por su tuit y por su artículo
El otro día, un poco provocativo, un poco en broma (como siempre), pero muy en serio (como siempre), mi amigo y maestro Jaume Prat ha publicado el siguiente tuit: "El gran secreto es que por mucho que nos hablen de función solo cuenta la forma. Antes y ahora".
Yo me he enganchado a parasitar ese tuit (es lo que estoy haciendo ahora) para extenderme aquí y de paso para recordar el último artículo de Jaume publicado hasta el momento: "La arquitectura son los padres".
Maldita sea. No me libro ni una vez de las tildesque me pone el autocorrector del teléfonoLos arquitectos tenemos una especie de mala conciencia que nos lleva a justificarnos siempre en el sentido de que la forma es caprichosa, poco ética y bastante vana, y que por el contrario lo que nos redime y nos hace ciudadanos de bien y útiles a la sociedad es la función.
Fisac tiene una hermosa frase juego de palabras: "Mi estética es mi ética", que viene a decir que sí, que forma por supuesto, que belleza toda la posible, pero con verdad y con justificación. Es decir, que el edificio solo bello no le vale. Es más, los "éticos" decimos que si es solo bello y nada más que bello entonces no es bello, porque la belleza es... ¡tachán!... EL RESPLANDOR... ¡tatatachán!... DE LA VERDAD.
Dicho de otro modo, volvemos a recordar el sempiterno mantra de Sullivan "la forma sigue a la función", con el estrambote inevitable de su discípulo Wright que logra ya la cuadratura del círculo: "La forma y la función son una".
¿Quieres forma? ¿Quieres divertirte y gozar? Muy bien, pues pasa antes (o según Wright al mismo tiempo) por la función. Si no no vale. Si no pagas el precio ético no tienes derecho a pasarlo bien.
Yo lo sigo sosteniendo, en serio. Me considero funcionalista (o funcionarial, ya ni sé). Creo en la ética de la función. Pero luego veo la Ópera de Sidney y me derrito, y a ver dónde resplandece ahí la verdad y a ver si ahí primó la función sobre la forma o si las dos son una.
Pensándolo medianamente, las arquitecturas que nos emocionan y los arquitectos a quienes admiramos lo son por la forma y no por la función. Tiene razón Jaume (como de costumbre). ¿Funcionan bien las obras de Gaudí? ¿Y las de Carme Pinós? Por supuesto, pero lo que las hace únicas y admirables son sus formas.
Damos un paseo por la ciudad, llena de viviendas proyectadas por arquitectos anónimos, y prácticamente todas funcionan como tienen que funcionar, adecuándose a sus limitaciones y aprovechando los espacios como pueden y deben. En ese sentido son irreprochables. La función está cumplida. Pero si vemos entre ellas una perlita que destaca se nos cae la baba por la tersura de su cornisa, por el ritmo de sus ventanas o por el color y las proporciones de sus balcones. ¿Funciona mejor? No.
Pero es que podemos ir aún más lejos y ver que incluso los arquitectos llamados "funcionalistas" y proclamados como tales eran ante todo artistas plásticos. La forma; siempre la forma. ¿Para qué curva Le Corbusier los tabiques y los cerramientos en sus casas? Hay zonas en las que parece que es para que las circulaciones sean más cómodas, pero si lo analizamos bien vemos que es mera forma.
Le Corbusier, casa nº 13, Weissenhof, Stuttgart, 1927¿Y el raumplan de Loos? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función? ¿Y cómo funcionan las casas de Mies?
Mies van der Rohe, casa con tres patios, 1934¿Y todas las casas magníficas y encomiables de aquella "epidemia" funcionalista de Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Austria...? ¿Todo aquel entusiasta canto a la función de los años 1920s y 1930s cómo funciona?
¿Y cómo funcionan las anodinas casas que he proyectado yo? No peor, e incluso en algunos aspectos algo mejor. Y sin embargo son infinitamente peores. ¿Por qué? Porque la arquitectura no es función. O, mejor dicho, lo más importante de la arquitectura no es la función.
La función se le supone a la arquitectura, como el valor a los soldados. Sí que es verdad que hay edificios que funcionan mejor que otros, que tienen cerca las cosas que conviene que estén cerca y lejos las que deben estar lejos; que se circula utilizando los recorridos más cortos, con las anchuras más cómodas, etcétera. Pero eso lo cumplen casi todas las casas, y precisamente las que menos lo cumplen son las que más nos emocionan.
Mies van der Rohe, casa Farnsworth, 1951Porque en definitiva la arquitectura no es función. La función es una de sus condiciones, y no la más importante. Podríamos decir que es una condición necesaria, pero no suficiente. Aunque rizando el rizo podemos llegar a la conclusión de que ni siquiera es tan necesaria. Hay edificios que sin cumplir adecuadamente eso que llamamos función nos dan placer, paz, confort y emoción porque no solo vivimos de las anchuras de los pasillos y las longitudes de las cocinas.
Y porque, en definitiva, lo más importante de la arquitectura -lo único con lo que me quedaría si me tuviera que quedar solo con una cosa- es el espacio, y el espacio tiene mucho más que ver con la forma.
El espacio es forma, color, luz, temperatura, olor, vibración, alegría, paz, sonido... todo es espacio. ¿Y función? Bueno, no sé. Podemos decir que el espacio posibilita la función, pero no tenemos claro que el mejor espacio sea el que mejor la posibilite. La función se nos escapa de esta ecuación. Podríamos pensar que si tenemos suficientes piezas y lo suficientemente amplias la función sale sola. De hecho a lo largo de la vida de un edificio cambiamos las funciones de los distintos espacios y no pasa nada. La función no cuadra con la emoción de la arquitectura; es casi como si no existiera, o como si se diluyera, o como si ocurriera en todo caso o de cualquier modo. Como si no hubiera por qué preocuparse por ella, ya que, al fin y al cabo, se va a dar de una forma u otra y nos va a parecer bien.
A lo mejor han estado demasiado tiempo queriéndonos hacer creer que la función era una especie de ensalmo prodigioso, una suerte de Reyes Magos, y ahora nos estamos cayendo del guindo.