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La gata de Williams

Publicado el 07 julio 2018 por Josep2010

Estaba seguro que en los once años de vida de este bloc de notas -que se cumplen hoy- había dedicado más de un espacio a glosar alguna película basada en obra teatral procedente de la magnífica pluma de Tennessee Williams y a pesar de mi reconocida y confesa querencia teatrera compruebo, pasmado, que aparte de recordar la efeméride del cuarto de siglo de su fallecimiento, me he olvidado de él absolutamente.
Olvidado en lo que hace a este sitio, aclaremos; así que me alegro de poder dedicarle cuatro letras sin correr el riesgo de que la amabilísima persona que pueda leerlas me regañe justamente por pelmazo.
El 24 de marzo de 1955 se estrenaba en el Morosco Theatre, Broadway, la nueva pieza escrita por el ya célebre Tennessee Williams, una delicia dramática de tres actos titulada Cat on a Hot Tin Roof dirigida por Elia Kazan en cuyo cartel compartían honores Barbara Bel Geddes (como Maggie), Ben Gazzara (como Brick) y Burl Ives (como Big Daddy) y Pat Hingle (como Gooper)
(Yo no sé ustedes, pero a mí, se me hace la boca agua y los dientes largos, de pura envidia por los que vieron eso en directo)
La pieza tuvo justo reconocimiento de crítica y público y se representó nada menos que 694 ocasiones antes de echar el cierre. Posteriormente se ha representado en Broadway en otras cinco ocasiones, la última hace ya cinco años, con Scarlett Johanson como su protagonista, Maggie "la gata".
La gata de Williams.
Para los que no lo recuerden, apuntar que Tennessee Williams, considerado junto a Eugene O'Neill y a Arthur Miller de lo mejor del teatro estadounidense del pasado siglo, era homosexual confeso y nada oculto en una época que nada tiene que ver con la actualidad en la que exhibir pluma es casi un deporte protegido. Williams nunca se escondió y tampoco fue muy dado a la autocensura, lo que le procuró no pocos encontronazos y disgustos incluso con aquellos que apreciaban en su justa medida su arte dramático.
Conocedor por nacimiento y cultura de los ambientes sureños, Tennessee vuelca a mediados del siglo pasado en una pieza corta, menos de sesenta páginas condensadas en tres prietos actos que se constriñen entre cuatro paredes y menos de un día albergando una constelación de personajes riquísimos psicológicamente, colosos habitantes del Parnaso dramático desde el mismo momento de su aparición, desafiantes exámenes para intérpretes que se creen profesionales hasta que intentan poseerlos.
Williams nos presenta una familia acomodada sureña, dueños de una plantación de algodón, una extensión de once mil hectáreas que ha levantado el patriarca de la familia quien justamente cumple sesenta y cinco años el día que vuelve a casa después de una estancia en un hospital donde le han hecho diversas pruebas, pues se sentía enfermo.
En la mansión le aguarda su esposa, Ida, su hijo mayor, Gooper Pollitt, con sus cinco hijos y la madre de éstos, Mae, que está embarazada de un sexto. Y su hijo menor, Brick, con su esposa, Maggie, a la que desprecia al punto que prefiere dormir en el sofá antes que con ella al lado.
Los personajes creados por Williams revisten una complejidad trazada con maestría en muy pocas líneas en un avance imparable que provoca que la atención del lector/espectador quede presa de un texto inmaculado, diáfano, limpio y potente que propicia un ritmo interno de la pieza absolutamente maravilloso de principio a fin sin tiempos muertos ni descanso para el ánimo que se deja conducir sin resistencia en medio de una vorágine de sentimientos, querencias, ambiciones y desengaños que sólo la sinceridad, expresada a media voz, logrará apaciguar. Una batalla de egos en la que puede haber alguna víctima, o quizás no.
