Revista Cine

La fuerza de la mirada

Por Crowley

La fuerza (e importancia) de la mirada humana en
'Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación'.
Proverbio árabe.

¡Mírame!

Sí, sé que estás leyendo esto con más o menos atención, pero no me basta hoy con eso. No.
Quiero que me mires a los ojos. Quiero ver cómo vas cambiando de expresión (en uno u otro sentido) mientras te cuento esto. Quiero que veas cómo siento y cómo vivo lo que voy a narrarte.
Mírame fíjamente, por favor...Les decía hace unas semanas, cuando hablábamos de 'Der Golem', de la indiscutible importancia que tiene la palabra en nuestras vidas.

Pues bien, hoy vengo a hablarles de la importancia que tiene la mirada cuando la palabra no puede estar presente, analizándo una gran obra de ese indiscutible maestro que es Carl Dreyer.

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Miradas que no miran, miradas cómplices, miradas de rechazo, miradas de amor, miradas de inocencia, miradas de asombro, miradas de descubrimiento, miradas lujuriosas, miradas de ironía, miradas de envidia, miradas de...

La mirada es clave en la comunicación no verbal entre dos individuos. Una mirada puede matarte o hacerte enrojecer. Suele comentarse que la mirada es el espejo del alma, algo que es rápida y fácilmente perceptible a lo largo del film que nos ocupa. Así, Juana, con sólo sus ojos, puede transmitirnos desde temor (1, 2, 4) hasta esperanza (7), pasando por resignación ( 5, 6, 8, 9) e incomprensión (3) y sus jueces y verdugos, querencia hacia la confabulación (11), prepotencia (10), soberbia (5, 12), mezquindad y maldad (13).

Decía Sartre que la Mirada, además de ser el ámbito primero que abre la puerta a la comunicación, es la presencia de la otra subjetividad frente a nuestra conciencia y no podría tener más razón, ya que cuando otra persona nos mira (y somos conscientes de ello) nos valoramos con la otra subjetividad (diferente a la nuestra), la del otro, como si nos valoráramos a nosotros mismos con los ojos de quien nos observa. Sólo así, somos conscientes de nosotros mismos en la situación concreta en la que vivimos. Obtenemos nuestra propia autoconciencia gracias a la mirada del otro.

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Dreyer es uno de los más grandes directores que ha dado la industria cinematográfica a lo largo de toda su historia y uno de esos creadores, límpido, depurado, que elevan al cine a la categoría de Arte.

Sus películas son complejas y siempre deambulan entre lo real y lo onírico y aquí, en 'La pasión de Juana de Arco', a pesar de tratarse de un tema real, también se da esa dualidad cuasi teatral (teatral en lo referente a la composición de los planos).

El largometraje nos transporta a 1430, en el período final del juicio a Juana de Arco por parte de un Tribunal eclesiástico inglés, que la acusaba de herejía, blasfemia, apostatismo y brujería. Sin llegar a las cotas de maestría absoluta que desplegará en el futuro Dreyer en su, para mi mejor obra, 'Ordet', el film que nos ocupa posée también una grandeza innegable y es una de las imprescindibles del cine y una obra maestra más que añadir a su filmografía.

Dreyer nos trae aquí una película muda, pero una vez visionada, uno se da cuenta de una cosa. No hacen falta palabras para describir ni para explicar nada de lo que vemos. Nos basta con la gestualidad de los protagonistas y con, sobre todo, las connotaciones que encierran sus miradas (al igual me ocurre con 'The Crowd', de King Vidor) para que nuestra alma se quiebre y para que 'Sintamos' a través de esas imágenes que se mueven con melancolía y desesperación a una velocidad de 24 veces por segundo.

'El film se basa en el progreso espiritual del alma humana', decía Carl Dreyer y es por eso que decidió filmarla con primeros planos, porque sólo el rostro de una persona, su mirada y su expresión, es capaz de reflejar los cambios del interior.

