Por Eduardo Montagut
Parte de la Iglesia
española sigue defendiendo el teoconservadurismo, a pesar de los aires frescos
que, en cierta medida, parecen venir del Vaticano.
El teoconservadurismo puede
ser definido como un movimiento religioso que hace una nueva formulación de la
tradicional teocracia de la Iglesia Católica. La teocracia es una concepción
que supedita el poder temporal al espiritual pero, lógicamente esta teoría
tiene que ser defendida en las democracias de forma distinta a cómo se
formulaba y desarrollaba en el Antiguo Régimen con sociedades estamentales
tradicionales muy controladas y con Monarquías absolutas de derecho divino, no
valiendo, tampoco el discurso nacional-católico, en el caso español, porque
estaría salpicado con la mancha indeleble del franquismo.
El
teoconservadurismo se desarrolla en relación con el neoconservadurismo y
el neoliberalismo que, en los ochenta, comienzan a hacer furor en las
tendencias y formaciones políticas de derechas. Juan Pablo II resucita la vieja
máxima de la Iglesia que establecía que fuera de la misma no habría salvación y
encuentra una respuesta favorable a sus tesis en los máximos mandatarios
occidentales, en Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que sin ser católicos
comprenden que la Iglesia Católica es un poderoso aliado ideológico no sólo en
su lucha contra el comunismo sino, también en su cruzada por el rearme moral
conservador paralelo al triunfo del neoliberalismo económico, ya que el Papa
prima el discurso moral sobre el de la justicia social, más propio de la
democracia cristiana tradicional. El teoconservadurismo encuentra en Benedicto
XVI un teórico mucho más fino y sofisticado, aunque ya había ejercido su
influencia en el pontificado anterior. En la encíclica Spe Salvi (2007)
la democracia es considerada como una verdadera falacia porque se basa en la
soberanía popular que no está supeditada a la voluntad divina que administra la
Iglesia Católica. En realidad, se está diciendo, con otras palabras, que la
soberanía debe regresar a su verdadero origen divino, es decir al lugar donde
estuvo hasta que se produjo la Revolución francesa y se continuó con el ciclo
revolucionario liberal. De ese modo, la Iglesia decide intervenir y presionar,
con los medios de la sociedad moderna, en las materias en las que considera que
tiene potestad absoluta, abandonando el espíritu tolerante del Concilio
Vaticano II, como son las cuestiones referidas a la reproducción artificial, la
investigación médica con células-madre, los derechos de gays, lesbianas y
transexuales, las terapias contra el dolor, la eutanasia, el aborto, el
matrimonio, el divorcio y la educación, cuestionando la potestad del poder
legislativo para legislar en un sentido que no sea el estrictamente marcado por
la moral católica en su versión integrista. Eso supone, por un lado, un ataque
a la legitimidad de las instituciones de un Estado democrático y, por otro, el
intento de imponer una determinada moral a toda la sociedad.
En el caso español, esta
tendencia del teoconservadurismo encuentra una clara aplicación en determinados
sectores de la jerarquía eclesiástica, como comprobamos con las declaraciones
del cardenal Cañizares.