Williams, una vez más, presenta un personaje masculino en el que la homosexualidad es un componente importante: en este caso, según algunas fuentes, hubo una autocensura que dejó al ausente Skipper todo el peso de la carga de la homosexualidad latente en su relación con Brick, pero parece ser que hay alguna versión teatral en la que Brick, por lo menos, adopta una conducta bisexual para disimular ante la sociedad que le rodea. No en vano insiste una y otra vez en su deseo de largarse del entorno, de cambiar de aires, buscando lejanía y anonimato.
Maggie no nació, como Brick, en el seno de una familia sureña acomodada, con sirvientes negros a su disposición: ella nació pobre; ella vistió en su casorio un traje prestado por una prima rica a la que odiaba; Maggie salió de la pobreza gracias al matrimonio y está decidida a no desperdiciar su oportunidad; no es ambiciosa para sí misma, pero (no olvidemos que la pieza está fechada a medio siglo pasado) sí para su marido, Brick: la indolencia de éste ella no la comprende: ella quiere para su marido lo que entiende le corresponde, porque la salud del Abuelo Pollitt es precaria y su sucesión próxima y Gooper está con su esposa Mae como si fuesen dos buitres, atentos a los restos del muerto. A Maggie le otorga Williams todo su cariño y le ofrece las mejores líneas, los mejores párrafos de unos diálogos sobresalientes: esa joven luchadora, sabedora de su potencia sexual, tiene todas las bendiciones de un autor homosexual que sabe tiene que autocensurarse y no pudiendo volcar toda la tensión erótica en el marido lo hace en la esposa convirtiéndola en un grito, un alarido casi, de seducción como arma de presentación propia, de reafirmación personal, dotada de una astucia que moldeará lo evidente para todos y especialmente para el moribundo Pollit.
Un muerto que está muy vivo o eso cree él, porque le han engañado: al Abuelo le han asegurado que cumplirá muchos más de los sesenta y cinco y que su cáncer ha quedado en nada: el viejo Pollitt pretende recuperar el tiempo perdido, dedicados que han sido todos sus años al esfuerzo de levantar la plantación: de todos los Pollit, él es el único que se considera trabajador, porque todo lo que tiene, que es mucho, lo consiguió partiendo de la pobreza: quizás por eso aprecia a su nuera Maggie en lo que vale, porque entiende su ambición para no volver a ser pobre.
Williams juega muy bien los equilibrios de sus personajes entre sí mientras podríamos decir que surcan su camino en un pantano de mendacidad: nadie dice la verdad, todos disimulan, pero están en un brete: por una parte, Brick está sumido en una espiral asfixiante de la que intenta salir a base de bourbon y de otra, el Abuelo siente que le queda tiempo para disfrutar de la vida y de repente le anuncian que su muerte está cercana y su hijo mayor, su nuera y sus insoportables nietos le persiguen y adulan hasta la náusea, todo por la fortuna que no podrá siquiera disfrutar ni tampoco malbaratar, dudando entre dejarla a un hijo mendaraz o a uno alcoholizado, su plantación, el trabajo de toda su vida.
La riqueza psicológica de los personajes de Tennessee trasciende más allá de la presentación de humanidades en conflicto para promover debate filosófico sobre el propio sentir de la vida, las ilusiones, el materialismo, el respeto y la libertad de elección. Podría extenderme en consideraciones relativas a la generosidad de Williams al momento de crear sus personajes, pero entonces rompería en exceso el comedimiento y brevedad que busco y ciertamente no consigo como desearía.
La pieza se lee de un tirón porque está escrita con elegancia y precisión y una gran economía de recursos (y muy bien traducida la versión que en 1959 protagonizó Aurora Bautista en Madrid) al punto que cuando uno la ha acabado vuelve a leer un párrafo y luego otro, porque engancha y uno va viendo a cada lectura aspectos nuevos que siguen siendo actuales.
Con estos antecedentes a nadie puede extrañar que hollywood se aprestara a llevar al cine, una vez más, una buena pieza de Tennessee Williams, máxime cuando su éxito popular era incontestable: eso sí, como de costumbre y en observancia del maldito Código Hays, con alguna pequeña modificación.
