Seguramente habrá observa usted un fenómeno inesperado nacido como reacción al separatismo de parte de los catalanes: un orgullo masivo que grita “Me gusta España, y con sus defectos no es inferior al resto de las democracias más avanzadas del mundo”.
Es lo contrario del espíritu de la Generación del 98, marcada por la pérdida de las últimas provincias ultramarinas españolas, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que sumió al país y a su intelectualidad en un pesimismo autodestructivo que marcó todo el siglo XX.
Nos acercamos a 2018 y visto lo que está ocurriendo por toda España, incluyendo una parte de Cataluña que puede ser más de la mitad, podría creerse que está apareciendo una nueva Generación, la del 18.
La forman intelectuales que comienzan a decir que están satisfechos con su patria, aunque deseen mejorarla, jóvenes y gente viajada que han descubierto que el mundo, también el más rico, es inferior al suyo en numerosos aspectos.
Personas, estudios y encuestas que demuestran que, a pesar de las oenegés que dicen lo contrario para recaudar fondos, la desigualdad española es inferior a la de gran parte de Europa o que la inmensa mayoría de los españoles tiene una vida digna.
Su sanidad es mejor que la británica, igual que su calidad de vida, y su corrupción no es mayor que la francesa o italiana, aunque aquí se ahonda en ella porque los españoles padecen, fruto aún del 98, masoquismo moral.
Tienen que venir a decirlo Manuel Valls, el exprimer ministro francés, o el historiador estadounidense Stanley G. Paine, o cualquiera de las decenas de millares de estudiantes extranjeros, muchos de los cuales –especialmente norteamericanos—quieren quedarse a vivir aquí.
Estemos atentos porque quizás pronto empezaremos a hablar de la orgullosa Generación del 18.
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SALAS
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