Revista Medio Ambiente
Nos solemos acordar del río cuando suena, cuando las fuertes lluvias convierten los pequeños arroyos en ríos caudalosos que arrastran rocas, anegan prados y causan destrozos en las edificaciones humanas. El hombre durante siglos ha intentado domesticar los ríos, los ha canalizado, lo ha moldeado a su antojo y ha invadido sus orillas construyendo en ellas. Pero los ríos no se pueden domesticar y tarde o temprano recuperan el espacio que les han robado y se llevan por delante todas esas construcciones como si fueran casitas de papel.
Pero no aprendemos de nuestros errores, y en vez de retirarnos y dejarles sitio, seguimos insistiendo, y buscamos soluciones absurdas que normalmente ocasionan más problemas que los que quieres solucionar. Y nos seguimos empeñando en domesticar el río, en asearlo y en cortarle el pelo como si fuera un caniche.
Decimos que el río se desborda porque esta sucio y llamamos suciedad a las ramas, a los árboles de las riberas y a los sedimentos, que son los elementos naturales que convierten al río en un ecosistema vivo y no en una canalización. Y exigimos que se limpie y que se elimine toda esa "basura", cuando ya está más que demostrado que esas acciones, aparte de inútiles son contraproducentes.
Esto sí es basura y no las ramas de los árboles
Curiosamente, ese impulso higiénico se olvida cuando se trata de limpiar nuestra propia basura. Después de siglos de usar los ríos como vertederos ahora nos preocupa la madera muerta. Como ha explicado mucho mejor que yo el Dr. Alfredo Ollero en un estupendo artículo, la crecida es el mecanismo que tiene el río para limpiarse y por eso no deben considerarse como catástrofes sino como procesos naturales. Igual que las aves cambian sus viejas y gastadas plumas durante la muda, los ríos periódicamente eliminan sus desechos y se renuevan gracias a las riadas. No nos necesitan a nosotros.
A estas alturas ya deberíamos haber cambiado nuestra forma de pensar, deberíamos devolverle al río lo que es suyo antes de que nos lo quite y respetar las zonas anegables y no edificar en ellas. El agua tiene mucha paciencia, puede tardar siglos en abrir una cueva en la roca o segundos en arrastrar rocas de varias toneladas, pero al final siempre encuentra su camino.