Richard Brooks acababa de rodar una versión de la muy prolija novela de Dostoyevsky Los hermanos Karamazov gracias a un guión propio confeccionado junto con los gemelos Julius y Philip Epstein (sí: los que hicieron el de Arsenic and Old Lace) y seguro que, como guionista, halló placer en adaptar a la pantalla la pieza dramática de Tennessee Williams con la ayuda de James Poe, que acababa de ganar un oscar por su adaptación de la famosa novela de Julio Verne "La vuelta al mundo en ochenta días".
Estos antecedentes no eran evidentemente los más recomendables para afrontar la pieza de Williams, pero Brooks ya había tomado referencias potentes cuando adaptó con John Huston el breve cuento de Hemingway que se convertiría en el clásico Forajidos y la experiencia debió dejarle buenas sensaciones y el gusto a piezas literarias con verdadera enjundia: sus tres siguientes trabajos, de los cuales uno, basado en buena pieza de Sinclair Lewis, ya lo tratamos aquí hace siete años (cómo pasa el tiempo), acuden a la buena literatura, de la cual el propio Brooks no era ningún extraño, no en vano fue autor de reconocido prestigio de guiones e incluso alguna novela.
Desde luego en 1958 era absolutamente imposible ofrecer en el cine estadounidense ni siquiera la más leve sospecha de homosexualidad que rozara ni siquiera levemente un personaje principal: si acaso un secundario maligno y con muerte dotada de enorme sufrimiento y repugnancia así que Tennessee Williams se pudo dar a todos los diablos y maldecir a gusto en presencia de los amigos de confianza pero Richard Brooks y James Poe iban a cambiar un poco la historia, por mucho que ya difería de la primera escritura que nunca fue editada.
Además, Paul Newman era un valor en alza y la Metro Goldwyn Mayer no iba a jugársela así que, decidida a relanzar el "estrellato" de Elizabeth Taylor (que odiaba la llamaran estrella de cine) hizo un paquete inédito con el apoyo de Burl Ives, ya conocedor del texto de Williams. Alargaron las frases de Brick (Newman), recortaron las de Maggie (Taylor) y lo prepararon todo para que Ives se pudiese lucir, en un año muy especial para él, porque también nos alucinó con su trabajo a las órdenes de Wyler en The Big Country.
La gata de Williams
El recorte que Brooks hace de las frases de Maggie "la gata" deja la película Cat on a Hot Tin Roof (La gata sobre el tejado de zinc) [lo de "caliente" no pasó la censura española] un poco más equilibrada porque ciertamente en la pieza teatral la autocensura enrabietada de Tennessee acaba por otorgar a Maggie una preeminencia que no molesta en absoluto pero que ¡ay! chocaba entonces (y choca ahora, afirmarán ustedes) con la idea hollywoodiense que los protagonistas son los hombres y las mujeres deben ocupar un lugar "distinto".
Ello no es óbice para que una esplendorosa Elizabeth Taylor se apodere de la película desde el primer segundo y no la abandone hasta que acaba el metraje: hay que verla en pantalla lo más grande posible y en versión original (muy fácil: hay un dvd de la añeja colección de El País) porque el doblaje, siendo bueno, no le hace justicia.
Brooks se percató enseguida que tenía ante sí una oportunidad única: una enorme actriz dispuesta a todo con tal de hacer suyo para siempre un personaje icónico escrito por un maestro: Maggie se nos aparece bajo los rasgos y el cuerpo de una joven Elizabeth Taylor (26 años de nada) que con su mirada igual ardiente que gélida y dura y su voz casi siempre controlada y dulce pero firme y determinada realiza una interpretación absorbente: todos quedamos absolutamente enamorados de ella, todos incapaces de comprender cómo es posible que Brick, su marido, la rechace, salvo que.....