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Y ese interior, esos cambios del alma de los protagonistas del film, los vamos viendo a lo largo del film a través de lo que nos dicen sus miradas y el brillo de sus pupilas.

Ya desde el principio, cuando Juana entra encadenada a la sala donde será juzgada, vemos cómo los allí presentes, con el Tribunal inquisitorial a la cabeza, se miran de forma cómplice, entre susurros y de tal manera que, con sólo mirarse a los ojos, se lo dicen todo lo que desean los unos a los otros. Los jueces poseen una mirada maligna, una que indica subterfugios, altividad y mezquindad. Esto, además de por sus ojos furiosos (imágenes 5 y 12) lo advertimos porque, a diferencia de los planos de Juana, que suelen ser brillantes y luminosos, aunque esté sufriendo el mayor de los tormentos, los de los verdugos van enmarcados entre una sombra punzante y amenazante (como ese aura oscuro que enmarca la imagen y que acentúa lo sombrío de su ser). Los inquisidores son seres altivos pagados de sí mismos (10), intransigentes que viven cegados por su estrechez de miras (11), por su soberbia (como vemos en las imágenes 5 y 12) y porque aunque son capaces de mirar lo que tienen alrededor, son incapaces de ver la verdad de lo que tienen en frente e, incluso, negándose a ver incluso aquello que predican.

En la última imagen de la serie que les pongo en este post, la (13), vemos el primer plano de uno de los jueces que resume a la perfección el estado latente del alma de los seres que tienen en sus manos la vida de la joven Juana. En la instantánea tenemos el rostro de un hombre de 'Dios', pero más bien parece un siervo de Satán, con esos ojos luciferinos que van encerrados en un mar de arrugas tan marcadas que parecerían algo paródico si no fuese por lo diabólico de esa socarrona sonrisa de maldad que asoma por la comisura de sus labios y por esa nariz picuda que rompe la linealidad de un rostro que encarna el mal más absoluto. Un mal que está en lo alto de la escala de poder, en lugar de estar en lo más bajo de la moralidad, que es donde debería estar sitaudo.
La dualidad entre arriba y abajo, entendiendo arriba como lo divino, lo celestial y abajo lo mundano y malvado, está también presente en diversas imágenes de la película, como se muestra en (5 y 8). Lo poderoso, lo ruín, tiraniza y somete a lo bondadoso y débil y Juana no puede sino sentirse aplastada por el peso de la faltalidad, como se ve claramente en (5), donde la Iglesia le presiona y aprisiona (2) y en (8), donde las llamas acabarán con su vida.

Porque finalmente, Juana muere. Y esa muerte denota la agonía que debe suponer morir abrasada (como nos dicen sus ojos en la imágen (9). Pero antes de ese tormento supuestamente purificador, de esa muerte atroz entre el fuego que mastica su carne virginal, Juana ha aceptado con agrado ese sacrificio. Porque para ella ese sacrificio, esa entrega a la muerte, viene condicionada por un acto de amor, como podemos advertir en la imagen (7), donde su vista está fijada en el cielo, en un punto no diegético al que pronto acudirá. Acepta, gozosa, lo que le va a suceder, porque es lo que más anhela en la vida.

Muere, sí. Pero no es algo que debiera sorprendernos, ya que desde la primera escena del film, aquella en la que aparece ella con los pies encadenados, o esa en la que aparece atrapada (2), ya sabíamos que no había escapatoria ni salvación posible para ella. Como tampoco debiera haberla para sus torturadores que, escondidos tras la falsa máscara de la justicia, se convierten en abanderados de la intransigencia y en víctimas de aquello que temen y puede poner en peligor su acomodada vida.
Ahora, dejen de leer.
Descansen unos segundos su vista.
Mírenme de nuevo y comenten, con su mirada hecha palabras, qué les dicen los ojos de estas imágenes.


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