Antes no ponía un pie en las galerías comerciales. Urbanita que es una, siempre he preferido los hipermercados. En una sola vuelta puedes comprar un poco de todo y la fauna que puebla sus pasillos me suele parecer más agradable que la que habita en las galerías.
Las galerías de barrio son como las plazas de los pueblos pero con el ambiente algo más caldeado porque a las señoras mayores les va la vida en la compra. Yo lo comprendo, para muchas debe ser su único contacto diario con el mundo exterior y con esas exiguas pensiones, todo un reto. Pero no puedo ni con sus modales ni con sus conversaciones. Ya comenté en una ocasión que he recibido más de una mirada inquisitiva, dudosa acerca de mi maternidad o de mi edad...o de ambas cuestiones. Aunque lo que más cuesta arriba se me hace es lidiar con las que tienen la vez cogida en cuatro puestos al mismo tiempo o con las que se quieren colar descaradamente (o eso o "¡vaya como está la juventud!") o con la que te enviste con el carrito de la compra (que debería estar prohibido llevarlo hacia delante, como lo llevan la mayoría, que parece que van con un carro de combate).
Con el tiempo he ido acostumbrándome al ambientillo y reconozco que es agradable ir un día de diario por la mañana y que no haya casi nadie, que te saluden en los puestos y me pregunten por mi hijo. También creo que la comida es de mejor calidad y la diferencia de precio es más que considerable (que es el motivo fundamental por el que ahora acudo al puesto de turno y no al hipermercado).
Aunque hay una cosa que me sigue poniendo muy nerviosa: las mujeres que no hacen más que decirle cositas a mi hijo y darme conversación, sobre todo cuando ha llegado mi turno y ya estoy pidiendo. Porque soy capaz de hacer varias cosas a la vez, pero no puedo concentrarme en pedir lo que tengo apuntado en mi lista mental mientras una señora, al mismo tiempo, le está haciendo gracias a mi hijo, acercando peligrosamente su mano a la mano del niño (¡señora, se mira pero no se toca!) o preguntándome qué tiempo tiene, si tiene sueño, le duele la boquita o a quién se parece. De verdad, me pongo de los nervios. Porque si no le doy juego a la señora, parezco una borde asocial (que lo soy). Y si le doy bola a la señora y dejo al tendero esperando, me parezco a esas otras señoras que van a la galería a pasar la mañana, sin prisa ninguna, enrollándose en todos los puestos mientras les importa un carajo que los demás esperen.
A veces salgo de la galería pensando: qué feliz es la compra en el supermercado, donde nadie te habla, nadie te molesta, vas a lo tuyo, tardas la mitad de tiempo... Sí, sí, soy antipática, ¡qué le vamos a hacer!...