La regla número uno para quien se manifieste en Hong Kong es que nadie sepa que ha estado allí. O que al menos ese nadie sea el Partido Comunista Chino. El smartphone se queda en casa para evitar la geolocalización del aparato y con ella del manifestante; la cara, si puede ser, tapada, con gafas de sol o incluso con un paraguas por delante para intentar hacerle la trampa a los escáneres de reconocimiento facial que utiliza la policía hongkonesa; y en la vuelta a casa en el suburbano, es preferible sacar un billete individual en las máquinas de la estación en vez de usar la tarjeta de transporte personal, de nuevo, para evitar que quede un registro digital de que se estuvo allí. Todo sea por burlar uno de los sistemas represivos más sofisticados del mundo.
El origen de esta última crisis se sitúa a principios del mes de junio, cuando el Gobierno hongkonés desarrolló una iniciativa por la que se permitiría la extradición de acusados a la República Popular China —además de a Taiwán y Macao, territorios con los que tampoco existe un acuerdo de extradición—. Ni siquiera hacía falta una condena firme, y se temía que se abriese la puerta a que supuestos criminales, incluyendo d...
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Nombre de usuario Contraseña Recordar cuenta Recordar contraseñaLa geopolítica tras las protestas en Hong Kong fue publicado en El Orden Mundial - EOM.
