El asesinato de Osama Ben Laden ha puesto de relieve, a escala mundial, un escandalo de inmensas proporciones y alcance: que los ciudadanos ya no creen en los políticos.
La versión oficial de la Casa Blanca sobre la operación que concluyó con la ejecución del líder de Al Qaeda ha cambiado nada menos que cinco veces, provocando desconfianza y restando mucho prestigio al presidente Barack Obama. Primero fue un asalto con intercambio de disparos, después resultó que Ben Laden estaba desarmado "pero se resistió", finalmente se reconoce que fue una "ejecución" sin más disparos que los del comando norteamericano asaltante.
El resultado, según las encuestas, es que menos del 30 por ciento de los ciudadnaos consultados en todo el mundo no creen en la versión oficial de la Casa Blanca, a pesar de que el Washington era uno de los gobiernos más creíbles del mundo, hasta ahora.
La mentira sobre la ejecución de Ben Laden se agrega a una larga serie de grandes mentiras de alcance mundial, entre las que destacan algunas tan recientes y trascendentales como aquellas armas de destrucción masiva el Irak, que nunca existieron, motivo truculento utilizado para invadir Irak y acabar con Sadam Hussein. Pero la gente ya no se cree las versiones oficiales y sospecha de todo: hay quien piensa que la Casa Blanco conocía que los japoneses iban a atacar Pear Harbur, que la lucha contra Gadafi está manipulada por paises y corporaciones que buscan repartirse el petróleo libio y quien piensa que los propios norteamericanos hicieron volar las torres gemelas.
En países como España, donde la credibilidad del gobierno está por los suelos porque el presidente Zapatero ha abusado de la mentira y del engaño de manera insensata, existe un grave problema de fe en los dirigentes políticos, que ha acabado con la credibilidad del poder y con la confianza de los ciudadanos, dos valores imprescindibles para que funcione una sociedad democrática. Los españoles, quizás porque Zapatero ha sido un mentiroso compulsivo, ya no creen en ninguna versión oficial, ni siquiera en la que atribuye los peores atentados terroristas de la historia del país, los de los trenes volados en Madrid, el 11 de septiembre de 2004, con casi 200 muertos, a un comando islamista de Al Qaeda.
La Historia se ha encargado de demostrar que los gobiernos, incluso aquellos que parecen más democráticos, como el de Estados Unidos, mienten con frecuencia a los ciudadanos, lo que genera una profunda inseguridad en la ciudadanía, que se indigna y tiende a rebelarse ante la bajeza moral del liderazgo.
En España, la mentira del poder ha alcanzado niveles de bajeza insorportables. Los ciudadanos españoles, salvo aquellos fanatizados e incultos que viven de los favores del gobierno y se someten al dominio de sus partidos políticos, ya no tienen confianza alguna en la clase dirigente, lo que coloca al país en una situación de inseguridad profunda, con ciudadanos al borde de la rebeldía gobernados por gente sin prestigio, autoridad o credibilidad.
Los resultados de las encuestas en España sorprenden a los políticos de todo el mundo: el presidente Zapatero se atrinchera en el poder a pesar de que es rechazado por el 80 por ciento de sus ciudadanos; Menos del 30 por ciento del los españoles creen que el reciente fallo del Tribunal Constitucional, que ha autorizado que la coalición electoral BILDU, favorable a ETA, se presente a las elecciones, se ajuste a la ley y no esté escandalosamente politizada; las promesas y dictámenes del gobierno sobre la marcha de la economía apenas consiguen ser creídos por el 27 por ciento de los ciudadanos.
Esas mentiras del poder y la terrible falta de credibilidad de la clase política mundial ante sus propios ciudadanos convierten a la democracia en un sistema fallido y hacen que el divorcio existente entre los ciudadanos y sus representantes políticos deslegitime a muchos gobiernos del presente, todo un escándalo que refleja la degradación de la situación política mundial y, sobre todo, el profundo fracaso de los partidos políticos y de los políticos profesionales, transformados ya en adversarios de los ciudadanos y en los principales obstáculos para que reine la democracia y la sociedad avance hacia el verdadero progreso.