Estampas cotidianas de un pueblo sin gente. La gente, así, en abstracto me cae mal. Me parece que no sabe más que meter la pata y es muy insolidaria y muy cotilla. Además la gente siempre hace cosas molestas, como aparcar en doble fila, tratar de colarse en el banco, dejar que sus niños vayan montados en los carritos del súper o que jueguen con pelotas dentro del local, cambiar de carril sin poner el intermitente, pegarse al coche de delante como si le quisiera dar un beso en el trasero o hacerse los locos en el metro cuando ven que una persona mayor ha entrado en el vagón y necesita el asiento que ellos ocupan.
Así es la gente. Caradura, egoísta, manipuladora, mal educada, simplona, crédula, cobarde, ignorante, calculadora, egocéntrica, fría y torpe. Por eso resultan tan preciosos los paisajes urbanos cuando no hay gente. Claro que es muy difícil conseguir una foto de las calles de una gran ciudad sin gente, por eso hay que ir a los pueblos pequeños, donde con un poco de paciencia siempre hay un instante en el que no pasa nadie y puedes hacer la foto. Esta serie la tomé en dos pueblos diferentes, Illescas, en Toledo y Morata de Tajuña en Madrid, con la idea, precisamente, de ilustrar lo bien que se está cuando no hay gente.
Este sentimiento anti gente no es nuevo en mí, pero es verdad que se ha hecho más fuerte con el cáncer. En todo caso siempre estuvo presente. Me enferma la gente que trata a sus hijos pequeños como si fueran adultos y les piden opinión de las cosas y luego les recriminan cuando se hace evidente que eligieron mal. Me espanta la gente que se cree que todo el mundo quiere escuchar lo que habla por teléfono y lo hace a gritos sin irse a otro lado, haciendo evidente que quiere que todos se enteren. Detesto a los que conducen con las ventanillas bajadas y la música a todo volumen, a los que se tatúan por todas partes, a los que llevan los pantalones caídos, que parece que se han cagado encima y se les caen los pañales, a los que hablan a gritos en cualquier parte, a los racistas, xenófobos, clasistas y toda clase de “anti” y “pro”. Los extremos no me gustan nada de nada. Me caen mal los vegetarianos y los animalistas, los “istas” de todo tipo, los muy religiosos y los muy ateos, los muy buenos por tontos y los muy malos por listos.
La relación es larga. Lo increíble es que uno por uno, todo el mundo me parece más que digno para una charla y un par de cañas con él, faltaría más. Todo el mundo, absolutamente todo el mundo, tiene una historia estupenda que contar: la historia de su vida, lo malo es que cuando a ese mismo ser, lo dejas suelto en la sociedad, afloran los complejos, las dudas y los fantasmas y pasa de ser un tipo encantador con una historia que contar, a un miembro de pleno derecho de “la gente”. Y entonces ya deja de caerme bien.
Sin duda, una vez más, el que está equivocado soy yo, porque también soy gente y también habrá quien opine todo eso sobre mí, pero en fin. En este espacio siempre soy totalmente sincero, así que hoy no iba a ser menos y ha tocado meterme con eso tan abstracto pero tan reconocible a la vez como es “la gente”. Espero que no haya muchos de vosotros entre la gente aunque reconozco que también puede haber gente buena y que aquí se establece más bien una relación de uno a uno que garantiza una buena charla con un par de birras en alguna buena barra. De eso se trata.