Cuentan los huiliches -gente del Sur- que el volcán estaba habitado por un poderoso pilláñ, el espíritu de un valiente cacique de nombre Lanín, muerto en batalla contra invasores de la región. El pilláñ se había transformado en un firme defensor de los animales y la vegetación de su reino, que terminaba en las orillas de los lagos y en la entrada de los valles.
Un día, guerreros de la tribu del cacique Huanquimil llegaron hasta las cercanías del Lanín persiguiendo huemules, cuya carne usaban para alimentarse y sus cueros para vestirse y fabricar sus viviendas. Sin saber de los peligros que los esperaban, los hombres de Huanquimil se fueron internando tras los evasivos animales, siempre cuesta arriba, escondiéndose entre la vegetación para no asustarlos.
Pero los perros que los acompañaban rompieron el silencio, los huemules escaparon y mucho trabajo costó a los huiliches capturarlos. Finalmente lograron su objetivo y, arrastrando las presas, comenzaron el descenso.
Pero antes de llegar a la base, el pilláñ desató su furia por la muerte de los huemules. La montaña comenzó a temblar, el cielo se oscureció y desde las entrañas del Lanín se desencadenó una gigantesca erupción como jamás se había visto en el lugar. Las cascadas de lava rodaban por las laderas calcinando todo lo que hallaban a su paso, los cazadores desaparecían en las grietas que se abrían en la montaña.
La furia del espíritu del Lanín era incontenible. De nada sirvieron las rogativas del pueblo y sólo la machi, hechicera sagrada, pudo saber cómo calmarlo. Únicamente una ofrenda apaciguaría al pilláñ y ésta debía ser el mayor tesoro de Huanquimil: su hija menor, Huilefun, debía ser llevada hasta la cumbre por el más joven y valiente de los miembros de la tribu, y entregada al volcán.
Destrozados por la tristeza, el cacique y su esposa se vieron obligados a satisfacer el deseo del pilláñ para calmar la ira contra su pueblo. Las jóvenes de la familia arreglaron los cabellos de Huilefun, la vistieron con una túnica blanca y la acompañaron hasta donde la esperaba el guerrero Talka, que debía conducirla hacia el lugar designado y dejarla allí. Talka estaba enamorado de Huilefun pero, al llegar a las cercanías del cráter, donde los vientos desencadenados por el pilláñ soplaban con fuerza irrefrenable, tuvo que cumplir con el destino revelado por la machi, de modo que soltó la mano de su amada y la dejó abandonada a su suerte. Antes de emprender el descenso, Talka quiso contemplarla por última vez.
Al volver su mirada hacia Huilefun, el joven vio cómo un enorme y furioso cóndor la tomaba con sus garras, se elevaba y la arrojaba al fuego que esperaba en el fondo del volcán. Fue entonces cuando, en pleno verano, se desató un frío intenso, una espesa nevada cubrió el cráter y las laderas del Lanín se vieron envueltas en un manto blanco como el vestido de Huilefun. La tormenta de nieve duró tantos días y tantas noches que nadie recuerda cuando terminó. Desde entonces el Lanín reina poderoso, con su cumbre nevada, sobre el calmo paisaje de lagos y bosques de suelo ceniciento, recuerdo del antiguo incendio que nunca más volverá a ocurrir, debido al sacrificio de Huilefun y la resignación de Talka.
El volcán Lanín es la montaña más importante de la provincia del Neuquén, con 3.776 metros de altura. Está extinguido hace muchísimos años y su cumbre permanece cubierta de nieve. Una leyenda transmitida por los habitantes originarios explica el porqué de ese eterno manto blanco.
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