Como en la mayoría de los hogares, los padres se levantan bien temprano para organizar el día, que está comenzando. Dejan los ingredientes del almuerzo remojados en agua dentro de la cubeta del robot de cocina y se programa para que esté lista la comida al volver a casa. Se carga la ropa en la lavadora, seleccionando un programa determinado y marcando que empiece a una mejor hora que la actual, en la cual la electricidad tenga un menor coste. Y que el programa lleve secado, que hoy está lloviendo y no se podrá salir a tender. Al mismo tiempo, se le ordena a un altavoz inteligente que informe sobre las noticias.
Un café rápido de estos de cápsulas y a despertar al niño. Sus clases de infantil no comienzan hasta hora y media después, pero hay que llevarlo al aula matinal, que los padres tienen que ir al trabajo. <<Cariño, ¿no te dije que recogieras tus juguetes? Ahora voy a tener que recogerlos yo para que pueda pasar el robot aspirador… De verdad, no sé para qué tantos juguetes, qué generación tan consentida…>>.
¿La generación más consentida?
¿Me estás diciendo en serio que todos esos juguetes los ha pedido tu hijo? ¿O piensas que por tener mayor variedad será más difícil que se aburra durante el largo tiempo que tendrá a sus padres ausentes durante el día?
Voy a comparar, desde cierto punto de vista, sus juguetes con los electrodomésticos que nos facilitan las tareas del hogar, automatizándolas, permitiéndonos disponer de más tiempo. Tenemos la casa llena, unos con más utilidad y otros con menos, pero ahí están. ¿Y qué hacemos con el tiempo que nos “regala” estos chismes? Simplemente, nada. No es tiempo que nos sobre, sino, sería más apropiado decir, que nos falta. Por eso mismo, necesitamos hacer acopio de todos esos trastos si queremos tener un mínimo de calidad de vida. ¿A que no sientes que te estés consintiendo por llenarte la vida de cacharros? Se podría decir que intentas solventar una falta, el tiempo, en este caso. Pues a eso mismo quiero referirme con lo del exceso de juguetes.
Seguimos con el día a día
Mientras tanto, los abuelos habrán recogido ya al crío y lo traerán a casa si los padres han vuelto. Comenta el abuelo: <<Me han dicho al recogerlo que esta mañana se ha caído jugando en el recreo y tiene un raspón en la rodilla>>. Al oír esto, el niño rompe a llorar otra vez tras enseñar la herida y los padres intentan consolarlo: <<Venga, no es nada…>>.
Después del día que has tenido, no te quedan ganas de llevarlo al parque a jugar. <<Juega con tus juguetes, que tienes muchos… ¡A ver ése qué tal, muéstrame cómo construyes una torre!>>. Y a los dos minutos: <<¡Mira, papá! ¡Mira, mamá! ¡Pero mirad, mirad!>>. La criatura no hace otra cosa que demandar atención una y otra vez, sin éxito en ocasiones. Uno de los progenitores sigue contestando emails del trabajo y el otro está acabando de recoger la colada. <<¿Puedo coger la tablet ya?>>. Ante esto, los padres, seguramente, afirmarán y pensarán que hay un rato de alivio.
Un poco más tarde, llegará la hora del baño, momento en el pequeño se lo pasa en grande con alguno de sus padres. Ése sí es un rato de felicidad, le cuenta qué ha hecho en la escuela, cómo se ha hecho la herida de la rodilla. No deja pasar por alto la anécdota del domingo durante un paseo que dieron y ya estará preguntando qué cuento hay pensado para hoy al irse a la cama.
Como conclusión…
¿Es este niño uno de los que pertenecen a la generación más consentida? Yo creo que no. ¿Es justo llamarlo la generación más consentida? Tampoco. Nunca antes se había vivido esto, donde se intenta mantener al niño el mayor tiempo posible fuera de su casa entre colegio, extraescolares… o en su propia casa, pero entretenido con juguetes, de los cuales muchos ni necesita. Todo esto porque, sencillamente, sus padres no están y no pueden atenderle o están, pero absortos en sus problemas y quehaceres. Son los niños que más horas están pasando diariamente “alejados” de sus padres. Y esto es así desde que se acaba la baja por maternidad/paternidad hasta que el niño empieza a ser independiente y puede despegarse un poco de sus padres. No habrá ningún montón de juguetes, pantallas, etc., que compensen lo que de verdad han querido los niños y no han tenido en el momento adecuado, no se puede solventar esa falta de esta forma. Aquí, la falta es compartir tiempo con sus progenitores, sentirse abrazados y queridos, sentirse consolados cuando estaban llorando por algún motivo.
Algo nos enseñó la pandemia al parar el mundo: a disfrutar de los nuestros y dedicarles, aunque por unos meses, todo ese tiempo que necesitaban pasar con nosotros. Yo no pude hacerlo por mi trabajo, pero sí que lo hago en cuanto se me presenta la oportunidad.
Permíteme aconsejarte algo: CONSIÉNTELOS como acabo de explicar cada vez que puedas, no tiene nada de malo que se sientan reyes en su mundo por un rato.
Qué piensas, ¿estamos ante la generación más consentida o es justo lo contrario? ¡Déjanos tu comentario!
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