Paul Newman, ese mismo año, había dado una de cal y otra de arena: por un lado, a las órdenes de Arthur Penn había sobreactuado de la forma más ridícula en El zurdo (lo contamos aquí) y también había trabajado con el genial Orson Welles en El largo y cálido verano (lo contamos aquí) y probablemente entre Brooks ojo avizor y el excelso trabajo de la Taylor le ayudaron a ponerse las pilas, ofreciendo una interpretación muy contenida que favorece mucho la ambigüedad sexual que se desprende de su personaje.
Contar con Burl Ives y la gran Judith Anderson como los abuelos Pollit debió de ser para Brooks como que le tocara la lotería y desde luego el bueno de Jack Carson y Madeleine Sherwood afrontan con valentía los personajes de Gooper y su esposa Mae, ésta absolutamente repugnante, mucho más que su marido: sendas composiciones merecieron muy buenas críticas en su momento.
La adaptación del texto de Tennessee que realizan Brooks y Poe, salvo el recorte de Maggie, es brillante, consiguiendo con sus diálogos añadidos no desentonar con los de origen: los cambios ayudan un poco a disimular el origen teatral, con alguna escena de exteriores y ampliando a diversas estancias de la mansión familiar de los Pollit el desarrollo de la acción: no obstante, para el que suscribe lo mejor del guión cinematográfico es el buen uso de los recursos propios del nuevo medio: el sonido de la tormenta puntuando situaciones; el agua torrencial causando impedimentos y el viento impertinente que provoca un mayor aislamiento son elementos usados con mucho acierto por Brooks, lo mismo que las escaleras que comunican el piso del jardín, del centro de la casa, de la planta baja al sótano repleto de paquetes comprados hace años sin siquiera estar desenvueltos sus envoltorios originales, los más llenos de polvo, restos de un acopio material que acentúa una soledad vital.
Brooks además de escribir estupendos guiones también sabía dirigir, contar con la cámara: ayudado por William Daniels a la cámara, la emplaza con seguridad variando ángulos hasta rozar el contrapicado en ocasiones para reforzar la preeminencia momentánea, el primer plano fijo sobre una exasperación y el suave travelling para acompañar algún personaje en su tránsito por una escena dominada por otros que deberán soportar interrupciones e intromisiones que harán crecer la tensión interpersonal de toda la familia Pollit.
Los recursos diseñados por Tennessee para apoyar los simbolismos de la pieza, verbigracia el pie enyesado de Brick y la muleta que usa, las botellas de bourbon que vacía una tras otra, sus repuestos y los vasos, los impresentables niños, etcétera, son explotados apropiadamente por Brooks para enfatizar más si cabe la personalidad rica y compleja de los habitantes de esa mansión familiar que soportará un mal momento igual que soporta una tormenta torrencial, un pequeño trastorno veraniego tras el cual el aire es más puro.
La leve puerta entreabierta que deja Tennessee en su pieza quedará incólume, personificada, para siempre, por la mirada ansiosa y dulce, más amorosa que lasciva, de Maggie mientras sube al encuentro de Brick, a su reclamo.
Una muestra de cine que sublima una buena obra de teatro: lejos de preocuparse Brooks por el mal llamado lastre teatral, se dedica a ofrecernos su versión aprovechando que tiene a su servicio unos elementos que ya jamás volverían a encontrarse en la misma situación; evidentemente las películas que beben del teatro se distinguen por su riqueza de diálogos tanto en calidad como en cantidad y ello jamás me ha parecido vaya en detrimento de nada, quizás porque cuando como en este caso uno se enfrenta a un buen texto, unos buenos intérpretes y un buen director, todo va como una seda. Puede que no haya acción física; pero hay acción, vaya que sí: de la que deja huella.
Absolutamente imperdible para cualquier cinéfilo amante de las buenas interpretaciones y los textos proclives a proporcionar una conversación interesante a posteriori. Algo deberá tener esa gata para que actrices dispares como Kathleen Turner, Ashley Judd y Scarlett Johanson se hayan calzado sus sexys zapatos.
p.d.: Agradecer, un año más, vuestra paciencia al leer y vuestra colaboración al comentar.

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