias. No eres de aquí, ¿verdad? Tienes un castellano muy bueno..."."Soy inglés. Estudié español en la universidad y ahora estoy viviendo aquí. Y este pañuelo yo sé qué es. Es emblema de este barrio". Joder con el guiri. "Así nos gustan los extranjeros", pensaron. "¿Y ya tienes novia? Eres perfecto para mi nieta...". Eso era un abuela. Sin ocasión que perder.
La frase no acabó. Como si la hubiera escuchado, Sandra se asomó a la puerta y saltó para abrazarse con el rubio. "¡John!". "Ésta sí que es buena". "¡Es mi amigo inglés, mi... amigo especial del Erasmus que hice hace dos años!", se explicó la nieta. La Barceloneta sigue siendo un pueblo. "Malik, chicas, chicos, boys es en inglés, ¿verdad?, todos para dentro que hoy brindamos. La chica ha apuntado. De ésta John no se escapa ". Matilde en formato estocada final.
Coulant casero y chupito final
Era viernes noche y el local estaba lleno. En las mesas de madera de diversa forma se respiraba ambiente, pero una historia es una historia y hay magia. El grupo entró y La Fresca juntó mesas e hizo espacio. La gente aplaudió. Nachos con guacamole, cava y croquetas para todos. Coulant casero sobre plato floral. Una fiesta en amarillo y azul -el color de la bandera del barrio-, con sentido y civismo, en castellano, catalán e inglés y con gastronomía mundial. Una fiesta de pueblo en Barcelona, en la Barceloneta. Una fiesta de la fresca y La Fresca, un punto con magia, que atrae generaciones y nacionalidades. Armonía de barrio.
Nadie recuerda cómo acabó la fiesta. Es el difuminado del audiovisual. Sólo apuntar que la familia de Can Ramonet también inauguró hace relativamente poco otro establecimiento: El Nou Ramonet. Se comenta por los mentideros del barrio que a John le empiezan a llamar Ramón... Y que la fresca ya sólo es un nombre de bar.