Revista Salud y Bienestar
Muchas tradiciones nos hablan de la fuente de la vida incluyendo narraciones paralelas como la de la eterna juventud, el santo grial y otras búsquedas. En ellas encontramos el anhelo del ser humano por vivir y trascender la limitación de la muerte. Ese deseo imperioso ha generado cosmologías, mitologías y religiones, construido pirámides, zigurats y templos. En pocas palabras: ha impulsado a los seres humanos a buscar un sentido.
En cada época esa búsqueda se ha concretado de diferentes maneras. Se enviaban exploradores a los confines del mundo, se concentraban las miradas en la noche estrellada, se dedicaban esfuerzos al estudio y la meditación o se construían espacios y edificios. Hoy parece buscarse sentido en la ciencia y la tecnología y muchos encuentran vida o juventud en la cirugía estética o los placeres vanos como por otra parte se ha hecho siempre. También encontramos vendedores de sentido en sectas o productos de la nueva era que ofrecen viejas perlas de sabiduría convenientemente maquilladas. Nada nuevo bajo el sol.
Sin embargo la gente común parece haber olvidado el acceso a las fuentes de vida que si bien siguen manando lo hacen con un leve rumor que el estruendo de cotidianidad borra por completo. Las sociedades modernas parecen dar la espalda a las religiones y a los místicos que conocían esos angostos caminos. Los dogmas de fe, jerarquías, estructuras de otros tiempos y morales rígidas han alejado a muchos. La desgracia es que también se han dejado atrás tesoros que costó gran esfuerzo encontrar, entre ellos todo lo referente a la fuente de vida.
El acceso a lo santo ha sido protegido por las religiones relegándolo a lo inaccesible, cubriéndolo con velos que solo los guardianes correspondientes controlaban. A los que descubrían y anunciaban la forma de llegar a la fuente los solían ajusticiar, quemar o crucificar. Y así hemos estado durante siglos. Hoy lo que caracteriza nuestra época es la coexistencia de un libre mercado que trata de mercantilizar todo lo susceptible de ser convertido en bien o servicio con la involución de las religiones tradicionales despojadas de la credibilidad y fuerza que tuvieron en el pasado. Por un lado tenemos pues todo tipo de productos espirituales a la venta y por otro los escritos y testimonios de esas antiguas tradiciones. Es posible por tanto aprender del esfuerzo que otros hicieron por nosotros para abrir rutas que nos conecten con la vida y nos aporten sentido.
El reto sigue siendo el mismo que hace miles de años. Darnos cuenta de que las fuentes de vida no pueden estar muy alejadas de los seres que gozan de ese estado y que esa vida que experimentamos nos hermana con aquellos que también la disfrutan, la disfrutaron o habrán de disfrutarla.
Cuando conseguimos relacionarnos con esa parte de nosotros que denominamos fuente de vida es más sencillo hallar sentido y equilibrio frente a las circunstancias que nos toquen. Cuando no lo conseguimos estamos expuestos a la sobrecarga y la desesperanza y en consecuencia a terminar comprando sucedáneos que no nos sacien la sed de sentido y transcendencia.
Es en las crisis vitales, las enfermedades y las pérdidas donde más evidente se hace la importancia de acceder a una fuente de vida. Sin esa posibilidad los remedios, cuidados y pastillas no producirán el suficiente alivio por grandes que sean las espirales de diagnóstico y tratamiento que se generen.
Los profesionales de la salud no suelen tener tiempo para detenerse a preguntar sobre cuestiones tan aparentemente alejadas de los problemas físicos y corporales que suelen mantenerles ocupados. La esfera existencial de la persona se pasa por alto como si no existiera o fuera un negociado alejado por entero de su competencia. Tal vez sea un error. Igual que no es posible separar lo físico de lo psicológico tampoco lo será con lo social y existencial. Pero así como existen psicólogos y trabajadores sociales para atender los correspondientes problemas, ¿quién se ocupará de las cuestiones espirituales y existenciales cuando estas afecten vivamente la realidad y la salud de la persona?
La sed de sentido y esperanza nos impele como sociedad y como individuos a buscar el agua que la sacie. Sin embargo no son precisamente los países más desarrollados económicamente los que consigan calmar mejor esta necesidad. Más bien la distraen proveyendo de contenido, bienes y servicios infinitos que calman esa sed temporalmente.
El que se atreve a caminar por su jardín termina conociéndolo y más tarde o más temprano encontrará la fuente. Quien bebe de ella una vez no podrá dejar de hacerlo porque su agua calma de verdad la sed de vida. Llegará un día en que este acto nos parezca cotidiano y elemental. La supervivencia de la especie tal vez dependa de generalizar esa fuente de sentido.
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