Revista Educación

La genética y el entorno, pero eres lo que piensas

Por Gonzalo

 


“Estamos todos en las alcantarillas, pero algunos miran a las estrellas”, decíaOscar Wilde. Tal vez fue una constatación hecha al hilo de su entorno, o tal vez vivió en una época en la que sólo unos pocos accedían a desarrollar su cerebro creativo. La belleza y la creatividad, sin embargo, son una necesidad imperiosa para todos, no un festín para unos pocos elegidos. Decididamente, y al contrario de lo que las sociedades europeas llevan décadas diciendo a sus ciudadanos, la creatividad es una capacidad innata del cerebro humano, sin excepción. Aquí media más bien el interés y la comodidad de unos pocos, que despojan al resto de una herramienta vital.

 

Estamos sustituyendo la idea de la fatalidad con la genética. Antes nos decían que la suerte no nos había hecho creativos, ahora aducen que es un problema de talento innato. La pugna entre entorno y genética se polarizó cuando James Watson y Francis Crick transformaron la biología con su descubrimiento de la estructura de la molécula del ADN en 1953, con los subsiguientes avances en genética y clonación que aquello permitió. Watson defendió, a veces de forma muy controvetida, la supremacía de la genética sobre el entorno. Pero la propia historia de la doble hélice resulta muy interesante porque esconde mucho más que la inteligencia innata de dos científicos: el entorno, a través de la histeria de laGuerra Fría y la discriminación machista, también jugó un importantísimo papel.

 

Así se fraguó la historia: en 1951 Watson y Crick, dos jóvenes ambiciosos, decidieron trabajar juntos en Cambridge para resolver uno de los problemas clave en la biología de aquella época: el ADN y su capacidad para codificar la información. Hicieron su mejor esfuerzo para no dejarse ganar la carrera por el famoso químico estadounidense Linus Pauling. Tuvieron la suerte de su lado. Pauling estaba a punto de abordar un avión a Inglaterra en mayo de 1952 para lograr acceso a rayos X detallados del ADN cuando el Gobierno de Estados Unidos le retuvo el pasaporte argumentando que llevaba a cabo actividades antiamericanas.

 

Las imágenes de rayos X habían sido creadas por Maurice Wilkins y Rosalind Franklin. Estos científicos ayudaron a descifrar el código, pero su aversión mutua bloqueó su colaboración. Rosalind Franklin, una de las pocas mujeres entonces en el campo de la investigación, se sintió tan relegada que dicidió retirarse. Fue entonces cuando Wilkins mostró a Watson una de las imágenes del ADN de Franklin sin su aprobación.

 

Ése fue el momento de la iluminación: Watson se dio cuenta de que los patrones formados en cruz en la fotografía tenían que estar formados como una hélice. Así, junto a Crick, construyó un modelo de metal de dos hélices unidas entre sí por pares de cuatro moléculas. El reportaje sobre el modelo en la publicación Nature, en 1953, dio a ambos, Watson y Crick, conjuntamente con Wilkins, el premio Nobel de Medicina en 1962. Franklin, olvidada, murió de cáncer en 1958. Crick, en otro artículo en Nature, de 1974, escribió: “Más que creer que Watson y Crick hicieron la estructura del ADN, diría más bien que la estructura hizo a Watson y Crick “.


Sea cual sea el equilibrio exacto entre genética y entorno, ¿por qué chirría hablar de la importancia suprema de la genética? En parte, porque aunque la genética sea, como es, un elemento determinante en el destino humano, ¿quién decide qué genética es superior a la otra? ¿Quién pone el listón? Una visión cerrada fue característica de una época de la vida muy jerarquizada, con normas de comportamiento y de excelencia determinados por unos pocos individuos; un mundo antiguo, autoritario, poblado por comunidades, minorías y mayorías, silenciosas, despreciadas y relegadas porque no encajaban en el estándar de excelencia imperante.

 

Esa perspectiva cambia cuando damos a cada forma de inteligencia y creatividad su lugar en el mundo. La interacción produce riqueza, aunque sea una riqueza imprevisible, inesperada y a veces incluso desconcertante.

 

Con la creatividad ocurre como con la empatía: todos la tenemos, es sólo cuestión de grado. Tal vez porque la empatía beneficia de forma evidente a la mayoría, está adquiriendo ciertos privilegios en las redes sociales destinados a facilitar su desarrollo, hasta ahora sólo concedidos a las capacidades cognitivas.

 

Como todas las capacidades humanas, la creatividad también necesita un entorno dado y una educación determinada para que pueda cobrar vida. Sin embargo, sigue oculta para la mayoría: las escuelas y las familias la ignoran a lo largo de años hasta que perece por inactividad. La puerta abierta a la creatividad tiende a intranquilizar a quienes no han cruzado del otro lado. En lugar de enseñar a nuestros hijos a cantar, cocinar, dibujar, amar e intentar hasta la extenuación, les asignamos un papel definido, seguro, plano.

 

fuente: INOCENCIA RADICAL, La vida en busca de pasión y sentido   (Elsa Punset)


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