Nunca he entendido el interés que puede haber en contar la propia vida por ahí a gente con la que no se tiene confianza alguna, aunque supongo que eso debe de tener su gracia ( al menos para quien lo hace). Creo que hay gente que tiene la necesidad de proclamar por ahí lo bien que le van las cosas ( aunque normalmente la realidad suele ser bien distinta a la que proclaman), porque creen que la envidia ajena les va hacer más jóvenes y guapos o porque creen que hacer más pequeños a los demás va a hacer que ellos crezcan unos centímetros. No importa que al interlocutor le importe una mierd... lo que cuentan, porque en realidad no pretenden llevar una conversación sino hacer un monólogo (como si estuvieran en el club de la comedia, pero a lo comparativa malévola). Tampoco he entendido nunca a los que se enfadan cuando se encuentran con estos relatadores de cuentos para no dormir y que pican el anzuelo de éstos fácilmente entrando en el juego de las comparaciones inútiles y prescindibles para la sociedad que los relatadores siempre se traen entre manos. Yo creo que deberían inventar unos cascos insonorizadores que salieran de los bolsillos de la ropa automáticamente y se colocaran ellos mismo en los oídos de su dueño cuando éste se encontrara con alguno de esos relatadores de cuentos malos que hay pululando por ahí. Debería haber una alarma en todos los supermercados y en todas las calles para que quien no quisiera escuchar gilipollec.... supiera donde no debe parar. Si los relatadores de su vida supieran lo poco o nada que lo que cuentan importa a según quien, sentirían vergüenza por contarlo a todo el mundo, pero los relatadores suelen ser inmunes a las caras de impasibilidad del supuesto locutor, y digo supuesto, porque quien en realidad no escucha lo que le están contando no es un interlocutor propiamente dicho. Si supieran lo poco que sus historias calan en algunas personas, no se molestarían en ensayarlas y en estudiarse sus guiones en casa ni en poner caras ante el espejo o intentar decidir que perfil han de usar cuando cuentan sus historias sobre lo bien que les va la vida en general y el trabajo y la cuenta corriente en particular. Después de investigar un poco la manera de proceder de los relatadores, he llegado a la conclusión de que la mejor manera de neutralizarlos, es hacerles alguna pregunta que les desbarate el plan y que les obligue a pensar por unos segundos para poder escapar aprovechando esos instantes de reflexión. En el mejor de los casos se puede escapar, y en el peor cesan de contar sus cosas, porque si la pregunta es bastante incisiva y provocadora no saben qué hacer con ella ni que responder. Por ejemplo: si el relatador está contando lo bien que le trata su jefe y la cantidad de palmaditas en el hombro que le dan por salvar diariamente la empresa en la que trabaja ( sin mí no serían nada...), se puede preguntar: ¿Y el tema pareja? ¿Qué tal? No tenías mucha suerte con eso , ?¿no? ¿Has encontrado a alguien que sea del gusto de tu madre? o... ¿ Y qué tal con la bebida? ¿Bebes menos o igual que antes? Y ahí es donde hay que empezar a correr, lector, porque el relatador se pondrá a pensar en lo cabr... que eres y en que no tiene preparado nada para responder a eso. En fin, espero que los relatadores vayan extinguiéndose poco a poco y que la gente se de cuenta de que hay que contar algo excitante e interesante o no contar nada. Como dijo una vez Clint Eastwood: " "(...) Por favor, no me aburras..."
Y cuando ya pensaba que nada podía ir mejor, va mi jefe y me da un aumento...