La fuerza de Jane Eyre 170 años después

Supongo que para una niña que creció leyendo libros como La pequeña Dorrit o el más conocido Oliver Twist, de Charles Dickens, adorar en la adolescencia a la Jane Eyre de Charlotte Brönte era lo normal. Esos personajes de la sociedad victoriana que sufrían lo indecible pero siempre actuaban en defensa del inocente y terminaban recibiendo su recompensa, eran héroes para una niña gordita a la que nadie veía y que, como el ya más moderno Bastian de La Historia Interminable, se escondía para leer aventuras y más aventuras. Pero no voy a contarles más batallitas, sólo que, si no la conocen, Jane Eyre es una novela escrita por Charlotte Brönte hace nada menos que 170 años, que narra la historia de una huérfana que primero sufre acoso por parte de sus primos en la casa de su tía, para luego acabar en un internado en el que recibe multitud de castigos por no tolerar injusticias y, por último, ser contratada por un hombre rico como institutriz de su joven protegida. Así, en dos pinceladas, parece un dramón de televisión de sobremesa, pero lo cierto es que Jane Eyre tiene tanta fuerza que es imposible que el lector no se quede atrapado por ella, por su forma de ser, por su valentía y actitud ante las desgracias.

La única adaptación al cine que he visto de esta novela es la creada por Cary Joji Fukunaga en 2011, con Mia Wasikowska y Michael Fassbender en los papeles de Jane Eyre y Eduard Rochester. Ambos dan vida a los personajes literarios con gran destreza, sobre todo Mia, que consigue el difícil reto de encarnar la mezcla de ternura y fuerza que destila Jane en las páginas de la novela. El largometraje contiene momentos emocionantes en los que el espectador se aferra al sillón, pero, por desgracia, tales destellos son fugaces y pierde fuelle la fuerza narrativa. La película es entretenida y emocionante en ocasiones, la novela es, en cambio, apasionante.